Las carga el diablo

¿A qué demonios estamos esperando?

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y la vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz, en el Congreso de los Diputados. E.P./Alberto Ortega
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y la vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz, en el Congreso de los Diputados. E.P./Alberto Ortega

Las vacaciones de agosto suelen servir para escuchar voces y opiniones que por lo general no son las de tu rutina habitual. Hablas con familiares y amigos con los que apenas tienes contacto durante el resto del año y mantienes conversaciones que en teoría deberían ser algo distintas a las habituales. No tardas en darte cuenta de tu equivocación: los lugares comunes son los mismos que en tu trabajo o en los bares del barrio donde vives, los nombres propios que se manejan varían también muy poco, igual ocurre con los tópicos, con los bulos y con las críticas al Gobierno de coalición. Los asuntos estrictamente locales ocupan un porcentaje escaso en los temas de conversación de unas sobremesas donde el veraneante comprueba en seguida hasta qué punto cala, aunque nos encontremos en el rincón más escondido del país, la política de desinformación a destajo que sufrimos desde hace dos años y medio.

El Falcon, los Eres, Bildu, el chalé de Galapagar, la niñera, Cuba, Venezuela... Esos son los lugares comunes, el mantra que no solo no cesa sino que ha calado tan hondo que continúa repitiéndose sin cesar. La moda es hablar bien de Ayuso y mal de Irene Montero, Feijoó es la gran esperanza blanca y Sánchez ese señor antipático que nos lleva a la ruina. Los que tienen claro que eso es mentira callan y los propagandistas de bulos se crecen en las paellas familiares de mediodía y los cubatas de sobremesa. Lo cool es poner a parir al Gobierno de coalición, proclamar a los cuatro vientos el aumento del paro y el crecimiento de la inflación...

Nada de admitir que lo del precio de la energía es un alivio, que bajan los carburantes, que la revalorización de las pensiones está garantizada y que el sueldo mínimo está en mil euros y seguirá subiendo, nada de plantear qué habría pasado si en los dos últimos años en la Moncloa hubiera habido un gobierno compuesto por la derecha y la ultraderecha; la corrupción del PP como si no existiera, los muertos de las residencias como si no existieran, los destrozos en sanidad y educación en las autonomías donde gobierna la derecha como si no existieran, del emérito ni una palabra, ni de las cloacas, ni de los jueces corruptos... No hablo de oídas, créanme, me he movido mucho este verano y he procurado poner el oído en conversaciones de bar, charlas familiares y reuniones de toda índole... Una ruina.

La eficacia propagandística de los voceros de la derecha queda pues más que probada. Y surge, claro está, la pregunta del millón. ¿Cómo hemos podido llegar hasta aquí? ¿A quién es atribuible que en el imaginario popular se haya instalado ignorar, correr un tupido velo sobre los desmanes de la derecha y su innegable peligro para los intereses de la mayoría de los ciudadanos?

¿A qué o a quienes hay que achacar que esté bien visto arrearle estopa por sistema al Gobierno de coalición sin conmiseración alguna despreciando un trabajo en materia de igualdad, de derechos laborales, de avances sociales o de aprobación de leyes progresistas, asuntos estos que no solo han contribuido a aliviar serios reveses en los tiempos espantosos que llevamos vividos sino que nos prepara para afrontar mejor los que parece que nos quedan por vivir?

Por más vueltas que le doy, no acabo de entender la laxitud, la escasez de sangre en las venas de quienes olvidan que gobernar no consiste solo en hacer cosas sino que además se tiene la obligación de ponerlas en valor para que los beneficiados de las medidas, que son millones de ciudadanos, las conozcan y lo reconozcan. Eso no está ocurriendo.

Quien está ganando por goleada eso que llaman "el relato" es la derecha y la ultraderecha con su particular enfoque torticero y manipulador ¿Son solo los medios de comunicación los responsables de esto, como últimamente todos parecemos convenir en diagnosticar? Yo creo que no, que hay que ir más allá.

¿Qué están haciendo los partidos, qué están haciendo los sindicatos, las organizaciones sociales?, todos aquellos colectivos progresistas que luchan por los derechos de la ciudadanía y contra los desmanes de la derecha, ¿dónde están metidos? ¿dónde está la capacidad de organización, de réplica para impedir que los bulos, los fakes, las mentiras y la desfachatez ultraderechista dejen de campar a sus anchas de una manera tan impune como eficaz?

El momento de pensar qué país queremos para los tiempos venideros es ahora: para este otoño, para el 2023, para los próximos cuatro y ocho años... El momento de frenar la capacidad que la derecha tiene de calar con sus mensajes procaces y frentistas debió empezar hace mucho. No me cansaré de repetir que vamos tarde.

Es verdad que una de las prioridades inaplazables es poner pie en pared con la perturbadora manera de informar que se ha instalado en la mayoría de los medios. Pero parece claro que aunque eso sea condición necesaria, no es en absoluto suficiente. La pasividad, la indolencia, la pereza, incluso la confianza, son lujos que las izquierdas de este país no se pueden permitir ni un solo minuto más. Estoy seguro de que eso lo tenemos claro la mayoría. Entonces, si es así... ¿a qué demonios estamos esperando?

J.T.

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