"Hijo, no te signifiques...": algoritmos policiales contra Alberto Rodríguez

"Hijo, no te signifiques...": algoritmos policiales contra Alberto Rodríguez
El ex secretario de Organización y diputado de Unidas Podemos Alberto Rodríguez abraza a la secretaria de Organización de Podemos, Lilith Vestrynge, a su salida del Tribunal Supremo donde ha acudido para declarar como investigado por una presunta agresión a un policía, en Madrid, (España), a 21 de septiembre de 2021.- EUROPA PRESS

Coincide la condena a Alberto Rodríguez a un mes y quince días de cárcel por, supuestamente, agredir a un policía en una manifestación contra la Ley Wert, con el archivo de la fiscalía de las investigaciones contra el Rey Emérito, en este caso por el supuesto cobro de comisiones por la concesión del AVE a La Meca a empresas españolas (comisión que tuvo lugar); el igualmente presunto uso por parte de Juan Carlos I y otros familiares de tarjetas de crédito opacas (uso que se dio o que se lo pregunten a Froilán); y la existencia de una cuenta con 10 millones de euros a nombre de Juan Carlos de Borbón en el paraíso fiscal de la isla de Jersey (cuenta que existe).

Contra Alberto Rodríguez no se ha presentado una sola prueba. Ni una. Pero da lo mismo: es alto, tiene rastas, va a manifestaciones y es de Podemos. ¿Qué más necesitan los que votan a VOX para señalar a un culpable? Los algoritmos policiales y judiciales no fallan. Los mismos que exoneran de cualquier culpa a todo un Rey, al que cuando no le basta la inviolabilidad y la prescripción de los delitos, le regalan salir del país y un trato enamorado de la fiscalía. En el caso de Alberto la culpa es evidente: ¡Pero si se le ve desde lejos por lo alto que es! Y tiene rastas. Y es de Podemos. A por ese.

Que el policía se contradijera, que no presentara ninguna prueba, que afirme que le hizo muchísimo daño en la rodilla pero no fuera al hospital, que no solicitara ningún parte de lesiones, que unas horas después estuviera como una rosa... todas son cosas que no son relevantes. El algoritmo es contundente: activista, reconocible, de Podemos. A por él.

El mensaje que se lanza a la democracia con la sentencia contra Alberto Rodríguez es contundente: si quieres cambiar las cosas y te señalas, vamos a ir a por ti. Recuerda a la voluntad de miedo que sembró el franquismo. Es verdad que hemos mejorado. Ahora ya no fusilamos. Pero el efecto es el mismo: "Hijo, no te signifiques". Que en el siglo XXI sigamos con esa cantinela es preocupante.

Porque si hemos recuperado la democracia, si hemos terminado con la impunidad, si volvimos a tener derecho a la huelga, a la manifestación, libertad de expresión, de reunión, a la interrupción voluntaria del embarazo, al divorcio, si el adulterio dejó de ser un delito, si la Policía ya no tira gente por la ventana, si ya no pueden partirte la boca en los calabozos como antes, si no hay retratos de Franco en casi ningún cuartel, si hay subidas del salario mínimo, leyes de vivienda, Ingreso Mínimo Vital o ya no es legal colgar a los perros de una cuerda en un árbol es porque gente como Alberto lleva toda la vida saliendo a la calle a poner el cuerpo para ensanchar a la democracia. Seguramente los dos contundentes votos particulares en contra de la sentencia están más cerca de la democracia por la que lucharon nuestros mayores (señalan que la sentencia debiera haber sido absolutoria porque "el derecho fundamental a la presunción de inocencia del acusado aparece desvirtuado por consecuencia de una prueba de cargo única (el testimonio prestado en el juicio por el agente número 92025)". Es decir, que la sentencia se carga un derecho fundamental. ¿Pero quién le va a decir al Juez Marchena nada sobre derechos fundamentales?)

