Corazón de Olivetti

El rapto de Europa

Alexis Tsipras posa en San Petesburgo junto a Vladimir Putin, con el paisaje de fondo de un gasoducto que atravesará Grecia a un fifty fity y la vaga promesa de un acuerdo económico entre ambos países, que en el hipotético caso de que no se trate de un farol, no llegará antes del próximo otoño.

Cada minuto que pasa es una muesca más en la cuenta atrás de una bomba de relojería: la que ha puesto esta semana a las bolsas comunitarias a pique de un repique, la decisión final que debe inclinarse del lado de la renegociación de la deuda griega o de un escenario escalofriante que pondrá al euro al borde de la peor crisis desde su instauración. Aprietan los grilletes para que Atenas se someta a las condiciones que viene fijando la troika aunque ya no se llame troika. Así lo entienden Angela Merkel, cuyo electorado no entendería que aflojara la mano con el país que inventó la democracia pero menos entendería que la crisis greco-europea terminara por dinamitar los mercados. Tampoco parece fácil de convencer Cristhine Lagarde, la jefa de la banda mafiosa según ella misma se presentó ante el ministro Varoufakis esta semana en Bruselas, Con independencia de la solución final, que pudiera ser salomónica, lo cierto es que en la vieja Europa seguimos hablando de dinero en vez de política.

Así lo denunció el primer ministro griego durante su gira rusa: la Unión habría olvidado sus bases de cohesión y solidaridad que no sólo la hicieron posible sino deseable. De un tiempo a esta parte, a ese viejo sueño nos lo han raptado aquellos que convirtieron la Europa que buscaba ser de los pueblos y terminó convirtiéndose en la Europa de los mercaderes. Por encima del Tratado de Lisboa y de todos los papeles mojados, volvemos a ser una Comunidad Económica que ni siquiera tiene claro su propio proyecto de Defensa, supeditado aún a los intereses de Estados Unidos aunque sea bajo el paraguas de la OTAN. Esta semana, se ha firmado el acuerdo que regula el desembarco en Morón de la Frontera de un sinfín de marines destinados a restablecer el prestigio y la presencia de Washington en el norte de África. ¿Qué papel está jugando ahora mismo Europa como tal allí o en Oriente Próximo?. Más allá de las acciones de Francia en Mali o de Gran Bretaña en algunos untos de su viejo imperio, la presencia europea en semejante polvorín empieza a ser menor que la de Turquía y, por supuesto, la de Rusia. Incluso nos negamos a acoger a los fugitivos civiles de ese largo estropicio que hemos contribuido a crear en la orilla sur del Mediterráneo. Qué tiernos esos niños desplazados de Siria, qué penita los ancianos y las mujeres que escapan del yihadismo. Pero que no sea en nuestro patio trasero. Que se pudra en las leproserías mediáticas de los telediarios.

¿A dónde fue a parar la apuesta por un sistema defensivo propio, fuera la Unión Europea Occidental o cualquier otro? Esa sempiterna sumisión a los intereses de Estados Unidos desde este lado del Atlántico no sólo se demuestra en nuestra dependencia frente a sus patentes tecnológicas sino en la complicidad en el célebre Tratado de Libre Comercio e Inversión, conocido por sus iniciales en inglés, TTIP, cuyo refrendo tuvo que ser suspendido por el Parlamento europeo ante la división existente al respecto dentro del propio grupo socialista.

Hay un claro divorcio entre dicha Cámara y la Comisión, las directivas o la forma de aplicarlas. Por no hablar de la curiosa relación entre los bancos estatales o el Banco Central Europeo que sigue de cerca los dictados del Bundesbank cuando, a fin de cuentas, el Doctor Jekyll del euro sigue siendo el Mr. Hyde del marco. Y si cabe cuestionar qué protagonismo tienen realmente los eurodiputados, más valdría preguntarnos, a la vista de lo que está sucediendo en Grecia, qué posibilidades de independencia y de autogobierno real tienen los estados que decidan salirse del corralito de la austeridad. O, en sentido contrario, qué fuerza tiene Europa en su conjunto para imponer decisiones como las cuotas de refugiados que deben asumir los distintos países, si estos se niegan a aceptarla, como así ha ocurrido en las últimas semanas.

Europa, que fue una utopía, siguió siendo madre durante cierto tiempo, con la vista puesta en un mundo donde aún existían los muros y no se había levantado el cerco de la globalización mercantilista. Aquella ensoñación, la del Estado del bienestar, la de las libertades que buscaban coquetear con la justicia social, resultó tan sólo una simple coartada para desgastar al bloque soviético. Hoy, los herederos de la URSS coquetean con los europeos de segunda categoría que empiezan a quedar orillados en las márgenes del mediterráneo, un mar que, aunque lejos, Moscú no descarta hacer suyo.

La Europa valiente de la resistencia y del mayo francés, ha dado paso a la del miedo, la que vota de forma importante a la derecha. De un tiempo a esta parte, cada vez que nos enfrentamos a un problema, creamos una comisión o lo encerramos en un cajón de nuestros costosos despachos políticos. Cuando éramos felices e indocumentados, soñábamos con la Europa de la chanson, de los beatles y del rock duro, con el cine italiano y la cannabis holandesa, con los grandes glaciares y Tintín en libertad. Ahora, Europa es una pesadilla que nos despierta a diario. Y nuestro peor dinosaurio sigue estando debajo de la cama. Nos está preguntando si han raptado a Europa o Europa nos ha raptado. Esto es, si nos permitirán que elijamos libremente a nuestro Gobierno en las próximas elecciones generales.

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