Las carga el diablo

El avión del Papa y el aparato del Vaticano

 

No creo que el avión que ha llevado a Brasil al argentino Jorge Mario Bergoglio comporte ningún peligro para el ahora más conocido como Papa Francisco en el primer viaje transoceánico que realiza desde que el pasado trece de marzo fuera elegido jefe de esa longeva institución llamada iglesia católica. Pero si yo fuera él me tentaría la ropa para el viaje de vuelta. En solo cuatro meses lleva ya pisados más callos que sus dos antecesores en treinta y cinco años.

Todo el que ha experimentado la llegada a un nuevo cargo puede imaginar el trabajo que Francisco debe tener sólo intentando apartar obstáculos de su camino. Te nombran jefe, sí, pero de pronto te encuentras rodeado de una cohorte de caras, en su mayor parte nuevas, que te hacen la pelota sin parar y la ola todo el tiempo sin conocerte de nada. Eso, hay que reconocerlo, confunde al más pintado, te hace perder perspectiva y modifica el foco y la manera de mirar las cosas a la que estabas acostumbrado.

Tú eres el que mandas, sí, pero ellos estaban ahí antes de que tú llegaras y continuarán estándolo cuando tú te vayas. Te hacen la pelota porque ese es su estado natural, pero andan con cuchillos en las faltriqueras dispuestos a usarlos si la providencia, que es muy sabia, pone a tiro la posibilidad. Que se lo pregunten si no -en el más allá, claro- al malogrado Albino Luciani, más conocido por Juan Pablo I, que duró 33 días en el cargo tras meter las narices donde por lo visto no debía. Hasta que se la hicieron meter en una determinada taza de café. ¿Será esa la razón por la que Bergoglio ha declinado instalarse en los aposentos vaticanos y prefiere permanecer en Santa Marta donde comparte rutina y comedor con los demás residentes?

Si cualquier pringao cuando lo nombran jefe de un negociado de tres al cuarto, lo primero que descubre es el poder que tienen las secretarias y el que hace las fotocopias en un colectivo que a lo mejor no supera la docena de currantes, imaginaos lo que tiene que ser que de la noche a la mañana te conviertan en el "masca" de mil doscientos millones de personas en todo el mundo. Sí. 1.200.000.000 he querido decir. Aunque bien mirado tampoco son tantos: solo la sexta parte de los habitantes del planeta.

Ya en su arzobispado de Buenos Aires, seguro que Bergoglio adquirió cierta práctica en esto de gobernar grupos humanos. Pero ahora tiene medio millón de curas a sus órdenes, cuatro mil obispos y arzobispos, 120 cardenales... Demasié. Sobre todo, porque como explicaba este domingo Pablo Ordaz, en "El País", ya han empezado a ponerle palos en las ruedas de la bicicleta:

"El viernes se supo -cuenta Ordaz- que Jorge Mario Bergoglio había sido víctima de una trampa muy bien urdida. El semanario italiano L’Espresso publicó que monseñor Battista Ricca, el prelado nombrado el pasado 15 de junio para vigilar el funcionamiento del Instituto para las Obras de Religión (IOR), tenía un pasado muy alejado de la ortodoxia de la Iglesia. Durante su permanencia en la nunciatura de Montevideo, monseñor Ricca, de 57 años, mantuvo una relación sentimental con un capitán del Ejército suizo, al que alojó y dio empleo en la mismísima legación del Vaticano en Uruguay. Además, su afición a la vida disipada lo llevó a verse envuelto en reyertas de las que salió con el rostro tan magullado como su currículo. Pero el problema va mucho más allá de los pecados mundanos del diplomático vaticano. La cuestión es que nadie de la Curia advirtió al Papa de que el expediente de Battista Ricca había sido blanqueado hasta hacerlo parecer intachable. Lo dejaron equivocarse para, una vez cometido el error, airear hasta el último detalle de la ajetreada vida del hombre elegido por Bergoglio para frenar la corrupción en el banco del Vaticano. El aviso había sido cursado".

El aparato del Vaticano de toda la vida, compuesto fundamentalmente por italianos, no va a resignarse tan fácilmente a que  un sudamericano que parece ir de guay les enmiende la plana de tantos años y ponga en peligro sus trabajadas prebendas y mamandurrias.

Nada humano le es ajeno al Vaticano y desde que el mundo es mundo todas las instituciones funcionan igual: tú mandarás mucho, pero el aparato es el aparato. Si yo fuera Bergoglio no me tiraría muchos días fuera. No por lo que le pueda pasar en Brasil ni mucho menos. Entre los dos millones de jóvenes que está previsto lo aclamen en Río de Janeiro durante toda esta semana hay mucho menos peligro que entre las tejas y los manteos de los pasillos vaticanos.

Cuenta Eusebio Val en La Vanguardia que entre los ocho expertos designados para poner patas arriba la economía vaticana, Beroglio ha nombrado a una joven de 30 años llamada Francesca Immacolata Chaouqui, la única italiana de los ocho. Eso sí, cercana al Opus.

Para mí el Papa no es ni santo ni de mi devoción, pero admito que está mostrando un cierto perfil de personaje literario que apetece seguir de cerca. A ver estos días en Brasil, cuando tenga que coger por los cuernos el toro del aborto, el matrimonio homosexual, el uso de anticonceptivos... a ver cómo se enrolla. Me temo que habrá pocas novedades, como cuando se ponga sobre la mesa alguna vez, si es que se pone, el papel que han de jugar las mujeres en el futuro dentro de la institución, no solo incluyendo a una competente treintañera en una determinada comisión.

Buen trabajo,  Bergoglio. Y una cosa: cuidado con el avión.

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