Corazón de Olivetti

Cuba en el corazón, Cuba en la cartera

 

España no sólo perdió Cuba en 1898. Volvió a sufrir una derrota comercial y política importante, justo un siglo más tarde, cuando el Gobierno del Partido Popular convenció a la Unión Europea de que adoptase una postura común en torno al castrismo, la del aislamiento, que no ha conseguido grandes objetivos políticos y ha sufrido un claro revés en todos los frentes comerciales. El mejor ejemplo de ese fiasco ha sido, presumiblemente, la negociación del histórico acuerdo entre Washigton y La Habana, difundido esta semana y en el que han intervenido como mediadores el Vaticano y el Gobierno de Canadá. Europa ha quedado fuera de la foto y España, ni sabe, ni contesta, a pesar de ser hasta ahora el tercer socio comercial de dicha república. Si no jugamos bien las cartas, podríamos bajar de dicho ranking, lo cual no sería nada extraño si se tiene en cuenta que la estrategia del Palacio de Santa Cruz viene fallando más con el ministro García Margallo que la de Fernando Alonso durante su etapa en la escudería Ferrari.

La pintoresca política exterior de José María Aznar, la que nos embarcó en la guerra de Irak previo paso por las Azores, llevó a un desprecio absoluto por nuestros intereses cubanos, a contracorriente de la estrategia seguida por diversas comunidades autonómicas, desde la Andalucía de Manuel Chaves a la Galicia de Manuel Fraga o de Núñez Feijoo: "El rey irá a Cuba cuando toque", predicó Aznar en la Cope en 1997, justo un año antes de que acompañara a Juan Carlos I en su visita no oficial a la isla, con una fría acogida y coincidiendo con la celebración de una cumbre iberoamericana de jefes de Estado. Era la primera vez que un monarca español visitaba la antigua colonia en quinientos años de historia. No sirvió de mucho: nuestra diplomacia remaba en dirección contraria mientras, como ocurriese también con Estados Unidos y otras potencias occidentales, abrazaba al oso panda chino, sin que le importaran en demasía las vulneraciones de los derechos humanos cometidas por Beijing.

En aquella ocasión, el Borbón estuvo en su sitio. En el palacio de los capitanes generales de La Habana se conservaba el trono que habían mandado hacer para cuando llegase Fernando VII. Fue inútil, el Deseado no cruzó nunca el mar, quizá por temor a que los liberales intentasen de nuevo deponer su burdo absolutismo. Juan Carlos se limitó a decir ante la vistosa silla aterciopelada que no podía sentarse en ella, porque tendría que ocuparla con cuarenta millones de españoles, en los que residía su soberanía. Resulta curioso que Fídel cuestionara en 1990 la legitimidad de la monarquía española y en 1992, tras encontrarse con el rey actualmente emérito, asegurase que se había vuelto "realista".

Llevamos a Cuba en el corazón, es cierto. La fidelísima, le llamó España cuando perdía todas sus colonias anteriores y hasta que la poesía de José Martí tomó cuerpo en forma de independencia con la inestimable ayuda de la explosión del Maine y de los periódicos sensacionalistas del magnate Hearst, que inspiraría la película "Ciudadano Kane", de Orson Welles. Sin embargo, también llevamos a Cuba en la cartera como demuestran más de cien empresas españolas que dominan el sector turístico de dicho paraíso caribeño. Un 7 por ciento de las relaciones comerciales con el exterior, que le otorgan a España una medalla de bronce en tales intercambios, justo después de Venezuela y de China, que le preceden en el podio.

