Las carga el diablo

Somos muchos más que Ferreras y compañía

Eduardo Inda y Antonia García Ferreras en La Sexta Noche
Eduardo Inda y Antonio García Ferreras en La Sexta Noche

Con el periodismo estamos acabando los propios periodistas. Un oficio imprescindible cuya técnica no puede ser más sencilla (ir donde suceden las cosas, ver y oír lo que pasa para acto seguido contarlo cuanto antes) nos hemos empeñado en convertirlo en un cometido muy poco de fiar sobre todo cuando hay quienes cierran filas con aquellos colegas (o presuntos colegas) que lo usan para medrar, distorsionar o conspirar haciendo de la manipulación y la mentira sus principales herramientas de trabajo.

Nunca hemos estado demasiado bien vistos los profesionales del periodismo, pero tras el caso Ferreras la poca consideración social de la que aún podíamos gozar está quedando para el arrastre. Ser testigos en primera línea de lo que sucede en el mundo de la política, la economía o la cultura supone un privilegio que estamos obligados a administrar con la mayor decencia. Tener en nuestra agenda los números de los principales actores en cada uno de estos campos no puede hacernos perder la perspectiva. No somos ellos, no somos como ellos, no podemos ni debemos intimar con ellos. Se equivocan quienes piensan que "confraternizar" es necesario para hacer bien nuestro trabajo.

La cordialidad y las buenas formas no tienen por qué confundirse con el compadreo, mantener las distancias es obligado. Por eso resulta tan pornográfico escuchar, no a un periodista cualquiera sino nada menos que al responsable de la línea informativa de todo un canal de televisión, cómo se jacta de "haber matado" a un líder político, cómo habla de "darle una hostia" al presidente del Gobierno o cómo un determinado partido político "sufre de cojones" cuando se le atiza.

Hay un par de palabras mágicas en nuestro oficio que resultan imprescindibles para preservar la dignidad de lo que hacemos: son los términos "contrastar" y "verificar". No se puede jugar con esto, nos va nuestra credibilidad y nuestro prestigio en ello. Una información que nos parezca burda o poco fiable no debemos divulgarla bajo ningún concepto hasta tenerla contrastada por nosotros mismos. Ningún asunto se puede despachar recurriendo al falso equilibrio que supone justificar la infamia porque se cuenta con la opinión de la persona afectada, mucho menos si se trata de un material que atenta contra el honor de alguien o pone en cuestión su buen nombre.

La mentira no puede ser un instrumento de trabajo del periodista. Tampoco del político, pero es problema de ellos si lo hacen y obligación nuestra pararles los pies, no servirles de altavoz. Cuando escuché a Ferreras hablar con un personaje como el comisario Villarejo en el tono cheli y procaz que se puede comprobar en las grabaciones que ha dado a conocer Patricia López no podía dar crédito.

Oírlo además admitir que difundió una información que a él le parecía burda, es decir, poco consistente, exige, al margen de las obligadas demandas judiciales, una contundente e inequívoca reacción por parte de quienes nos dedicamos al trabajo periodístico. Por eso me desespero cuando compruebo que transcurren los días y eso no se produce. Por eso no puede entender que continuemos todos como si aquí no hubiera pasado nada. Que los periódicos, las radios y las televisiones estén en manos de unos cuantos desaprensivos y que los medios públicos hayan olvidado su razón de ser no puede hacernos olvidar la verdadera esencia del periodismo: nuestro trabajo se debe a los lectores, a los oyentes, a los espectadores, y los dueños de los medios tienen la obligación de propiciar que eso sea así.

La postura oficial de las asociaciones profesionales de la prensa tampoco está contribuyendo a mejorar las cosas. El comunicado que han hecho público hablando, a estas alturas, de "supuestos" audios y rasgándose las vestiduras porque la polémica surgida a raíz de su difusión "desprestigia" a todo el colectivo de periodistas españoles, me produce verdadero bochorno. En el escrito lamentan que "detrás de toda esa polémica se puedan encontrar intereses espurios contra la libertad de prensa y el derecho a la información" . Traducción: que, según ellos, lo que desprestigia al periodismo no es que haya periodistas que mientan, sino que esto se denuncie.

Pero, vamos a ver, ¿estamos todos locos? ¿por qué no se denuncian en el comunicado las infectas prácticas de Ferreras y tantos como él que durante años vienen dedicándose a confraternizar con las cloacas y a difundir informaciones contaminadas? ¿por qué no se condena esta infame manera de entender el periodismo, que es lo que realmente lo desprestigia, y en cambio se limitan a "lamentar" la polémica surgida a posteriori? En lugar de apuntar hacia la causa lo hacen hacia la consecuencia y, sin especificar a qué se refieren, se quejan de "las dificultades, presiones, amenazas y agresiones o comentarios insultantes en redes sociales" ¿Se puede enfocar un asunto tan grave de manera tan ambigua, tan tendenciosa y tan malintencionada?

¿A qué demonios estamos jugando? El corporativismo mal entendido solo nos puede llevar a la ruina definitiva, así que se impone actuar para que desaparezca de una vez por todas el olor a alcanfor en una instituciones profesionales que en principio deberían representar los intereses de todos los periodistas y no solo de los amantes de la genuflexión y el baboseo (bien pagado, por supuesto) ante los poderosos. No queda otra que regenerarse, que reinventarse, que pegar un puñetazo en la mesa de una vez y hacer borrón y cuenta nueva. Estamos tardando.

¿Qué es eso de que tenemos que protegernos entre nosotros? ¿A qué viene ese corporativismo mal entendido? No todos los periodistas somos iguales, hay muchas maneras de vivir en y del oficio, empezando por las escandalosas diferencias salariales entre algunos figurones y los profesionales de a pie, y terminado por las distintas maneras de concebir qué significa ejercer nuestro trabajo con honradez. Hay que encontrar la manera de expulsar a los mercaderes del templo. El periodismo es un cometido bonito e imprescindible que no puede continuar estando en manos de cuatro facinerosos.

Tenemos que seguir hablando de esto una semana, y otra y otra... No podemos dejar que ocurra como con buen parte de las noticias, que hoy ocupan todas las primeras páginas y al día siguiente nadie se acuerda. Tenemos que insistir porque, aunque el prestigio de lo que hacemos está ya por los suelos, nuestra obligación es reivindicar que la decencia es posible, que el trabajo bien hecho existe. Somos muchos más que Ferreras y compañía. Ellos, en cambio, son pocos y cobardes, como en aquel álbum de Loquillo y los Trogloditas.

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