Corazón de Olivetti

Que se ajusten, coño

 

 

No sabemos si salvarán el euro, pero de momento nos están echando a perder la democracia. Nos asustan y nos ajustan. Ya han convertido la Constitución en un libro de cheques sin fondos: que se ajusten, coño, gritan humillantemente a nuestro congreso de los diputados el tricornio de la troika, la acorazada Brunete del Bundesbank, el elefante blanco del banco central europeo. Los mercados uniformados tienen a la salud y la educación acorraladas en el hemiciclo, mantienen a las pensiones como rehenes y han bancarizado los medios de comunicación con los suplementos de color salmón apuntándonos a la nuca.

Del ruido de sables, a la machacona música de las agencias de rating, sin nadie que parezca preguntarse verdaderamente en voz alta: ¿y si nos rebelamos y organizamos un maquis de ideas frescas, una guerrilla desarmada contra tantos desalmados?

El Rey se cae y España también. Los monárquicos dirán que nuevamente su señor está a la altura de las circunstancias. Si se le comparase con la Alemania de hoy –socialdemócratas y democristianos vuelven a cabalgar juntos en esto--, la Margaret Thatcher de ayer parecería una militante de la Joven Guardia Roja. Aunque la asignatura pendiente de la deuda española la dejan para septiembre, los dueños del cotarro repiten el estribillo de que vamos en la dirección correcta: por eso, Mariano Rajoy habla en pesetas y Alberto Ruiz Gallardón en Queipo de Llano. España dejará de ser verdaderamente grande y libre, como durante los últimos treinta años, pero volverá a ser una, a fuer de arrinconar a las autonomías contra las cuerdas. Lo que no pudieron los tirantes de Fraga Iribarne lo podrá, a pesar de las tiranteces, el consejo de política fiscal y financiera prácticamente en manos de un partido que nunca creyó en el café para todos ni en más nacionalidad que la de los estancos. Si no te gustan las noticias, decapita a Ana Pastor. Al No-Do de este formidable Gran Hermano le parece chungo que los sindicalistas como Ignacio Fernández Toxo tengan vacaciones y les resulta lógico que nuestro presidente se tome un asueto aunque ya no se lo pague la Red Gurtell y coloque de becario de nuevo a su parachoques Esteban González Pons.

Aunque ya hace mucho que supimos que no se juega con las cosas de comer, volveremos a cambiar la dieta mediterránea de los comedores escolares por el phoskitos y nuestros hijos tendrán que decidir otra vez si olvidarse del donut o de la cartera camino de un colegio  que será menos público, a bordo probablemente de transportes privatizados como lo será Renfe, con una flota más vieja que la de Argentina. Del cheque bebé al no hay un duro para las guarderías apenas han pasado dos años. Hubo un tiempo que nuestros gobernantes amasaban promesas imposibles. Hoy se afanan en recortes más que probables, que nos llevarán más temprano que tarde a los diez millones de parados, mano de obra barata para que los salarios se desplomen hasta el 30 o el 50 por ciento incluso entre los yuppies que han logrado milagrosamente recolocarse después de pasar el sarampión de un ERE.

Dirán que el rescate por venir será suave, que es lo mismo que pregonar que nuestros soldados van a la guerra, en misiones de paz, para matar poquito. Sin embargo, lo peor no es que nos venzan, sino que nos dejemos derrotar. Si nos congelan los sueldos, congelémosles la sonrisa. Si pretenden quitarnos la ley de dependencia, declaremos nuestra independencia. Y si nos quieren cobrar por la justicia, hagamos que ellos paguen por su injusticia.

Contra su golpe de Estado, más estado. Contra el secuestro de la soberanía, más soberanía. Contra la democracia detenida otra vez en los calabozos de la Puerta del Sol o en los de la Puerta de Brademburgo, gritemos nuevamente, como lo hicimos entonces, en ese tiempo pretérito al que nos están llevando los viejos cangrejos del yugo sin flechas: amnistía, libertad y gobierno provisional.

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