Las carga el diablo

Aznar y la vanidad

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En "El secreto de sus ojos", el violador y asesino de la historia logra mantenerse firme durante todo el interrogatorio hasta que a la oficial del juzgado se le ocurre dudar del tamaño de su pene.

- Este no ha podido ser, le dice a su compañero, la profundidad de las lesiones vaginales permite inducir que el atacante era un hombre muy bien dotado. Obviamente, no se refieren a este microbio que debe tener un maní quemado.

El violador no aguanta la humillación, así que se desenmascara y canta. Se abre la bragueta, presume de dimensiones y dice:

- Acá tenés, conchuda, a ver si te gusta este pedazo. ¿Hormona me falta, puta de mierda? ¿Sabes cómo me la cogía esa hija de puta? ¡Bien cogida que me la cogía la yegua esa!

Le propina un bofetón a quien había osado dudar de su "dotes" y remata la confesión:

-Vos no tenes ni idea de lo que le hice a esa roñosa... Lo que lloró... Lo que pidió...

La vanidad, siempre la vanidad.

En realidad lo que Eduardo Sacheri hizo en su novela con este episodio, que Juan José Campanella inmortalizaría en una excelente película, fue actualizar la fábula en la que Esopo contaba cómo un zorro consigue el trozo de carne (en la versión de Samaniego es un queso) que un cuervo tiene en el pico poniendo en duda la capacidad del vanidoso pájaro para cantar.

"Mataiotes mataioteton, ta panta mataiotes" (ματαιότης ματαιοτήτων τὰ πάντα ματαιότης‏), puede leerse en El Eclesiastés, libro bíblico cuya autoría hay quien se la atribuye al rey Salomón: "Vanidad de vanidades, todo es vanidad". Cuando aplicas esta fórmula entiendes muchos aspectos del comportamiento humano a los que sería difícil encontrarle explicación bajo cualquier otro prisma.

Herir la vanidad de alguien es apostar por su enemistad. Halagarle es garantía de complacencia. Los pelotas lo saben bien, prosperan gracias a ello. Los represaliados también: cuando buscan explicaciones a sus desdichas basta con que recuerden en qué momento no supieron halagar lo suficiente la vanidad de aquel en cuyas manos estaba su destino.

La historia de la humanidad está llena de vanidosos que decidieron montar pollos infames cuando alguien les tocó la moral poniendo en duda su inteligencia, su belleza, sus conocimientos o las dimensiones de su pene.

Mucho me temo que el verdadero problema que tenemos con Aznar es ese: que él entiende que se están poniendo en duda sus méritos, que ya no lo halagan lo suficiente ni aquellos que a su entender se lo deben todo. Es más: lo ningunean. Para llamar la atención decidió el hombre cultivar una envidiable tableta, dejarse el pelo largo, esconder las canas, afeitarse el bigote... y no había manera de que le hicieran caso. Ni siquiera ese desagradecido sucesor que, si ha llegado a ser quien es, es solo gracias a que él lo decidió.

Tampoco le reconocen ni valoran, debe pensar, que decidiera irse voluntariamente después de ocho años. Ha estado cómodo y callado, haciendo bolos por el mundo y montándose en el dólar hasta que a alguien se le ha debido ocurrir dudar de algo que le ha tocado la moral.

¿Quién ha sido el incauto del pp que le ha quitado el trozo de carne de la boca a Aznar? ¿o ha sido queriendo? ¿Quién ha osado dudar de su capacidad para liarla parda? ¿o es precisamente eso lo que quieren, que monte un pifostio del carajo la vela? Por lo que más queráis, peperos todos, no me lo sigáis picando no vaya a ser que un día, como en el interrogatorio de Ricardo Darín y Soledad Villamil al asesino de "El secreto de sus ojos", nuestro arrogante prohombre se caliente tanto que acabe bajándose la cremallera de la bragueta.

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