Corazón de Olivetti

Cada vez que dicen patria

Los gobernadores del Banco de España, en términos generales, suelen ser como los árbitros que deciden ayudar a meter goles a alguno de los equipos que les tienen, teóricamente, por un juez imparcial. Quizá porque no sean jueces, ni imparciales y vengan a ser ministros sin cartera o mejor dicho ministros en la sombra que manejan la cartera de todos los españoles. De ahí quizá la exhuberancia retórica de Luis María Linde, actual mandamás de la cosa, que en la inauguración del vigésimo segundo Encuentro del Sector Financiero organizado por ABC y por Deloitte, se arrancó a decir, con el mismo denuedo que un comandante del tercio de regulares en un sábado legionario, que el Gobierno de Mariano Rajoy no ha impuesto la austeridad sino el patriotismo.

¿Por qué se nos vendrían entonces a las mientes aquellos versos juglarescos de Carlos Cano? "Cada vez que dicen patria,/pienso en el pueblo y me pongo a temblar/en las miserias que vienen/y en los fantasmas de la soledad". ¿Tiene patria el dinero? De ser así, la de Jordi Pujol, ¿sería Cataluña o Andorra? ¿De qué nacionalidad eran los banqueros que financiaron el imperio de Carlos I de España y V de Alemania? ¿Por qué Juan Carlos I, cuando ocupaba la Jefatura del Estado, tuvo una cuenta corriente en Suiza fruto de una herencia similar a la del ex honorable?

Que el PP actuó con sentido común a la hora de aplicar los recortes para corregir desequilibrios insostenibles, predicó Linde, ese Gobernador elegido por un periodo de siete años y que seguirá en el cargo cuando la democracia pudiera hacer que presidiera el Consejo de Ministros los aspirantes de Podemos, Recortes Cero o de, pongamos, la Agrupación de Electores No a la Merkel.

Las críticas en torno al discurso del gobernador bancario fueron tan generalizadas y contundentes que tuvo que pasar el resto de la semana intentando corregir sus excesos verbales, asegurando que podía sustituir la palabra "patriotismo" por la de "interés general", como si aceptáramos pulpo como animal de compañía. Llegó incluso un momento, en otra de sus frecuentes comparecencias públicas de estos días, en el que parecía que iba a afiliarse a la Plataforma Anti Desahucios y rindió homenaje tácito a Ada Colau propugnando una legislación sobre esta materia que salvaguarde los derechos de los deudores y de los acreedores, con un marcado acento social.

Ahora bien, Linde no se aparta un milímetro del beaterio de los más papistas que el papa, de las vestales del sagrado dogma de la contención del déficit previsto en la biblia del artículo 135 de la Constitución Española, introducido con estivalidad y alevosía por el PSOE y por el PP durante el largo verano del suicidio político de ZP. Apartarse de ese camino sería el caos, había venido a decir como un detente Satanás frente al temido tsunami electoral de coletas e indignados.

El Partido Popular reunió a su junta directiva el pasado lunes para aspirar a que la duración e intensidad de sus aplausos al Hombre de Plasma figurasen de pleno derecho en el libro Guinness de los Récords. El inquilino de La Moncloa, mientras esperaba a que las próximas urnas decidieran entre el Barrabás Javier Arenas y la Jesucristo María Dolores de Cospedal, anda entusiasmado pero contrito al mismo tiempo, como un Jano sinsonte. Su entusiasmo obedece a que el paso que va nuestra macroeconomía terminaremos prestando dinero a la reserva federal norteamericana. Y su desazón se relaciona con la perplejidad evidente de que el pueblo soberano no participa de dicho alborozo y le mira, de un tiempo a esta parte, con ojos de mandarle a dar conferencias bilingües a la Universidad de Georgetown.

Si las cifras de empleo en marzo han sido las mejores de los últimos trece años, ¿por qué las hordas obreras no lo festejan en Cibeles o en Neptuno? Al día de hoy, según nos cuentan los próceres, la austeridad es cool pero no sabemos si la precariedad es también patriota. A este paso, barrunta el creciente proletariado, el paro terminará disminuyendo en la medida en que los trabajadores, henchidos de amor patrio, terminen pagando dicho derecho a sus patronos y no a la viceversa. Del empleo basura, hemos pasado al desempleo basura: cada vez más son los currantes sin un mal subsidio que echarse a la boca y que terminarán cavilando quizá que si definitivamente no encuentran un curro lo mismo les juzgan por traidores a la patria. Quizá cuando vayan acercándose las elecciones, los brujos demoscópicos del PP tal vez cambien el discurso y empiecen a ensalzarles como mártires de la austeridad, las agustinas de aragón de la cola de Cáritas, los empecinados sin techo o sin un mal curso de formación que echarse a la boca o a la de su prole.

El ex neoliberal tercera vía Pedro Sánchez, actual secretario general del PSOE, lo dijo, a propósito de la arenga de Linde: que no es patriotismo subir los impuestos y bajar los salarios. Predica en el desierto: el actual gobierno, hace un par de años, culpaba de antipatriotas a los matuteros que intentan cruzar a diario la Verja de Gibraltar con cuatro o cinco cajetillas de tabaco disimuladas entre la ropa. Todo ello, junto a la provincia de Cádiz, la plusmarquista histórica del paro español. Nada que objetar a esa fijación de Cristobal Montoro con el estraperlo de la nicotina, cuando bien ufano se sentía al amnistiar a evasores fiscales para que su dinero negro volviese a España como si no fueran desertores del bien común sino heroicos emigrantes de los 60, cargados de sueños y divisas.

Qué españolísima austeridad la de las añejas bodas en El Escorial, la de las cuentas con B de Bárcenas, la de los casos que se multiplican en los palacios de justicia, mientras tararean la Marcha Real las víctimas de los despidos abaratados por la última reforma laboral, los trasquilados por Eres más falsos que los falsos Eres. Asistimos al desfile de los héroes en la guerra del pan nuestro de cada día: el batallón de los albañiles, la división acorazada de los jornaleros, los mineros, los pescadores y otros trabajos en vías de extinción, la caballería ligera de las mujeres con sueldos menores a los hombres, el cuerpo de pagas mutiladas de los funcionarios, los soldados de fortuna de los profesores interinos, la legión extranjera de los inmigrantes que pagaron la crisis arriesgando la piel de la esperanza, hasta concluir la parada con las fuerzas especiales de los licenciados con sus uniformes cargados con las medallas de los másteres.

Oye, patria, mi aflicción. Por aquella España de la salud universal, de la educación pública, laica y gratuita, la que estaba a punto de convencernos de que su bandera era la de su pueblo soberano y no la de sus palacios y cuarteles. Si la austeridad es patriotismo, la patria son nuestros bancos, los principales beneficiarios del ajuste del cinturón colectivo. De la España camisa blanca de la esperanza, hemos pasado a la España color euro. ¿Qué frontera debemos cruzar para exiliarnos?

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