Corazón de Olivetti

Diez años después de Atocha

 

La muerte, ¿recuerdan?, viajó hace diez años en los trenes del amanecer. 192 personas perdieron la vida aquel 11 de marzo de 2004. Y 1.841 padecen todavía secuelas. Como, hasta cierto punto, la sociedad española en su conjunto. El fuego y la sangre recorrieron las vías desde Leganés a la calle Téllez, desde El Pozo y la estación de Santa Eugenia al corazón de Atocha: la lista de bajas era un mapamundi de españoles, rumanos, ecuatorianos, búlgaros, polacos, peruanos, colombianos, dominicanos, hondureños, marroquíes, ucranianos, así como brasileño, un chileno, un cubano, un filipino, una francesa y un senegalés.

De aquello queda una antigua memoria de metales rotos y cables sin alma, cuerpos despedazados y sueños rotos que ya no iban a responder nunca a un teléfono móvil. El ruido de la política tapó los gritos de los familiares, el sollozo de los allegados, la rabia de cualquier bien nacido. Transcurría, por aquel entonces, la posguerra de Irak, un año después de los atentados de Casablanca, y una campaña electoral que iba a perder el partido gobernante, en gran medida por la pésima gestión informativa de aquella catástrofe. Montañas lejanas o no tanto, decía el entonces presidente José María Aznar. La teoría de la conspiración todavía perdura, entre quienes pretenden una conspiración judeo-masónica entre ETA y Al Qaeda para explicar aquel río rojo que empapó los raíles durante una mañana que no tuvo que ocurrir jamás.

¿Qué queda de todo ello una década después? Los episodios de ansiedad de algunos de los que lo vivieron de cerca. La voluntad férrea de superar las heridas y el luto, a pesar de que ni la vida ni la memoria empuje a ello. Hoy, gobierna el mismo partido que gobernaba entonces, ETA se va evaporando en las tinieblas de la historia como una botella de gaseosa abierta y Al Qaeda no es ni sombra de la sombra que fue: un formidable y cruento macguffin que sirvió para reescribir los puntos suspensivos de Asia y del norte de Africa.

El 11-M dividió incluso a las víctimas; las que nunca debieran haberse distanciado y que, diez años más tarde, vuelven a unirse en un duelo común para conjurar los demonios de aquella carnicería. Caímos y cayeron en la trampa: los muertos son muertos, simplemente. Los muertos no tienen ni fe ni ideología. Sólo los vivos podemos asumir la terrible paradoja que denunciara Albert Camus: "Me decían que eran necesarios unos muertos para llegar a un mundo donde no se mataría".

Tanto tiempo después de tanto espanto, cada cual debiera extraer sus propias conclusiones. Que todo terror es execrable, venga de donde venga y busque la coartada que busque, desde la supuesta defensa del Estado a la creación de otro, desde la espiral revolucionaria de la acción y reacción a las noches de los cuchillos largos o una nueva yihad contra los infieles.

Su propósito fundamental es el de instalarnos en el miedo. Y lo han conseguido. La seguridad, algo tan poco habitual mientras se vive, ha terminado siendo una prioridad para numerosos gobernantes. Claro que también supone un saneado negocio que lleva desde un incremento del poder armamentístico hasta un aumento exponencial de la burocracia. Y uno nunca sabe qué es peor.

Mucha seguridad, si, pero doscientos kilos de dinamita bajaron desde Asturias a la capital del reino, sin que se coscara la Guardia Civil. Bajo esa premisa, por ejemplo, intentamos blindar nuestras fronteras y el acceso a los últimos oasis del Estado del Bienestar. Resulta sorprende, dado que los atentados que comenzaron con los del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos o los que luego sacudirían el alma de Madrid y el corazón de Londres, fueron cometidos habitualmente por personas que tenían sus papeles en regla. Esto es, frenamos con cuchillas, concertina, alambradas anti-trepa o bolas de goma a quienes vienen a buscarse la vida y hemos sido incapaces de articular un procedimiento eficaz para detener a tiempo a quienes vienen a buscar la muerte: al menos, eso sí, ya hay más traductores de árabe en las comisarías y cuartelillos españoles. Algo es algo.

En España, la islamofobia no creció espectacularmente a partir del 11-M, pero ya era considerable antes de aquella fecha. Eso sí, cada vez resultó más difícil abrir nuevas mezquitas, ante las protestas del vecindario integrista: todo ello conllevó que el culto musulmán se llevara a cabo casi de forma clandestina, en garajes y otro tipo de establecimientos, cuyo imán apenas puede ser controlado por los intérpretes que ocasionalmente espiaban su sermón del viernes.

Lo más enigmático, sin embargo, resulta la vinculación última entre las células islamistas desarticuladas en nuestro país y la estructura de lo que se supone que sigue siendo Al-Qaeda, bajo las órdenes del teólogo egipcio Ayman al-Zawahiri, tras el asesinato de Osama Bin Laden. Lo único que sabemos es que no sabemos nada, o casi nada, sobre como funciona La Base y otras organizaciones afines, en territorio español El juez instructor del caso del 11-M, Javier Gómez Bermúdez, asegura hoy en día que el 11-M "tuvo inspiración yihadista", aunque, en una entrevista concedida al diario "El Mundo", reconoce que"no vamos a saber nunca" quién fue el autor intelectual de los atentados y, en cualquier caso, no fue una acción inspirada directamente por Al Qaeda, sino por el ‘alqaedismo’". Seguidores espontáneos, más que imitadores al uso. Y a la cabeza, según ese mismo magistrado, quizá haya que buscar a algún yihadista legal, esto es, que no estuviera fichado, y capaz de mover los hilos de tantas marionetas como se sentaron en el banquillo de los acusados.

Entre detergentes tomados por imposibles sustancias explosivas y redadas que abarcan media Europa pero que toman el origen de los muyaidines en Tetuán y en Nador, la historia del yihadismo en España presenta más lagunas que certezas. Haberlo haylo, pero resulta sumamente complicado esclarecer su trama para romperla como una telaraña cuyo grado de crueldad roza la psicopatía. Esta es la historia de Torrente contra Fu-Manchú. No sólo siguen faltando recursos técnicos sino humanos. ¿Cuántos especialistas en las distintas corrientes del Islam llevan actualmente uniforme de la policía nacional o de la guardia civil? ¿Es capaz el CNI de establecer una clara diferencia entre quienes perpetraron los atentados de hace diez años con los que siguen matando a mansalva bajo la franquicia de Al Qaeda del Magreb Islámico? Si no sabemos a qué nos enfrentamos, nos resultará difícil evitar que otra vez vuelva a ocurrir. Y, claro, no queremos que al amanecer de otro día, la muerte viaje de nuevo en tren. Tal vez, por cierto, en dirección a nosotros. Tampoco faltará un presidente, quizá el actual, que le eche la culpa entonces al toro que mató a Manolete.

Más Noticias