Corazón de Olivetti

Me alegro por Ana Mato

 

Ana Mato,artífice de la exitosa campaña electoral del PP, ignora que por la boca muere el pez. Ya le ocurrió en plenos comicios cuando propagó la leyenda urbana de que los niños andaluces estudiaban sin pupitres y despatarrados. Habrá que ver qué dice ahora, como ministra de Salud y otras yerbas, sobre los saturados servicios de urgencia de algunos hospitales en vías de extinción.

Entre sus actuales responsabilidades, figura la de Igualdad, un cometido que ni siquiera se articula hoy a través de una secretaría de Estado como ya la degradó ZP. Y, en ese contexto, ella ha vuelto a eludir el término de violencia machista para sustituirlo por el de violencia en el entorno familiar. No es la primera vez que lo hace. Las palabras no importan, aseguró. Si fuera así, ¿por qué su partido le da tanta importancia a la voz matrimonio cuando se aplica a las bodas de los homosexuales? Hay palabras y palabros, debe pensar. Pero a unas y a otros las carga el diablo: ¿violencia en el entorno familiar? El concepto de familia del que tanto alardean los conservadores españoles, ¿no nos remite a Heidi antes que a los Simpson.

Una de las primeras medidas de Su Ilustrísima no debiera ser la de modificar la ley de violencia de género, como ya ha anunciado, y sustituirla por otra que satisfaga a la caverna que aún habla de dictaduras feminazis. Tendría que modificar la Ley de Igualdad. O, en caso contrario, obligar a cumplirla al presidente Rajoy: según su articulado, es ilegal un gobierno con tan sólo cuatro ministras.

Las palabras no importan. Bibiana Aido pronunció el tabú "miembra" y la lincharon. No le fue mejor a Leire Pajín en el macroministerio que ahora ocupa Mato. Revisen las hemerotecas y la batería de calificativos contra ambas o contra otras ministras sociatas: desde sastrecillas a asesinas. Me alegro que Ana Mato no se encuentre con similares improperios. Las palabras sí importan. Y no es lo mismo la crítica democrática que los chascarrillos cuarteleros y los escupitajos de taberna. Claro que ese distingo lo ignoran muchos de quienes auparon a sus actuales señores, señoras y señorías hasta el banco azul.

 

 

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