Corazón de Olivetti

Un faraón entre rejas

A ese anciano entre rejas, enfermo y tendido sobre una camilla, le acusan de cargarse a 850 personas. Fue el sucesor del carismático Anwar el-Sadad. Hosni Mubarak, el rais, el último de los faraones que gobernó treinta años a su país con mano de hierro y urnas de humo, un día apoyaba los acuerdos de Oslo y otro arropaba a Israel sobre la franja de Gaza.
Socialdemócrata en la Internacional Socialista, abrió Egipto a la economía de mercado y acumuló alrededor de 70.000 millones de dólares cuando el 40 por ciento de sus ochenta millones de compatriotas se conformaba con un promedio de dos dólares al día. También tenía baraka: se libró por los pelos de un atentado durante su visita a Etiopía en 1995.

Georges W. Bush se reunía con él, con Tony Blair y con José María Aznar para hablar de Irak. Bill Clinton, como Carlos Menem y otros líderes mundiales, se ufanaban de ser sus amigos. Y Mubarak era un buen amigo de EE.UU., según Dick Cheney. Tanto que Washington le enviaba alrededor de 1.500 millones de dólares anuales, sobre todo en asistencia militar, desde instructores a cazas, tanques M1 Abrams o gases lacrimógenos.

Cultivó amistades peligrosas como la del mariscal Tantaui, su ministro de Defensa y por lo tanto cómplice en la represión de los disidentes de su monarquía republicana. Ahora dirige ese Ejército egipcio que asumió temporalmente el poder y cada día fecha para más tarde la hora de soltarlo. Lo mismo Tantaui decide quedarse al mando como nuevo faraón, el nuevo rais. Hasta que alguien lo encierre en una jaula en la Academia de Policía. Un amigo –suele oírse en El Cairo—hace sufrir tanto como un enemigo.

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