Doce paradas en el país de Sancho Panza

Doce paradas en el país de Sancho Panza

1. Claro que hay dos Españas. Pero siempre han andado desequilibradas. En una, siempre, mucha gente, mucho pueblo; en la otra, el poder. Y el pueblo al que convencen. En la España de los muchos retrocesos, la que mide la historia por sus dirigentes, están los reyes, sus generales, los obispos, los banqueros, los señoritos; cuando es menester, mercenarios extranjeros; rondando, corruptos con cárcel o sin ella, policías que trapichean con los bajos fondos; aristócratas, nobles, el cuerpo diplomático, periodistas que venden su pluma por un trago... El trono, el altar y la espada, aliados con el dinero, casi siempre han triunfado. Masacrando a la otra España. Una "Santa Alianza" que cuando no están en el Gobierno de España cree que se está rompiendo el orden de las cosas. Y si ven a España rota, van y la revientan.

2. ¿No son a menudo los exabruptos excesos propios de los que quieren tapar sus pecados? Los que cortaron en 1823 la cinta de los caballos de Fernando VII y se pusieron ellos como animales de tiro para llevar al Rey al Santuario de Atocha al grito de "¡Vivan las caenas, abajo la nación!" eran antiguos críticos con la monarquía, principalmente masones, que entendieron que llegaba el absolutismo y querían estar entre los ganadores. Muy parecido al memorándum que le mandó la Universidad de Cervera al Rey Felón, publicado, para que no hubiera pérdida, en el BOE de la época, la Gaceta de Madrid, un 3 de mayo de 1827, con una frase a mayor bochorno de las casas de estudios superiores: "lejos de nosotros la peligrosa novedad de discurrir". A los Borbones nunca les ha gustado que el pueblo piense por sí mismo. El ABC, periódico monárquico que en su día alabó a Hitler y a Franco, le ha dedicado invariablemente portadas a los juicios del Lawfare contra la gente de Unidas Podemos. Y cuando las causas eran archivadas, pues ¿para qué contarlo?

3. El oportunismo, que es propio de tiempos turbulentos, puede presentar credenciales en todo el espectro político. Puede halagar desde la izquierda prometiendo una revolución en favor del pueblo cuando el pueblo reclama cambios -aunque no se tenga voluntad alguna de cumplir-. Es lo que hizo el PSOE de Felipe González durante la Transición. Puede, como VOX, prometer que va a prender fuego a los herejes, aunque nunca lo hará porque la extrema derecha siempre es la guardiana de los señoritos.  Igualmente, puede, desde la izquierda, moderar el ambiente con guiños a la derecha para evitar la sensación de radicalidad. Fue la estrategia de Santiago Carrillo cuando el PCE fue legalizado. Pasadas las décadas, también es lo que representó una de las familias de Podemos en sus orígenes. No debiera volver a cometer ese error. Mejor mirar a Melenchon que al Partido Socialista francés.

4. El oportunismo en la política suele confundir la transversalidad con la renuncia a una línea ideológica. La transversalidad tenía sentido en el final del siglo XX contra el discurso viejuno de clase, que solo sabía hablar a un proletariado que ya no existe. Si la lucha emancipatoria es electoral, hay que llegar al mayor número posible de gente. Ahora bien, mientras la derecha ha sido capaz de poner en marcha la posverdad, las fake news, los bulos y las contradicciones, desde la izquierda no hay transversalidad válida si eso implica mentir (agradar a todos), vaciar tu mensaje (no mojarte) y aprovechar las emociones para ahorrarte explicar cuáles son tus planes. De la misma manera, no hay transversalidad si para ganarte a los que no están pierdes a los que están. Porque los segundos han demostrado que votan y los primeros está por ver qué hacen.