El Partido Popular sabía que la crisis económica que se iba gestando iba a generar respuesta social. Igual que sabía que todos los casos de corrupción, meternos en la guerra de Irak, legislar para las inmobiliarias y constructores y regalarle la educación a sectores privados iba a generar una respuesta social. Necesitaban una Ley Mordaza. Y al PSOE no terminó de molestarle. Si la calle iba a ponerle esperanza, el bipartidismo se iba a encargar de ponerle el miedo. A por ese.

Seguimos desenterrando fosas de los aún 114.000 desaparecidos por enfrentarse a lo que querían traer a España los regímenes de Hitler y Mussolini. España se acostó franquista y al día siguiente ya era todo el mundo demócrata. Reyes, políticos, jueces, catedráticos, generales, obispos, empresarios... Recuerdo una manifestación delante de la sede del PSOE en Madrid. Bajaba un vecino de su portal en la calle Ferraz con su bandera tan exultante que se me echó encima. Le dije que tuviera cuidado y que no creyera que la calle era otra vez suya. Para mi sorpresa el tipo empezó a gritar: ¡Policía, policía! La cosa terminó en nada, pero me inquietó que a un fascista le saliera tan del alma gritar ¡Policía! cuando había sido él el agresor. Como, pasara lo que pasara, la policía iba a darle la razón e iba a caer sobre quién él señalara. Luego hemos visto que los mismos gritan ¡Viva el Rey!, haga lo que haga la institución, o los de VOX llevan a los juzgados todo lo que ocurre contando con que en algún momento toparán con algún juez amigo por el que la Constitución ha pasado lo justo.

Condenar sin pruebas a Alberto Rodríguez, como le pasó a Isa Serra (contra la que tampoco tenían pruebas; aún más: ella tenía pruebas en la dirección contraria) son intentos de amedrentar la protesta social. La policía no les detiene durante los acontecimientos. Les reconoce después y les señala. "Éste, ésta". Se trata de ir, en la jerga antigua, contra los dirigentes. Como juzgar a gente de los piquetes informativos en una huelga, a la gente que cree que los desahucios sin alternativa habitacional son ilegales, a los que denuncian la corrupción, a los que señalan a los vertidos de las grandes empresas que matan ríos y mares, a los que torturan animales, a los que expulsan de la universidad a los jóvenes... A los que están en el Parlamento cambiando las leyes. Ya nos hemos dado cuenta. Conocemos vuestro algoritmo.

Gente en la calle, en el Parlamento, en el Gobierno que construyen la democracia. Sabemos nuestro camino. Condenas como la de Alberto Rodríguez las recordaremos como hoy recordamos a la gente que se la jugó durante el franquismo y trajeron la democracia. Porque la democracia no la trajo ni el Rey de Dubai ni Felipe González ni Adolfo Suárez. La trajeron los que pusieron el cuerpo contra los grises y la Brigada Político y Social. Como el mes y quince días de Alberto.

Claro que hoy son otros los tiempos y claro que hoy las garantías son mayores. Estaría bueno. Además, ahí está Europa, que con ya demasiada frecuencia corrige a los tribunales españoles.. Pero hoy condenan a Alberto y exoneran al Emérito. Y la sensación es de enorme injusticia. No por el Emérito, que sabemos el paño, sino por un ciudadano al que se le lesionan sus derechos por el delito de ser valiente y protestar contra la expulsión de los jóvenes de la universidad.

Conozco a Alberto Rodríguez y el "hijo, no te signifiques" no le va a afectar. Hace mucho tiempo que entendió que las peleas que se pierden son las que no se dan. Hoy está contento porque las cifras de paro han mejorado. No se engaña. Además, él también está educando a su hijo para que no tenga miedo. Y le va a contar que pronto se van a acabar esos algoritmos policiales y judiciales que señalan a los valientes. Y le dirá: hoy están las cosas un poco mejor porque hicimos nuestra parte.