Corazón de Olivetti

Sin primavera en Turquía, sin verano en Europa

¿Alguien pensaba que Recept Tayyip Erdogan fuera un demócrata?Que se lo pregunten a los kurdos, por ejemplo. Cuando el ayuntamiento de Sevilla, gobernado en su día por PSOE e IU, le condecoró hace tres años, un joven de dicho pueblo le arrojó un zapato que no llegó a darle, pero por el que ha tenido que cumplir dos años y medio de condena en una cárcel andaluza. Los meteorólogos tienen razón, no habrá primavera turca, pero tampoco el verano de las libertades llegará a Europa, cuando con la crisis comunitaria crece la espiral represiva sobre las minorías y sobre los indignados: lo que no consiguen con los antidisturbios lo logran las multas, las sanciones o las calumnias.

Hace treinta años, Günter Walraff ya denunciaba, en "Cabeza de turco", la marginación de los currantes de dicha nacionalidad en la Alemania rota donde mandaba más el Bild Zeitung que el canciller de turno. Ahora mandan más los bancos que Angela Merkel, aunque cabe la posibilidad de que ella sea, en realidad, un avatar de la banca. Ahora no tienen que irse a Alemania para que lo repriman: Turquía arde desde Takzim a Gezy y las revueltas se extienden a ochenta ciudades, mientras los gobernantes hacen redadas de abogados con togas y periodistas con cámaras. Deben estar preparándose tal vez para entrar en la Unión Europea donde se detiene a los inmigrantes sin cometer delitos en prisiones que no están reconocidas como tales, nuestros célebres CIEs, contra los que lleva clamando desde la ONU a Amnistía Internacional sin que nadie ordene su cierre de una vez por todas. En eso no estamos solos, por cierto; la represión contra la inmigración en Europa viene siendo denunciada por la Comisión de Derechos Humanos de la ONU como si pronunciara el sermón del desierto.

Visto lo visto, a este lado del mundo, importa más la libertad del dinero que la de los seres humanos. En la orilla sur del mediterráneo, exponencialmente empobrecida durante las últimas dos décadas, asistimos hace un par de años a la eclosión de las llamadas primaveras árabes, de muy diferente cariz. Como ya dijo en su día sensatamente el arabista Pedro Martínez Montávez, uno de los cerebros más lúcidos de este país, el problema estriba en que pueden llegar al otoño sin pasar por el verano. Es el caso de Egipto, donde encarcelado Mubarak no se acabó la rabia del totalitarismo, empezando por la cúpula militar que estaba curiosamente de viaje en Estados Unidos cuando cayó el tirano. El Gobierno de los Hermanos Musulmanes acaba de aprobar una ley que endurece las penas por atacar a los policías, pero que presumiblemente será utilizada para desarticular las protestas metiendo a sus líderes entre rejas: curiosamente, el actual ejecutivo llegó al poder porque la plaza Tahir se convirtió en un símbolo de la búsqueda de las libertades.

En Egipto había medios de comunicación que denunciaban la corrupción del régimen anterior y siguen existiendo voces críticas sobre la realidad actual. Lo que aún no existe es una organización política cohesionada que haga frente al antiguo régimen ni al de hoy mismo. Justo lo contrario que en Túnez donde, como bien recuerda Sami Nair en su análisis sobre este fenómeno, también Estados Unidos organizaba en su embajada cenas semanales con los líderes de la oposición tunecina. Sin embargo, allí si existían formaciones políticas cohesionadas y de hecho parece que las elecciones previstas para este año pueden consolidar el proceso democrático por más que existan episodios tan oscuros como el asesinato del opositor Chocri Belaid o la condena a cuatro meses de prisión a cuatro activistas feministas europeas. El gobierno de Moncef Marzuki, desde luego, viene teniendo tanta suerte como el de Mariano Rajoy a la hora de reactivar la economía y las revueltas bien podrían volver más temprano que tarde a la vieja Cartago.

¿Qué queda de lo demás? Del 20 de febrero en Marruecos, llegan ecos de tarde en tarde de manifestaciones ocasionales que no han logrado más que maquillar la vieja Constitución pero cuya reforma sigue sin satisfacer a quienes hace años creyeron rozar una libertad mayor con sus movilizaciones. Es más, están a punto de anular los precios políticos que rigen sobre el pan o sobre los combustibles, lo que podrían provocar un estallido de ira colectiva antes de que enluzcan la base de Tan Tan para que Estados Unidos luche desde allí, desde Morón y desde Rota contra Al Qaeda del Magreb Islámico. De Argelia, ni hablamos: un pesado silencio bajo el mismo sol de L´Etranger de Albert Camus, que en noviembre habría cumplido cien años.

¿Alguien sabe qué ocurra en aquel Irak que acudimos en tropel a liberar? ¿Y en Libia? Hay quien se sorprende que no haya posibilidad de acuerdo en Naciones Unidas para lograr un pasillo de exclusión aérea en Siria. ¿Cómo va a existir consenso si aquel cartucho se quemó con la directiva 19/73, que permitió la intervención extranjera en la Jamairiya del coronel Gadafi, ejecutado por youtube como ejemplo de la democracia plena que se avecinaba sobre sus jaimas? ¿Qué queda de los indignados israelíes o del desastre de la franja de Gaza?

Desde el Pentagono nos espían o nos imponen la democracia, como Napoleón, en la punta de las bayonetas o de sus drones. La rusia de Putin estrangula a la disidencia con más denuedo que en Cuba y en China han logrado cuajar la tormenta perfecta: lo peor del comunismo y lo peor del capitalismo bajo el mismo sistema. ¿Qué decir del resto? En América Latina, parece que se acabaron los golpes de Estado aunque algún que otro gorila emerja de cuando en cuando. Tal vez, no nos pongamos estupendos, es porque ya no les hacen falta, aunque haya un cierto aire de nostalgia en quienes barajan dicha posibilidad para Venezuela, Bolivia, Uruguay o Ecuador, cuando no hace mucho volvió el ruido de sables a Honduras o a Paraguay.

Los sucesos de Turquía son terribles y Erdogan es un déspota que traiciona sin duda el legado de Mustafa Kemal Atatürk, amén de la voluntad democrática de sus conciudadanos. Pero no es un grajo blanco. Si las cámaras de los reporteros en vías de extinción se pasearan por los suburbios del interés informativo de Africa o de Asia, nos encontraríamos a mansalva con situaciones parejas.

Pero, ¿qué queda en Europa de los sueños de aquella otra primavera del 68 o de las que siguieron luego, cuando creíamos que la historia no iba a tener fin hasta que Francis Fukuyama nos sacó del equívoco en 1992? Hace 224 años, ante la Bastilla de Francia, los revolucionarios gritaban libertad e igualdad. Luego, añadirían una tercera llave maestra para la conquista de los estados de derecho: fraternidad. A este lado del mundo, nos están desguazando las tres. Y a la otra orilla, todavía no las han conquistado siquiera.

A menudo, da la sensación de que se acabaron los sueños y vivimos en la era de las pesadillas. Cualquier día, al despertarnos, lo mismo sigue ahí el viejo dinosaurio de la esperanza, de la fe y de la ideología.

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