Corazón de Olivetti

Rajoy en las Marismillas

 

 

"Pues no está mal la chabola", se habrá dicho Mariano Rajoy al orear el Palacio de Las Marismillas, en Doñana, para estas vacaciones suyas que no son vacaciones porque él es la lucecita que nunca se apaga en España, aunque sea buscando la puerta trasera del garaje para eludir a la prensa o a esos manifestantes que crecen como enanos en el caso de que él pusiera un circo.

Ha mirado sigilosamente a un lado y a otro, por si se emboscase en la fronda algún ecologista que pudiera acusarle del calentamiento global. En un plisplás, le ha echado entonces aerosol a las habitaciones, para hacer desaparecer cualquier rastro de su predecesor, ZP, como se le conocía tal que fuese un insecticida antiguo pero de cuyo nombre ni quiere acordarse porque por poco le quita la exclusiva de los ajustes, su plusmarca de dinamitero, sus subidas de impuestos tan sólo equiparable a las del sheriff de Nottingham: "Recuérdame que le pregunte a Soraya a cuanto me sale el IVA por todo esto", le ha escrito a su santa en un post-it sobre la nevera.

Se ha calzado un meyba y se ha ido a la playa para rendir un postrer homenaje a la memoria de Fraga: "Qué orgulloso estaría de mi, don Manuel. Hoy, la calle es más nuestra que nunca". Hasta el último momento, estuvo dudando entre tomarse vacaciones o no: "Lo mismo tendría que sacrificarme por España". Carlos Floriano por poco le deslumbra con sus rayos uva cuando le llamó al móvil: "Ni se le ocurra, jefe. Usted tiene que dar ejemplo y disfrutar de las vacaciones, como hacen los parados durante todo el año". No obstante, parece inquieto y de hecho ha preguntado a los guardias civiles si han vislumbrado algún jornalero por los alrededores: "Lo mismo Sánchez Gordillo me ocupa la salita de estar y tengo que llamar a Soledad, a la Defensora del Pueblo, para que tome cartas en el asunto y los meta en cintura". En Almonte, ha mantenido una entrevista con la Santa Paloma, durante el Rocío Chico: "Tú debes comprender mis temores. A fin de cuentas, todos somos personas y los almonteños saltan tu reja todas las primaveras, como si fueran bolcheviques ante el Palacio de Invierno". Echa de menos Sanxenxo, eso sí, y sus amables veladas con Ana Pastor, la buena. Pero en plena madrugada se ha despertado sudando: en su pesadilla, el pueblo se llenaba de un enorme gentío, pero no eran romeros sino afectados por las preferentes y socios de la federación de consumidores.

Malos tiempos para pasar a la historia, reflexionará por los mismos recovecos que recorriesen, dos siglos atrás, Francisco de Goya y Cayetana de Alba –que a pesar de su edad no es la misma que la de hoy--: "Cuanto le echo de menos", sollozará en un suspiro, pensando en Jose Mari. "Te llevo en la cabeza y en el corazón", apenas pudo decirle cuando le relevó en La Moncloa. ¿Estará su héroe de las Azores jugando al paddle con Alberto Ruiz Gallardón, dónde y con quién estará luciendo su melena al viento, su tableta de chocolate? ¿Tendrá algo que ver con que Ana Botella le haya fastidiado la sorpresa al anunciar que pedirá el rescate a la Unión Europea?

En rigor, Mariano Manostijeras ya conocía La Argónida este caserón en el único parque nacional de España: "Espero que si Miguel Arias cambia la Ley de Costas, Montoro no quiera urbanizarlo para venderlo como un resort para crear confianza en los mercados", rezongará mientras se atusa la barba, pensando en afeitársela para que no le reconozcan los funcionarios por la calle. Qué buenos veranos echó aquí con Aznar, incluso con Artur Mas, aquel 2002 cuando le ofrecieron que el PP se fusionara con CiU a la manera de dos cajas de ahorros camino de la bancarización. En más de una ocasión, pudieron contemplar el majestuoso vuelo de los flamencos sobre las marismas, aunque se sorprendieron, eso sí, de que no cantasen nunca.

Esto es el paraíso. Aquí no hay mineros como los de Suráfrica ni siquiera como los de Asturias. Aquí siempre es verano y nunca llega el 15-M. Tiene que invitar a Angela, se promete mientras mira el wasapp por si la canciller alemana le ha mandado un mensajito. El poder tiene sus compensaciones, se conforma mientras pone a Richard Clayderman en su mp3 y recuerda aquel paseo en barca por ella en el lago de Chicago, porque quizá sueñe con embarcarla en el buque Real Fernando, hasta la desembocadura del Guadalquivir: "Espero que Elvira no sospeche nada de lo nuestro. Mira que intentamos disimular nuestro idilio hablando en público del Bundesbank, de mi prima de riesgo y llevando de carabina a Mario Draghi". O quizá todo esto sea un mal chiste. Como este país, aquí y ahora.

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