Corazón de Olivetti

Canción rumana para una feria

A Ionela Rus, la adolescente rumana que sigue en peligro en la UCI de un hospital castellano-manchego, las coplas de "Camela" que quizá sonaban en la calle del infierno de Villacañas, se le antojaran parecidas a maneles, esas canciones balcánicas de su patria.

Vino de vacaciones junto a su familia emigrada, para volar a bordo de la vagoneta mortal de una atracción de feria. El accidente segó la vida de tres jóvenes compatriotas suyos y no hay taraf que pueda aliviar semejante luto. Hartos quizá de que propios y extraños sigan chupando su sangre, los rumanos han aprendido a refugiar su lástima en esas melodías alegremente amargas, a pesar de que sus acordeones hayan tenido que irse con la música a otra parte. Esos grupos gitanos han salido masivamente de allí porque en su país no les quieren. Pero en el resto de Europa, ni les quieren a ellos ni al resto de sus nacionales: a pesar de que Rumanía ya forma parte de la Unión y sus trabajadores constituyen el segundo colectivo inmigrante en España, nuestro país acaba de aprobar una moratoria para seguir exigiéndoles visado.

Los españoles solemos comportarnos como ese cacharro de verbena y arrojamos al vacío la canastilla en la que vuelan los sueños de los sin nada. A pesar del paro galopante y de la crisis que no cesa, seguimos necesitando inmigración, para asumir a menudo trabajos que ni siquiera quieren nuestros propios desposeídos. No obstante, como esa cesta metálica de una feria triste, expulsamos empero a quienes vienen a buscarse la vida. Y veneramos, sin embargo, a los trileros que nos mangan los euros en las rápidas de la Bolsa.

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