Las carga el diablo

Alfonso Guerra y sus cincuenta años cotizados

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Me parece perfecto que Alfonso Guerra, en lugar de dedicarse al lucrativo deporte de las puertas giratorias, al que tan aficionados han sido y son muchos de sus antiguos compañeros, haya decidido permanecer en el Congreso como diputado hasta poco antes de cumplir ¡setenta y cinco años!, que será su edad cuando llegue el próximo 31 de mayo.

Me parecerá estupendo que al recibo de la presente se encuentre bien de salud, y celebro además que mantenga en forma tanto su ingenio como su viperina lengua, que tanto divirtió a tiros y troyanos antes, durante y después de esa Transición ahora tan cuestionada y vituperada por tanto perroflauta e incluso yayoflauta desagradecido.

Hubo un tiempo, un largo tiempo, en el que Alfonso Guerra y chascarrillo eran sinónimos. Dales caña Alfonso, le gritaban sus incondicionales apenas le veían aparecer en un atril o en una tarima. Ahora que anuncia su adiós definitivo (veremos), en su despedida no podía faltar alguna que otra perla cultivada como la que transcribo a continuación, soltada con su habitual desparpajo y no menor desahogo:

- Yo es que llevo ya cincuenta años cotizados

¿Y eso es malo o bueno, señor Guerra? ¿Cómo cree usted que le habrá sentado ese comentario a los 140.000 jóvenes que solo en los dos últimos años se tuvieron que marchar de este país, y que dan por perdida la posibilidad de jubilarse y cobrar pensión alguna vez en su vida? Y al camarero, al profesor o al operario contratado por horas, con altas y bajas a diario, con más hojas rellenas ya en sus informes de vida laboral que usted en toda su vida, ¿cómo cree que se le habrá quedado el cuerpo tras escucharle?

Me gustaría saber también cómo se han tomado su comentario tantos profesionales (médicos, catedráticos, militares, investigadores...) que fueron obligados a dejar la actividad en la flor de su vida, cuando todavía tenían mucho que aportar a la ciencia, a la medicina o a cualquier otra disciplina donde la experiencia suele ser un valor añadido. Ciudadanos que no pudieron llegar a los cincuenta años de vida laboral sencillamente porque se les impidió. A los sesenta y cinco, máximo setenta, quedaron fuera de juego.

Claro que hubo otros muchos, cientos de miles, a los que se les truncó mucho antes su trayectoria profesional. Reconversión, eres, o jubilación anticipada fueron conceptos que empezaron a ponerse de moda en este país cuando nos gobernaba el ejecutivo del que Guerra era vicepresidente. Las plazas de los pueblos empezaron a llenarse de cincuentones reestructurados cuya única ocupación para el resto de sus días iba a ser la petanca o el carajillo.

Hubo quienes quisieron y pudieron reinventarse, sobre todo aquellos que contaban con más formación, pero hubo otros muchos que nunca consiguieron rehacer su vida laboral y que vegetaban y continúan vegetando por nuestras calles esperando la muerte mientras escuchan en la tele al otrora cañero mayor del reino presumir de sus cincuenta años cotizados.

imageQue se jubila, dice Alfonso Guerra. Veremos. De momento se cura en salud anunciando que continuará al frente de la Fundación Pablo Iglesias. Pablo Iglesias el suyo, porque al Pablo Iglesias que ahora ocupa portadas en los periódicos se supone que Temas, la revista cuyo consejo de redacción preside Guerra, continuará poniéndolo de vuelta y media como acaba de hacer en su número de noviembre.

Con su anunciado adiós tras 37 años gastados por sus pasillos, el todavía diputado más antiguo del Congreso, incrementa así la nómina de insignes que este 2014 dicen adiós a la primera fila de la política nacional. Cincuenta años de vida laboral. Y sin haber recurrido, de momento, a ninguna puerta giratoria. La verdad es que tiene su mérito.

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