Corazón de Olivetti

Madre y madrastra España, madre y madrastra Europa

 

Las banderas no dejan ver la cola del paro, pero en los tiempos que corren hay mucha gente que se hace necesariamente patriota del banco de alimentos.

Ya sucedió en el pasado, a qué extrañarnos: cuando las bolsas crujen, crecen las arengas, las ideas son atropelladas por las consignas, reverdecen los himnos y la desesperación busca culpables a quienes cargarles el mochuelo de tanta desesperanza. En estas circunstancias, Greenpeace debería iniciar una campaña para proteger a los chivos expiatorios.

Cataluña busca su muñeco de pim-pam-pum en esa España rancia, casposa y mentecata, empeñada en batir sus propias plusmarcas de torpeza y facherío. Y España la descubre en Cataluña, en el separatismo contra el que se alzan camisas rapadas y yugos sin flechas, pero también esa clase media que ignora tanto que ni siquiera sabe que ya no lo es y a la que han hecho creer que las autonomías son intrínsecamente perversas y que España debe ser como siempre, una, más pequeña y menos libre.

Mientras nuestros próceres están acariciando la idea de restaurar el Santo Oficio para la nueva reforma del Código Penal y lapidar a las abortistas no más quedarse embarazadas, seguimos sin darnos cuenta de que buena parte del problema que en estos días tenebrosos nos atribula, quizá estribe sencillamente en que Europa no es Europa propiamente dicha.

Día de la Hispanidad que desprecia a los sudacas o que les teme. Premio Nobel de la Paz a una Europa que comercia con armas y con almas, como si el galardón que concede la extracomunitaria Noruega fuera un burdo oximoron, un chiste zafio, una paradoja del espacio-tiempo. Y lo que tendría que hacer Oslo si tanto nos quiere es pedir el ingreso en la Unión Europea en lugar de darnos cariñitos desde el tendido siete.

Madre y madrastra, España. Madre y madrastra, Europa. ¿Con cuál de vosotras me quedo si es que tuviese, empero, que quedarme con alguna?

Con la España heroica, claro, pero no la de los conquistadores de lo que fueron descubriendo sino la de los Alvar Núñez Cabeza de Vaca, que fueron capaces de dejarse descubrir y conquistar al mismo tiempo. No con el imperio decadente, sino con la Ilustración, que fue capaz de medir el Ecuador o cruzar los mares del sur y Nueva Granada, de punta a punta, en busca de flores y no de El Dorado. La de Alonso Quijano, no la de Fernando VII.

Con la Europa de los pueblos y no con la de los bancos; con la del Tribunal Penal Internacional y no con la de las bombas de racimo, la del escudo de misiles anti-misiles, la que nunca fue capaz de consolidar la UEO frente a la OTAN. Con la Europa del estado del bienestar y no la del malestar sin estados. La que tendría que haberse unido democráticamente antes de unir su moneda y su avaricia. La que tendía la mano a los fugitivos de las dictaduras y no la que cierra sus fronteras a quienes huyen del hambre, que siempre fue la peor tiranía.

Ignoro donde queda mi patria, pero no es esa que quiere españolizar a los catalanes, sino la que debiera querer catalanizarse, vasquizarse, galleguizarse, andaluzarse, castellanizarse, canarizarse, balearizarse, extremeñarse, riojarse, asturianizarse, cantabriarse, aragonizarse, valencianizarse, etceterizarse o murciarse porque supiera que no hay mosaico sin teselas, ni muchedumbre sin individuos.

A menudo la paz, cantaba Raimon, no es más que miedo. Y quizá por ello le han dado a Europa el premio Nobel de lo mismo, porque el miedo recorre las factorías, estremece a los colegios y guarda la viña. No es esa Europa la mía sino la de la Revolución Francesa, la de las sufragistas y la de los sindicatos, la que supo levantarse de la peor de las derrotas y administrar su victoria con la generosidad de los sabios.

Nada más lejos que Europa. Nada más lejos que España. Mientras, la hipocresía volvía a recibir uno de los galardones anuales que instituyó el inventor de la dinamita. Mientras un desfile militar apeaba de la primera línea del protocolo de la Casa Real a la infanta que hubiera debido heredar la Corona si en esta nación no rigiera todavía la ley sálica. Y así, cuando en Venezuela era reelegido democráticamente un presidente que es tachado como déspota por los demócratas, el rey de España al que no elegimos cada cuatro años abroncaba en público al presidente al que no tendríamos que haber elegido nunca.

Mi madre, lejos de las madrastras, quizá sea la tierra de la perplejidad, la república de escepticismo, la convicción de que mis compatriotas son esos que se arremolinan a diario ante la sopa boba de un convento que ya no está para muchos milagros.

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