Corazón de Olivetti

España, fuera del podio

Volvimos a sentirnos como los últimos de Filipinas. Por tercera vez, el Comité Olímpico Internacional nos quitó la miel de los labios y las Olimpiadas de 2020 se celebrarán en Tokio en lugar de Madrid. La noticia pilló a tirios y a troyanos como si de nuevo nos enfrentáramos al desastre del 98 y nuestros sueños imperiales se fueran a tomar por saco.

La cita olímpica de Madrid había sido concebida como el bálsamo de Fierabrás que nos volviera a sumir en un sueño colectivo, pero de nuevo nos sentimos desplazados en la media maratón por los grandes atletas de la corrupción, mientras en las canchas los casos de dopaje podían con la justa fama de Nadal en su trono de la Gran Manzana. La candidatura española era desplazada en los cien metros lisos por la crisis económica, esa vieja medallista de la que apenas se había hablado hasta entonces. Y en el tiro con jabalina, España cayó por goleada ante esa diplomacia del deporte que constituían las delegaciones de Japón y de Turquía, que a pesar de enviar muchos menos efectivos que los nuestros a Buenos Aires, lograron alcanzar sus últimos objetivos promocionales y dejarnos con la calabaza de un triste bronce y la percepción de que el país entero quedaba fuera del podio.

Si hay victorias pírricas, también existen derrotas de la misma estirpe. Y hay quien piensa que salimos ganando con haber perdido. Ma non troppo, a pesar de que los movimientos sociales tienen sobrada razón al denunciar el despilfarro de todos estos años y maliciar que quizá lo peor aún estuviera por venir. Al final del día, no obstante, se sabe que el ochenta por ciento de las infraestructuras ya habían sido realizadas por dinero público y todo ello contribuirá a mejorar los espacios deportivos de Madrid y de otras subsedes, pero también a abultar la deuda municipal de la capital de España, que más temprano que tarde tendrá que afrontar un rescate antes de acabar como Detroit. Claro que también cabe maliciar que si las pérdidas de este descalabro son públicas, los beneficios habrían de ser mayoritariamente privados porque la gestión de la Olimpiada, en caso de haberse celebrado en la Villa y Corte, hubiera sido convenientemente privatizada, como siempre ocurre en el reino de Ana Botella y en el de Ignacio González, cuyos tronos fueran ocupados otrora por Alberto Ruiz Gallardón y Esperanza Aguirre. El mito de la rentabilidad de los juegos, hasta ahora, sigue correspondiendo a Los Angeles de 1984, con un coste de organización que en su día se estimó en 453 millones de euros y que deparó 151 de beneficios: a las empresas patrocinadoras, por supuesto. Esa era la fórmula que Madrid buscaba, con una inversión de unos 1200 millones de euros a los que sumar 9000 con cargo a las obras ya realizadas. Por no hablar del ejército de voluntarios procedentes de las oficinas del paro, según anunció la alcaldesa madrileña cuando todavía no conocíamos su destreza en el inglés. La gestión de Atenas en 2004 fue esencialmente pública y, como tantas otras cosas en el país que inventó la democracia, supuso un desastre económico: el presupuesto total de la aventura ascendió a 9.620 millones de euros y los ingresos netos apenas alcanzaron la cota de 1.375 milllones. Ni que decir tiene que, por si sola, esa operación no ha llevado a Grecia a los sucesivos rescates, pero tampoco alivió sus haberes.

Madrid, como ocurriera con Barcelona, al menos habría podido beneficiarse de una operación de imagen que no vendría mal en absoluto a esta nación en horas bajas. A más de la llegada masiva de turistas de elite, reforzando lo que hoy por hoy supone nuestra primera industria, habría que sumarle los derechos televisivos, pero al margen de la mano de obra técnica y periodística, tales cuentas sólo benefician por lo común al gran capitán, en este caso el COI, que ingresó 1.331 millones de dólares por los derechos de Sidney 2000, 1.494 por Atenes 2004 y 1.739 por Beijing 2008. Un negocio en auge, por lo tanto, que poco beneficia de manera directa al país anfitrión.

Nada nos sorprende. Después de haber visto en una misma semana frotarnos las manos por haber conseguido que el paro de agosto bajase en 31 personas; después de contemplar como los mismos medios de comunicación que desacreditaban a José Luis Rodríguez Zapatero en sus comparecencias internacionales, canten las glorias de la España invencible de Mariano Rajoy, cuya economía es un ejemplo para el mundo, como afirmó el ministro Luis de Guindos en estos días; después de enterarnos al día siguiente que en su breve encuentro con Barack Obama, nuestro inquilino de La Moncloa aprovechó para firmar una especie de manifiesto a favor de una acción contundente contra Siria, antes de informar al Congreso de los Diputados y quizás en la confianza de reeditar la célebre foto de las Azores aunque fuere por Photoshop.

Así que podemos admitir el órdago de que España, la malherida España, optara por tercera vez a unas olimpiadas imposibles, a pesar de que todos los indicios apuntaran a que el COI iba a respetar su rotación continental. Sin embargo, en vez de investigar qué hemos hecho mal y quién lo ha hecho, no faltarán profetas del manquepierda, que apuesten porque la cuarta intentona sea la vencida, al rotar de nuevo la brújula olímpica hacia Europa. Lo que sin duda nos sorprenderá es que Ana Botella, que atribuyó el fiasco de 2008 al órdago de ZP ante la bandera estadounidense, quizá no le de la más mínima importancia al hecho de que, en estos días, por las calles de Buenos Aires, haya habido manifestaciones en contra de la impunidad de la dictadura franquista, decretada a sangre y fuego por su propio partido.

No es comparable el fiasco olímpico con la pérdida de Cuba y Filipinas, a pesar de la retórica literaria de este artículo. Pero el mal de España sigue siendo el mismo. Y ha transcurrido ya siglo y pico, dos dictaduras y una espantosa guerra civil. Sería cuestión de averiguar entre todos como podemos extirpar esa extraña dolencia que acostumbra a convertirnos en eternos plusmarquistas del cainismo. Pero esa quizá sea otra historia. Como la tan rara añoranza de un viejo imperio que, como ya sabemos, no benefició tanto a los españoles y desde luego no en demasía a los americanos, sino a esas oscuras potencias que saquearon a unos y a otros con semejante pericia a la de las trasnacionales de hoy.

La Olimpiada, en cualquier caso, tendrá lugar en Tokio y pluga que las radiaciones sigan estando lejos de esa hermosa, trepidante, tradicional y eléctrica ciudad asiática. Y ojalá que allí se termine resolviendo la crisis siria de un modo deportivo, quizá disputándole el oro al atleta de dicha nacionalidad, Muhamad Khalid Al-Mohamed, que se hizo con la primacía en un campeonato de tiro con bala celebrado en París hace mes y pico. Lo de Bárcenas, en cambio, podríamos resolverlo con una simple carrera de sacos.

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