Corazón de Olivetti

Viva Berlusconi

El delincuente de cuello blanco no se cree delincuente. Es un inversor, dice; un padre de la patria que echa más horas de las que le pagan, o un seguidor de la Escuela de Chicago. Algunos de ellos nos están mangando la cartera sin que se le caigan los gemelos.

Y si hemos logrado crear un Tribunal Penal Internacional en cuyo banquillo no están todos los que son, pero son todos los que están, quizá cabría plantearse crear un tribunal financiero del mismo rango, para que purgue sus crímenes esa caterva de nazis del dinero, de genocidas de la utopía que expone a las bolsas a una continua noche de cristales rotos y nos va encerrando en un oscuro zulo de acojone.

Ante esa sala suprema de justicia tendrían que responder los oscuros impresores de los bonos basura, los francotiradores del desahucio y los torturadores que aprietan su cinturón sobre nuestra vida cotidiana. Que paguen por sus delitos los centros off-shore, los evasores de impuestos y aquellos que blanquean los pingües beneficios de esa economía tahúr que nos sumerge a todos en un mundo anterior a las reformas fiscales, donde sólo existiera el derecho de pernada.

Hoy hay caso. Ningún Karadzic de Wall Street ve un dedo acusador contra su semblante de portada del "Time"; tampoco ningún Pinochet de los bancos sin escrúpulos o los Bin Laden de esas empresas que telefonean despidos en tanto obtienen suculentas ganancias. Abandonad toda ilusión: aquí sólo siguen yendo a la trena los robagallinas y los manteros.

Y lo peor de esta crisis es que, esta semana, por una vez, quisimos que saliera ganando Silvio Berlusconi. Alguien, pardiez, tendría que responder por ello.

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