Canadá, que venía siendo el socio cubano número cuatro –o el tercero, según la racha-- , ha visto como disminuía la intensidad de su presencia allí, mientras crecía la de Estados Unidos, a pesar del embargo, cuyas exportaciones alimenticias le garantizaban un quinto por ciento. El aznarato concluyó con el cierre del centro cultural español y con una manifestación multitudinaria, encabezada por el propio Fídel Castro, ante nuestra embajada después de las lógicas manifestaciones de repulsa que todos los partidos convocaron en España tras la ejecución de tres disidentes que habían robado una lancha para huir del país. Ese mismo año, España forzó a la Unión Europea a establecer restricciones comerciales con Cuba, lo que no deparó grandes novedades políticas pero no facilitó el crecimiento de nuestras inversiones. A lo largo de medio siglo de revolución cubana, los únicos éxitos de la diplomacia española en dicho confín han sido fruto de la discreción, desde la liberación de Gutiérrez Menoyo a la de Raúl Rivero. El ministro García Margallo tendrá que explicar ahora, en sede parlamentaria, si su viaje habanero de hace un mes guardaba relación con el proceso de diálogo que auspiciaba semiclandestinamente el Papa desde año y medio atrás. Pero es de temer que España haya tenido en esto la misma influencia que en en la elección de Madrid como sede olímpica. Con todo y a pesar de las reticencias internas en el PP, el inquilino del Palacio de Santa Cruz oficiaba entonces un "cambio en las relaciones" con Cuba, basado en un "cambio de circunstancias". ¿Se refería tan sólo a la sustitución de Fídel por su hermano Raúl? Sería bueno saber si España tenía conocimiento oficial de lo que se estaba fraguando porque podría tranquilizar a quienes creen, con buen criterio, que las casualidades sencillamente existen.

Aznar se fue pero quedaron sus cachorros, como Jorge Moragas, responsable de reacciones exteriores del Partido Popular que centró su política respecto a Cuba en la lógica denuncia de sus excesos totalitarios, un papel del que la izquierda española se había ausentado a pesar de que no comulgase necesariamente con el autoritarismo castrista, cuya obstinación casi dinástica en el poder puede poner en riesgo –si no lo ha hecho ya-- algunas de las principales conquistas revolucionarias. Ojalá que el futuro cubano justifique el sacrificio de varias generaciones.

Tampoco faltaron discípulos de Esperanza Aguirre, como Angel Carromero, sorprendentemente elegido por unanimidad secretario general de Nuevas Generaciones del Partido Popular, en octubre de 2013. Entonces, aún no había terminado de cumplir la condena de cuatro años de cárcel por homicidio imprudente tras el extraño accidente que costó la vida de los disidentes cubanos Oswaldo Payá --premio Sajarov de los Derechos Humanos-- y Harold Cepero, líderes del Movimiento Cristiano Liberación y promotores del llamado Proyecto Varela. Resulta curioso que Carromero –que conducía sin carnet de conducir válido-- terminara asumiendo la máxima responsabilidad autonómica de un partido que le había obligado a desmentir la supuesta embestida de otro automóvil que, según su primera versión, había provocado el accidente.

Si la izquierda alternativa suele enviar brigadas –ya sean de cooperantes en materia de albañilería o cantautores y escritores comprometidos--, el PP de Esperanza Aguirre mandaba emisarios con regalos de hasta cuatro mil euros, desde Pablo Casado al propio Carromero, que le había llevado esa suma a Payá, unos aficionados a los que el partido recurría después de que el profesional Moragas hubiera sido expulsado siete años atrás, cuando las autoridades cubanas se dieron cuenta del percal.

La línea seguida por el PP respecto a Cuba fue la del vacío, mientras que la posición común de la Unión Europea bebía de dicha doctrina sin que Miguel Ángel Moratinos, que viajó allí en 2007, lograra derogarla. Ese mismo año, aunque se recuperaría al siguiente, España se vio desplazada al cuarto puesto en el comercio de Cuba que, con Venezuela, sumó 2,698 millones de dólares; con China alcanzó a 2,457 millones, con Canadá 1,.412 millones y con España 1,154. En una década, desde 1996, muchos lazos se habían roto y la posición de la economía española en la semi-liberalización del régimen, entraba en crisis. Si bien Meliá y otras empresas hoteleras de nuestro país había prestado un cierto balón de oxígeno a la isla durante el periodo especial que siguió a la caída del "campo socialista"-- así solían llamarle a la URSS en el Granma--, su posición quedaría en entredicho a pesar de que se trataba de la primera democracia convencional que comerciaba abiertamente con el régimen cubano. Otros países también hablaban por la cara A de "diálogo político constructivo" con participación de la disidencia, pero en la cara B sonaba el conocido cantable "Money, money, money". Empezando por Estados Unidos, a pesar del embargo –o bloqueo-- que rige desde 1961 y que ahora va a levantarse si el Partido Republicano no lo impide.

