Corazón de Olivetti

De Guatepeor a Guatemala

Al pairo del último discurso del presidente Mariano Rajoy, el PP mató al PSOE como sin querer y ahora pretende resucitarlo como si fuese una suerte de Frankestein, el golem del más vale lo malo conocido que lo peor por conocer. En una misma semana, hemos oído al inquilino de La Moncloa decir que añoraba a Alfredo Pérez Rubalcaba cuando hablaba sobre inmigración irregular y plantear, a renglón seguido, la posibilidad de que su partido llegue a gobernar con el PSOE, aunque tan solo fuere en peligro de muerte de nuestra economía o si se hubiese de comulgar juntos contra las ruedas del molino utópico de "Podemos".

A lo largo de la transición, socialistas y populares se han ido intercambiando felizmente la indumentaria rica en licra de superhéroes y supervillanos. Sus siglas representaban indistintamente el duendecillo verde y Spiderman, Batman y el joker, o Clara y Heidi canturreando por los prados ante la severa mirada de la señorita Roquenmerkel. Ahora, cuando llega un enemigo exterior como el partido sin rostro al que encarna Pablo Iglesias, una formación que parece haberse caído de niña en la marmita de las encuestas, Rajoy, como Capitán España, parece dispuesto a fichar incluso a La Masa y a Esperanza Aguirre si hubiere lugar, para completar su equipo de Los Vengadores.

El regalo envenenado de la gran coalición, enunciado por la presidencia del Gobierno en estos días, no parece entusiasmar a nadie, ni siquiera a su otrora marca blanca, UpyD, una organización cada vez más reacia a todo lo que no realce la personalidad personalista de su lideresa; ni a Citadans, cuyo líder podría ser perfectamente el de la nueva derecha jacobina española si no se empeñara en mascullar ese raro idioma que José María Aznar hablaba tan sólo en la intimidad.

Tendiendo la mano a los socialistas para abrazar esa alianza, Rajoy sabe que sólo provoca que se hundan aún más en las arenas movedizas de quienes aún no le perdonan que Zapatero traicionase a Zapatero en su último año de legislatura. Agitan con donaire el señuelo del miedo: a una España fragmentada, a una economía inestable bajo el pulso con que el gran capital y sus secuaces retarían a los de la coleta.

Con ese PSOE empantanado en sus propios errores e incertidumbres de pasado, presente y futuro, el monclovita sueña con que se hundan todavía más y logre aglutinar sus votos con los del centroderecha que también votaba al PSOE a fin de conseguir una mayoría suficiente que le permita que la bomba de relojería de la microeconomía no le estalle en las narices y evite así que pueda ser tal vez otro el candidato o la candidata a las próximas generales, a bordo de la derecha patria.

Al PP le ha ido tan bien con el miedo a lo largo de la historia que ahora que ETA parece no sólo desalmada sino en vías de desarmarse, busca otras fuentes de terror, como los anarquistas, que nunca constituyeron un problema desde los controvertidos tiempos del Liceo y a los que ahora se pinta, redada a redada, como unos nuevos fumachús, tan sólo equiparables en el imaginario conservador al yihadismo o a los belicosos hinchas de los clubes de fútbol. Eso sí, sin demasiadas pruebas en su contra.

Los números no dan para mayoría estables, salvo que haya un trasvase suficiente entre los partidos tradicionales o estos se amiguen en un abrazo del oso que habría de partir definitivamente el esternón a los socialistas. Pedro Sánchez lo sabe y por eso pone distancia, aunque apenas tenga resuello para ensayar una política distinta a la que llevó a su partido –y él mismo como diputado-- a suscribir aquel acuerdo estival y con alevosía que condujo a José Luis Rodríguez Zapatero a modificar el artículo 135 de la Constitución de la mano del partido de las gaviotas. El mismo artículo que consagra la inmaculada contención del déficit como el mejor garrote vil para la autonomía de los ayuntamientos y de las propias autonomías pero, sobre todo, para el otrora estado del bienestar, que va convirtiéndose en estado del malestar cada día que pasa.

La ciudadanía, a verlas venir en un país donde el presidente habla desde el plasma y los imputados dimiten por facebook, se atraganta con el mazapán ante el primer discurso del rey Felipe VI, que habla de la corrupción como si no afectara a su familia y de la crisis económica como si realmente le afectase. Y pone el contribuyente gesto de perplejidad ante el estrépito y la algarabía de Rajoy por síntomas de curación que todavía no percibe el cuerpo social de este país por mucho que las analíticas y los rayos equis aseguren que hemos salvado la vida o, quizá mejor dicho, hayamos librado de la muerte al capitalismo.

El miedo que aventa el presidente, desde el bolivarismo al supuesto impago de la deuda externa, no es el mismo que perciben sus votantes. He ahí la gran paradoja, que puede llevar a desviar sufragios hacia aquellos que, hasta hoy, no han esquilmado todavía a la clase media, a la que ni siquiera se le permite decir esta boca es mía, bajo graves sanciones y amenazas de que viene el lobo. El lobo inexorablemente se va acercando a nuestra aldea estatal. Y muchos le tenemos, cuanto menos, tanto miedo como a nuestros pastores. De Guatemala a Guatepeor, avisa Rajoy. Quizá, de Guatepeor a Guatemala, se esperanzan, quizá inútilmente, en vaticinar otros.

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