Corazón de Olivetti

La crisis de los príncipes

 

La monarquía entró en horas bajas cuando algunos príncipes cambiaron las carrozas por patinetes motorizados, maldita Blancanieves. Así, se veía venir que la Casa Real pudiera contagiarse de virus tan democráticos como los divorcios o los banquillos de los acusados. A este paso, acabarán mordiendo la manzana envenenada de la crisis y los recortes tal vez afecten a los presupuestos de la Jefatura del Estado. ¿Se habrá rebajado el Rey su sueldo de alto cargo? ¿Se verán afectadas las percepciones de los familiares de sus familiares por el severo ajuste de los funcionarios? Tanto IU como el Bloque han exigido ya que la tijera –aunque sea dorada—también entre en La Zarzuela.

Empiezan a tremolar de nuevo las tricolores al socaire de que Iñaki Urdangarín, marido de la infanta Cristina, tenga malas compañías empresariales. El caso Noos puede convertirse en un nuevo motín de Aranjuez con el ejército financiero franco-alemán a punto de invadir España con las bayonetas de la contención del déficit. La presunción de inocencia de este hijo político de Juan Carlos I debiera ser tan real como la que asistía al deseado e indeseable heredero de Carlos IV. Pero resulta lógico calibrar que la primera familia de este país debe extremar su pulcritud, máxime si le asisten privilegios tan curiosos como su extremado blindaje ante las injurias.

La sospecha sobre su yerno es el peor tendón de Aquiles del juancarlismo. Y no sólo porque la Fiscalía termine imputando al padre de cuatro de sus nietos, sino porque quizá reaparezcan viejas madrastras olvidadas: aquellos negocios de Manuel Prado, las cuentas de Banesto, o la extraña firma del monarca en la solicitud de indulto de Marc Rich, el evasor de impuestos que tenía relaciones con su cuñadísimo Luis Gómez Acebo. A lo peor el problema estriba en admitir plebeyos en las cenas de Nochevieja. Esto pasa en las mejores familias, pero quizá sería preferible que para representar a la soberanía de su pueblo, Cenicienta dejase de perder zapatos y los príncipes renunciaran a su corona. Mejor que acudan, vestidos de gala si es su gusto, al poco chic pero digno baile de las urnas. Eso sí que nos encantaría.

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