Corazón de Olivetti

En el nombre de Miguel Angel Blanco

Cuando sacan a los santos a pasear sin la trompeta de Louis Amstrong, es que ya sólo les queda ese último recurso, ese clavo ardiendo para limpiar con sangre propia las manchas indelebles de la corrupción. Provoca escalofríos el hecho de asociar en una misma frase el nombre de Luis Bárcenas con el de Miguel Angel Blanco, tal y como acaba de formular el inefable Esteban González Pons. En aquel bosque de Eibar, cuando sonaron los dos tiros que acabaron con la vida del concejal del PP de Ermua, no había sobresueldos ni caja B, sino la alevosía del terror que ya que no podía acabar con la democracia finiquitaba a los demócratas.

El hecho de enarbolar el respetado nombre de aquel mártir colectivo para intentar soslayar el enriquecimiento exponencial del ex tesorero del Partido Popular, más que invitar a sacar pecho a la militancia, invita a sacar de cualquier partido a quien fuere capaz de semejante felonía. Vendría a ser, pongamos por caso, como si el PSOE intentara eludir la aparente responsabilidad de algunos de sus cargos en la nauseabunda trama de los EREs, evocando la biografía ejemplar de Ernest Lluch, asesinado con otros dos tiros, también por ETA, en su garaje barcelonés.

Claro que la historia del Partido Popular también es la de sus caidos por la libertad de todos, como Gregorio Ordoñez, José Luis Caso Cortines y su sustituto Manuel Zamarreño, Ignacio Iruretagoyena, Alberto Jiménez Becerril y su esposa Ascensión García Ortíz, Jesús María Pedrosa Urquiza, José María Martín Carpena, Manuel Indiano Azaustre, José Luis Ruiz Casado, Francisco Cano Consuegra, o Manuel Giménez Abad. Sin embargo, ¿qué tienen todos ellos que ver con la libreta de Luis Bárcenas o con los wassaps supuestamente cruzados entre él, su esposa y Mariano Rajoy, a la sazón presidente del Gobierno español y que sufre una rara alergia a comparecer en el Congreso, tan sólo similar a la de un gato escaldado frente al agua?.

Al mentar en vano el nombre de Miguel Angel Blanco, González Pons ha abierto la caja de los truenos. No faltará quien replique que el pedigrí del llorado Manuel Fraga Iribarne, fundador del partido y de la Constitución de 1978, también incluye su participación en consejos de ministros franquistas o, como ministro de Gobernación, en los turbios sucesos de Vitoria, por no citar el nombre de Enrique Ruano, aquel joven estudiante del Frente de Liberación Popular, sospechosamente caido por las ventanas de un edificio al que había sido llevado por la Brigada Político Social en 1969. Fue emocionante comprobar en su día como una organización política cuyo principal líder se había prestado a facilitar la transición democrática a un Estado que practicaba el terrorismo de la dictadura, encontraba nuevas voces capaces de denunciar la madeja siniestra y sangrienta de los GAL. Hubo tiempos, por cierto, en que el porvenir de este país era el cuaderno donde José María Aznar anotaba el nombre de sus ministrables. Ahora, es una libretilla donde alguien tendrá que explicar algún día a qué nombre y apellidos obedecen las iniciales J.M.

¿Qué tenían que ver los socialistas Fernando Múgica Herzog, Fernando Buesa y su escolta Jorge Díez, Juan María Jáuregui Apalategui, Froilán Elespe Inciarte, Juan Priede Pérez o Isaías Carrasco, también ejecutados por ETA, con el asesinato a sangre fría del cartero Segundo Marey, la primera víctima de las cloacas de nuestro Estado democrático tras ser confundido con un etarra?

Miguel Angel Blanco nos unió a todos frente a sus verdugos. También todos, salvo sus cómplices y beneficiarios, nos mostramos ahora unidos frente a la corrupción. ¿Qué ha ocurrido para que aquella muchedumbre de manos blancas se haya convertido en un sinfín de dedos acusadores? Los dos grandes partidos se mueren aguardando un milagro, sin acudir al médico de cabecera de la plena transparencia que le exige ese exiguo sector de la ciudadanía a la que todavía se le puede llamar sociedad civil: los indignados, los neoconstituyentes, los manifestantes de todas las mareas.

Los conservadores del Partido Popular se refugian detrás de don Tancredo, ese presidente que nadie sabe si sube o baja, el que huye de la prensa por la puerta trasera y ejerce como predicador en las televisiones de plasma. Confían en que a pesar de los pesares todo esto le salga gratis y que sus electores, en lugar de castigar a sus siglas por el desvarío de tanta trincalina, se consuelen pensando que la de otros partidos seguramente sea peor. Sus líderes, acosados sin embargo desde sus propias filas, no se conforman con tener de su parte a la inmensa mayoría de los medios de comunicación o a un fiscal general del Estado que supuestamente llama para disculparse por los excesos del Fiscal Anticorrupción. También sacan a sus muertos a las almenas, como Gary Cooper en "Beau Geste". Cabría recordarles, sin embargo, que aquel fuerte añejo de una India en blanco y negro, rodeado por cipayos, acabó devorado por las llamas de un entierro vikingo. El olor a chamusquina, cada día que pasa, se hace más espeso en la calle Génova de Madrid. Quizá estén quemando eseemeeses.

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