5. El oportunismo en la izquierda siempre viene cargado de excesos. Los excesos, decían los clásicos, descompensan los humores del cuerpo y producen enfermedades. Hay dos riesgos inmediatos en los que suele caer el oportunismo. Primero, cuando le dice a todo el mundo lo que quiere oír. En segundo lugar, cuando argumenta que esa "transversalidad" solo es una táctica para ganar las elecciones y después poder hacer la verdadera política. Si le dices a todo el mundo lo que quiere oír, directamente mientes a alguien. Si dices que todo lo que ahora callas lo pondrás en marcha cuando gobiernes, mientes igualmente pues lo que ahora no discutes porque es problemático tampoco lo vas a hacer cuando tengas toda la tarea de gobierno por delante. Ni estará en la agenda ni habrá base social para defenderlo ni en el fondo te interesa tanto.

6. En los momentos de crisis económica siempre hay algún elemento populista que señala a los ricos como parásitos. No todo en las crisis es economía, pero sin la crisis económica –y también con el miedo a la crisis económica- es más difícil que el populismo tenga arraigo. La religión y la nación hacen el resto. El populismo funciona como "momento destituyente", donde la posibilidad de acabar con lo existente aúna fuerzas para actuar como un ariete que sirve para tumbar la puerta de la fortaleza, pero no para organizar luego el castillo. Los que quieren mantener el populismo como herramienta para organizar el postneoliberalismo en el fondo están reclamando una organización vertical donde nadie pida cuentas al líder. El populismo suele convertirse en un refugio de canallas.

7. Mientras la izquierda da tumbos porque no tiene una utopía, la derecha, hoyando en el estiércol de su fin de la historia, es una caricatura obscena, la obesidad degradada del abandono de la ética, con esa estética de los ricos jugando a ser pueblo el día de los pobres. Vargas Llosa resume esa historia repetida como falsa. Pidiendo el voto para la corrupta Fujimori, para Albert Rivera, para Pablo Casado, para Feijóo o para Bolsonaro contra Lula. Es la prueba más clara de la deriva ideológica del conservadurismo devenido en un fracasado payaso sin gracia y sin compasión. No es fácil entenderlo, porque la derecha siempre ha sido "de orden", que era una manera elegante de defender el statu quo. Sólo en momentos de peligro abrazaban el golpismo, aunque gente como el mismo Vargas Llosa escribieron sus mejores letras criticando las dictaduras. La deriva de la derecha hacia la extrema derecha tiene que ver básicamente con dos cosas: la manera de pensar que ha sembrado el neoliberalismo (lo que llamamos la "racionalidad" neoliberal), y con lo que ven como un peligro a su bienestar y su idea de orden.

8. La derecha puede decir una cosa y la contraria. No tienen problema. Pueden hacer fraude a la hora de empadronarse -pese que criticaban a la inmigración por, supuestamente, hacer eso. Y pueden presentarse como víctimas cuando el estado de derecho les para los pies. Lo relevante para ellos es defender un espacio libre de cualquier debilidad. Un "nosotros" que se basa sobre todo en que hay "enemigos". Sin enemigos no funcionan. Por eso gritan machaconamente "¡Venezuela!, ¡Irán! ¡Comunismo!". Saben que es mentira, pero necesitan crear un "nosotros" sin mácula. Terminan creyéndose sus propias mentiras. Porque el grupo violento y viril es el que les autoriza socialmente a no tener empatía. Por eso no pueden poner en cuestión nunca su espacio. Ni siquiera cuando roban, como Espinosa de los Monteros, o cuando falsifican, como Rocío Monasterio. Ellos tienen bula. ¿Por qué? Porque se lo creen. Están pidiendo a gritos que les paremos los pies desde la más genuina dignidad.

Las reuniones políticas en la derecha se parecen cada vez más a una reunión de los grupos de la mafia para repartirse el mercado.

