Las carga el diablo

Con Iglesias en el Gobierno vivían –y dormían- mejor

El líder de Podemos, Pablo Iglesias, tras las elecciones en Madrid en la sede de su partido. — Kiko Huesca / EFE
El líder de Podemos, Pablo Iglesias, tras las elecciones en Madrid en la sede de su partido. — Kiko Huesca / EFE

Quiero imaginarme la noche del pasado 4 de mayo a Marhuenda, Rosell, Moreno, Inda, Ferreras, Losantos, Herrera, Alsina y demás artilleros mediáticos en el momento en que Iglesias anunciaba que dejaba todos sus cargos. Quiero imaginármelos pero no acabo de ver con claridad cuál pudo ser su reacción porque no creo que se pusieran a saltar de alegría precisamente. ¿Qué creen ustedes que hicieron, descorchar cava satisfechos o tomarse unos minutos para digerirlo intuyendo que igual no había tanto que celebrar?

Como ninguno de ellos es precisamente tonto, no debieron tardar en recordar aquel manido dicho: "Cuidado con lo que deseas, no vaya a ser que se cumpla". De pronto, se habían quedado sin su objetivo predilecto al que dedicar improperios, invectivas y sonoros insultos a diario. Quizás no sea descabellado aventurar que, desde la noche electoral madrileña, andan sumidos en una especie de desconsolada orfandad.

Los ataques al hasta ese día líder de Podemos por parte de este renovado "sindicato del crimen" mediático del siglo XXI solían partir de un reconocimiento previo: ninguno de ellos ponía en cuestión la preparación intelectual de Iglesias, ni su capacidad dialéctica, todos reconocían, porque son listos, que tenían enfrente a un animal político con tantas lecturas como disposición a ir de frente y llamar a las cosas por su nombre, ninguno se atrevía a cuestionar su arrojo ni su compromiso. En resumen, eran y son plenamente conscientes que se enfrentaban a un personaje llamado a pasar a la historia de nuestro país.

Por eso se dedicaron a revolver pequeñeces, a hurgar en lo personal, a dotar de altavoz triquiñuelas judiciales sin sustancia que meses después acababan siempre archivándose. Tomados uno a uno, Pablo se los ha merendado siempre, y quizás por eso acabaron convertidos en piña mediática capaz de generar un discurso tan tramposo como eficaz. Desde Quintana y Griso al último reportero de calle se impuso una dinámica en la que solían dirigirse a Iglesias en unos términos en  que nunca osan hacerlo con ningún otro líder político.

Aunque le faltaban el respeto en muchas ocasiones, sabían que serían contestados con educación y solvencia, cualidades estas más difíciles de encontrar en personajes como Arrimadas, Casado, Ayuso o García Egea, por ejemplo, por no hablar de cualquier integrante del partido de la ultraderecha.

¿Por qué fue creciendo tanto la inquina hacia Pablo Iglesias? ¿Era producto de la envidia, de la impotencia, de la rabia por no conseguir que él entrara en sus pérfidos juegos, era una mera cuestión personal de cada uno de los gurús que iban a por lana cuando se metían con él y acababan trasquilados? ¿Era solo eso o se trataba también de la necesidad de complacer a instancias más altas donde, como en el lejano oeste, se había decretado la caza y captura del líder de Podemos y hasta es posible que fijado una sustanciosa recompensa a quien acabara consiguiéndolo?

Como ya sabemos que no son tontos, a pesar de la marcha de Iglesias tienen la mosca detrás de la oreja, no acaban de creérselo, no les encaja. En sus últimas semanas de vida política, cada movimiento que iba haciendo les pillaba con el pie cambiado, lo que les obligaba a replantear estrategias constantemente. Quizás por eso no acaban de creerse que haya dado de verdad un paso al lado y continúan alerta, sin renunciar a las pullas, pero obligados a espaciar su periodicidad. Tras años machacándolo sin piedad, parece que no se atreven a cantar victoria y, a juzgar por cómo han ido las cosas en los últimos días, episodio del corte de pelo incluido, dan la impresión de andar tentándose la ropa intentando descubrir cuál es la misteriosa carta que Iglesias puede todavía tener guardada en la manga.

Podría concluirse pues que la dimisión de Iglesias ha dejado un amplio reguero de huérfanos. La jauría mediática anda desconcertada por mucho que lo disimule porque han perdido la batalla. Disparar a Iglesias era parte de la estrategia, pero no toda la estrategia, de una guerra de mayor envergadura. Ellos quieren liquidar al gobierno y ahora se ven obligados a ponerse a trabajar para dirigir los ataques hacia otros nombres y apellidos. Puede que sus nuevas tácticas de provocación no tengan el mismo éxito, que el juego sucio de la justicia y las cloacas no dé más de sí, y haya que ponerle precio, ya sin disimulo alguno, a la mismísima cabeza del presidente del gobierno.

Por otra parte también hay que considerar que Pedro Sánchez, que no consiguió objetivos en Catalunya, se equivocó en Murcia, su partido en Madrid ya no es siquiera el primero de la oposición y en Andalucía tiene abierta una guerra interna que no sabe si ganará, empieza a entender la necesidad de actuar con mayor contundencia si no quiere acabar siendo derrotado antes de tiempo en todos los frentes. Por mucha capacidad de resucitar que haya demostrado hasta ahora, andar cada día en el disparadero mediático no le conviene en absoluto.

Tanto los asesores monclovitas de Sánchez, los mandamases del partido en Ferraz, como el propio presidente del Gobierno de coalición, seguro que han pensado ya en todo esto. Y no creo equivocarme mucho si aventuro que en algún momento, como le ocurre al frente mediático, han llegado a concluir que, con Pablo Iglesias en el gobierno, todos vivían, y dormían, mucho mejor.

J.T.

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