Más pronto que tarde, una embajada sustituirá a la Oficina de Intereses Estadounidenses ante la que se celebraban las manifestaciones a favor de Eliancito o de los espías o anti-terroristas que acaban de ser liberado. Sin embargo, el acuerdo de estos días ha hecho hincapié en la exportación de artículo, las comunicaciones y los productos financieros, así como en el fortalecimiento del "naciente sector privado cubano". La cercanía física y espiritual de Cuba con Estados Unidos, puede provocar razonablemente que este país se convierta en su segundo socio, con independencia de que Caracas siga mandando combustible subvencionado a cambio, como hasta ahora, de cooperantes médicos y enfermeros.

Adiós a la Ley Helms-Burton. Obama consolida su fotografía en los libros de historia. tras el acuerdo de emisiones suscrito con China y la regularización de millones de inmigrantes. Pero, ¿qué hay de lo nuestro? Nuestra balanza comerial arroja 609 millones de euros a nuestro favor en 2013. ¿Mantendremos dicha cota cuando el dólar desplace definitivamente al euro hasta la insignificancia, aún más que en sus actuales posiciones?

Incluso durante la larga etapa de entre 1960 a 1975, cuando Cuba rompió relaciones diplomáticas con España después de que nuestra Embajada en el Prado acogiese a supuestos contrarrevolucionarios, el comercio con la isla representaba el 6,5 por ciento ese último año. Hoy, cuando hay relaciones normales, alcanza al 7 por ciento. ¿Habría o no motivos para la preocupación? Felipe González mejoró las relaciones con Castro, pero la crisis de los refugiados, en 1991, justificaría el envío de Geos a nuestra embajada en Cuba. Nuestras relaciones, visto lo visto, siempre han marchado a trancas y barrancas. Ahora, cuando tantas expectativas se abren, habrá que saber si seremos capaces de aprovechar la conferencia entre la Unión Europea y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) prevista para 2015, o el acuerdo comercial que se negocia entre ambas partes, auspiciado por el Gobierno de Rajoy sin derogar la dura posición común establecida por Aznar hace dieciocho años. Además de España, países como Italia, Gran Bretaña o Francia empiezan a tener fuertes intereses en Cuba y su suma podría suponer una clara competencia con otros socios de mayor tamaño. De hecho, a pesar de la posición común, catorce países comunitarios han suscrito acuerdos de cooperación con Cuba en un claro gesto de incoherencia, por no hablar de hipocresía.

Sin embargo, más allá del dinero, ¿qué hacer con los cuatrocientos mil cubanos que tienen derecho a ser españoles en virtud de la Ley de Memoria Histórica que les reconoce como hijos o nietos de exiliados? ¿En qué balance contable pondríamos la clara idea de Martí de que su guerra no era contra el español que veló su sueño durante su destierro en la Península sino contra el Imperio que sojuzgaba a los propios españoles? ¿En qué balance de pagos poner a los gallegos de las tiendas de ultramarinos, a Antonio Machín en la Exposición de Sevilla del año 29, a Federico García Lorca y los hermanos Loynaz, a la fascinación mutua por el Ché, a Luis Aguilé cantando "cuando salí de Cuba" y a Silvio Rodríguez toreando con Aute en Las Ventas, a Pericón que creía que a los gaditanos tardaban menos en viajar a La Habana que a Madrid, a los seguidores habaneros de La Niña de los Peines, de Raphael o de Serrat, a Antonio Gades eterno en la Plaza de la Catedral, a la cámara oscura de la Plaza Vieja o a todos los amaneceres con hormigas en la boca que vivieron aquellos que dieron su vida por sueños comunes?

«España tiene que estar presente en Cuba si quiere ayudar a Cuba a labrar su futuro», aseguró García Margallo a partir de su viaje a la isla. ¿Lo hemos estado? Sería preocupante si la respuesta, a partir de ahora, fuese no. Hay que resolver, como dirían los cubanos,

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