Sus enemigos son los que quieran construir marcos políticos de responsabilidad. No quieren ningún compromiso. Quieren mercado, porque ahí "el que más chifle, capaor". Pero tampoco dudan en pedir dinero al Estado para ellos al tiempo que llaman paguita a la ayuda a los demás. Si el PP es el partido más corrupto de la historia de España, a ver qué problema van a tener en conseguir subvenciones. Pedir es mejor que robar. Igual que critican a la izquierda su compromiso internacional –ayudas, refugiados, inmigrantes- y dicen que abandonan a los españoles. Pero cuando das ayudas a los españoles, como en las colas del hambre, dicen que son parásitos. No argumentan desde un espacio político: argumentan desde un espacio de interés. Las reuniones políticas en la derecha se parecen cada vez más a una reunión de los grupos de la mafia para repartirse el mercado.

9. El oportunismo de izquierda flirtea con los marcos de la derecha. Y aunque dice querer combatirlos solo lo hace de una manera superficial. Es más fácil criticar a Macarena Olona por querer empadronarse ilegalmente en Salobreña que criticar la normalización de la extrema derecha que quiere vaciar la Constitución, someter a las mujeres, explotar a los inmigrantes o regresar a un "orden natural" en la sociedad.

10. En esa "transversalidad conservadora" se juega con que hay gente que no quiere conflicto. Gente que podría votar a la izquierda pero ha ido a ver al Emérito El Defraudador a Sanxenxo. Hay gente humilde que apoya al poder. Los que empezaron a gritar ¡Vivan las caenas! eran impostores, pero algún viva arrancarían a algún jornalero hambreado. Es igual que los inmigrantes que quieren ser del equipo de futbol más sistémico, sea el Bayern de Munich, el Real Madrid o el Barcelona. Lo resumía Elias Canetti: ladrar con los lobos para que no te devoren. La  izquierda tiene que escucharles. Pero no tiene tampoco la obligación de consentirle sus devaneos con la corrupción o con el fascismo. Quienes piensan así -esa transversalidad hueca- ven en el pueblo no la soberanía popular sino votantes sobre los cuales elevarse. Hay que contarle al pueblo que no todo el mundo es igual. Y el pueblo tiene que salir de esa lógica de twitter donde vale igual la opinión sobre la ciencia de Einstein que la de un terraplanista. Eso se hace estudiando y debatiendo.

11. Hay una España que vota a Isabel Díaz Ayuso y a José Luis Martínez Almeida porque defienden un modelo de ricos y pobres. Y lo quieren mantener porque les beneficia. Hay gente que jalea al Emérito porque representa el statu quo que quieren perpetuar. Y su máxima expresión son pobres apoyándoles, gente que debieran tener enfrente con un cuchillo entre los dientes, pero que les apoyan porque creen que así van a salir de la pobreza. Pobres golpeados, que en momentos concretos toman cuerpo en esos desgraciados con alma de chivatos que cazaron a uno un poco más pobre que ellos que había robado en Navidades una caja de gambas de un supermercado.

12. Aznar, Blair y Bush nos mintieron sobre la guerra de Irak. Todos los dirigentes del PP -antes AP- han robado, han dejado robar o han colocado en puestos clave a ladrones. La guerra de Irak, ha afirmado el expresidente de Estados Unidos George W. Bush en Dallas, fue una «invasión brutal e injustificada», Hablaba desde el auditorio del George W. Bush Presidential Center, en Texas. Rápidamente ha corregido y ha dicho: es que tengo 75 años. La gente se reía. Los más de 600.000 irakíes asesinados con la excusa de la mentira de que había armas de destrucción masiva no se ha reído. Los muertos no se ríen ya de nada, aunque las calaveras engañan. Podía haber dicho: perdonen, es que soy un malnacido. Pero entonces, también Blair y José María Aznar serían unos malnacidos. Entre amigos, tratarse así no forma parte de los usos.

Una coda para Don Quijote

En Dallas, el público se reía. En Sanxenxo, aplaudía. En ambos sitios había gente protestando. Pero en las televisiones de Sancho Panza no les han sacado. Don Quijote no sabe qué hacer con la lanza, si afilarla o dejarla en la esquina. Tiene que hablar con Dulcinea.