La reina sapo (un cuento de Navidad para asustar a los niños)

Ayuso, en una imagen de archivo. EFE
Ayuso, en una imagen de archivo. EFE

En los tiempos no tan antiguos, cuando el desear todavía servía de algo, vivía una princesa que no era la más guapa del reino, pero que tenía un rapto de huida en sus ojos que el mismo sol se extraviaba cuando se posaba en sus pupilas.

Tan dulce y errática era la princesa que los rayos del sol rebotaban en su cara e iban directos al agujero negro en la Puerta de Tannhauser. Cantaba y su voz era tan inquietante que rompía el corazón de las piedras, igual que profundas eran sus reflexiones, tanto que las lechuzas acudían a su alrededor a encontrar las claves de la vida en los trozos de pizza que caían de su boca de porcelana agrietada. Tan angelical era la princesa que los pajarillos de Twitter le piaban con adjetivos recocidos con los que calentaban los frescos claustros del pasillo del palacio del Rey a la espera de que el cambio climático terminara de crear un microclima en Madrid parecido al de Caracas: ¿No me merezco acaso –decía la princesa al lado del río- una temperatura bolivariana, yo que tanto he peleado contra los chavistas y hasta les he derrotado donde en 1939 pasamos pese a que decían que no íbamos a pasar?

Gustaba a la princesa jugar a la orilla del río con una bola de oro que lanzaba al cielo y los rayos de sol la acariciaban, a la bola, como si quisieran quedarse con ella. Una mañana, el consejero de la princesa se acercó al río porque era MAR y le chistó con la intención de contarle un plan diabólico justo cuando ella acababa de mandar la bola hacia el firmamento. Cuando cayó el globo dorado cual la manzana le cayó a aquel que llegaría a ser un famoso filósofo y por las mismas razones, distraída la princesa por su consejero no agarró su juguete, que rodó al río y se sumergió en sus aguas. El río era profundo como un MAR y engulló la bola como la noche fría engulle a los que no tienen luz. Entonces la princesa, desconsolada, se puso a llorar como si su hermano, que era el favorito del Rey, su padre, quisiera quitarle el puesto de reina y el mando en tropa de los súbditos del reino. Tan doliente era el llanto que bandadas enteras de pájaros levantaron al unísono el vuelo, las margaritas se pusieron mustias y el perro Pecas aullaba como un espectro desde la espesura del bosque.

Mientras intentaba sosegar el hipo, la princesa oyó un caminar torpe y húmedo, chop, chop, chop, que reclamaba su atención.

-¿Qué te pasa princesa? Tus sollozos son capaces de romper el corazón de un requeté.

Ella se volvió para ver quien le hablaba, y vio que provenía de un sapo que sacaba del agua su cabeza gorda y fea.

-¡Ah! Eres tú, torpe sapo –dijo la princesa-. Lloro por mi bola, que se ha caído al fondo del estanque.

-No llores más –le dijo el sapo-. Yo te lo resuelvo. ¿Y qué me darás a cambio?

-Todo lo que tú quieras sapo amado. Mis vestidos, mis perlas y mis piedras preciosas, además de la corona de oro que llevo puesta, así como las claves de Facebook del perrito de Esperanza.

-No quiero esas pequeñas riquezas –respondió el sapo-. Si estás dispuesta a quererme, ser mi amiga, respetar y amar a mis referentes, odiar a quienes odio, mirar para otro lado cuando yo haga y deshaga y dejarme comer en tu platito de oro, me sumergiré y te traeré la bola de oro.

-¡Sí! Haré todo lo que quieras si me traes mi bola –dijo la princesa, acostumbrada a mentir porque todos los medios de comunicación del reino comían todas las semanas en palacio y mientras pensaba "qué cosas dice este sapo tonto que es un antiguo, vive en el pozo y cree que me puede enseñar nada a mí, que vengo de antes de que él siquiera supiera nadar...".

Entonces el sapo entró en la fuente, le sacó la bola y nada más tenerla en su poder, la princesa echó a correr mientras el sapo croaba pidiéndole que le llevara consigo -¡Detente, que no camino tan rápido como tú!-.

Al día siguiente, mientras la princesa estaba sentada a la mesa con el Rey, los cortesanos y algún ex director de periódico, oyeron un chop, chop que subía por la regia escalera de marmol. De pronto sonó la aldaba de la puerta llamando y una voz ocupó toda la sala:

-Hija del rey ¡Ábreme, que vengo a cobrar lo prometido!

El Rey, que había leído Fuenteovejuna, inquirió a la hija: -¿Qué has hecho niña?¿Qué has prometido?

-Todo y nada mi padre. Es que ayer se me cayó la bola de oro al río y este sapo me la recogió. Le prometí muchas cosas, pero nunca pensé que realmente tuviera que cumplirlas.

-¡Los Lannister pagan siempre sus deudas! –gritó el monarca. –Ahora te toca cumplir-.

La princesa, compungida, tuvo que llevar a su cuarto al sapo y allí, llena de ira, lo tiró contra la pared.

-¡Así me dejarás en paz, sapo repugnante!

Para su sorpresa, la princesa vio cómo el sapo, mientras caía, se convertía en un diputado de VOX. El diputado le dijo que había sido encantado por una bruja roja y que sus promesas de amor habían roto el hechizo. Ante tanta maravilla, el rey proclamó la boda real, de manera que la princesa y el príncipe, convertidos en uno, hicieron planes para reconquistar el reino y acabar con la maldita democracia que vulgarizaba tanto la vida política.

A la mañana siguiente, cuando el sol les despertó, llegó una carroza de Uber a la que iban enganchados sin contrato pero con correas de oro ocho caballos que lucían en sus cabezas penachos de blancas plumas de avestruz. Al ver a su señora y a su señor, el escudero MAR, que había encerrado su corazón con tres bandas de hierro y se había dado a la bebida cuando el príncipe fue hechizado y la princesa cooptada, se le rompieron las bandas y se liberó su corazón de bandido: crak, crack sonaban las bandas de hierro cuando se rompían liberando ese corazón generoso al que todo para sus señores le parecía poco.

Y así, entre crujido y crujido, todos los que escuchaban el cuento se morían de miedo y llamaban al Departamento de genética del Massachussets Institut of Technology a ver si podían volver a convertir al príncipe en sapo y le hacían promesas de recalificación de terrenos a Esperanza Aguirre para que convenciera a la princesa para que volviera a llevar la cuenta del perrito Pecas y dejara sus ambiciones.

Pero no hubo suerte y fue cuando entonces todo el odio acumulado del sapo se convirtió en el odio reinventado de la princesa, que le dijo a su enamorado: "si tu eres un sapo, yo también. Seré la reina sapo, se van a cagar todas las moscas del reino".

Fue entonces cuando Cenicienta decidió ir a buscar a Hansel y Gretel y a Pulgarcito, con la sana intención de ponerse las botas de siete leguas. Pero ese es ya otro cuento para el año que viene.