El imperio se desploma a la velocidad que los científicos atribuyen ahora a esos neutrinos que desmienten a Einstein, nuestra última religión verdadera. Un satélite se precipita en caída libre como las bolsas sobre el Pacífico, pero en las casas del pueblo han cambiado a Pablo Iglesias por las obras completas de Asterix: "Por Tutatis, el cielo se cae sobre nuestras cabezas", anticipan los secretarios generales, mientras Obelix se apresura a agarrarse a su escaño como si fuera un menhir, a la manera de aquellos calvos de Forges en la poltrona de la transición.
En los momentos chungos, nos damos de hostias por un clavo ardiendo: "Las mujeres y los niños primero", suele gritarse en los naufragios. Sin embargo, las damas y los más jóvenes están siendo arrojados por la borda en las próximas candidaturas del PSOE al Congreso y al Senado. Los mismos que venían preconizando la igualdad parecen dispuestos a que haya menos chicas en la Carrera de San Jerónimo y en la Plaza de la Marina Española que en las cortes constituyentes. Ocurrió en Finlandia: cuando derogaron las cuotas y las listas cremallera porque parecía que ya no hacía falta imponerlas por ley, volvieron los parlamentos Veterano, cosa de hombres.
Los socialistas han colocado a España en primera línea de las políticas de igualdad, desde la ley del mismo nombre o las normas contra la violencia de género, o la reforma de la Ley del Aborto enconada durante décadas. Por no hablar de sus iniciativas a escala europea como la reciente ordenanza común para perseguir en todo el territorio de la Unión a esos que dicen que quien bien te quiere te hará morir. Durante nuestra presidencia europea, el Gobierno del PSOE reforzó la declaración de Pekín y respaldó la iniciativa de ONU Mujeres que actualmente lidera Michelle Bachelet. En ese proceso, La Moncloa ni siquiera escatimó sacrificios rituales como el de Bibiana Aido, arrojada a los pies de la caverna.
Cabe preguntarse ahora si tantas idas y venidas, tantas vueltas y revueltas fueron de alguna utilidad. Sobre todo, cuando en vez de ceder paso como también haría un caballero, vemos apelotonarse ante los puestos de salida de los próximos comicios a un sinfín de masculinos singulares, sin memoria y sin vergüenza. O que tan sólo atinan a disculparse con un escueto: España y nosotros somos así, señora.
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