Corazón de Olivetti

Pedro Zerolo y los símbolos de España

Pedro Zerolo es todo un símbolo, ha venido a plantear el Ayuntamiento de Madrid, bajo la presidencia de Manuela Carmena, para sustituir en su callejero a Juan Vázquez de Mella, un influyente ideólogo del carlismo que relevó a su vez en el nomenclátor franquista de la Villa y Corte al político republicano Manuel Ruiz Zorrilla que antes le daba nombre: dentro del carlismo español, la influencia de Vázquez de Mella era mayor en el bando trabucaire y tradicionalista que lidera Sixto de Borbón frente al de Carlos Hugo, que antes de renunciar a la carrera por la corona española, transformó su teoría de la autarquía por la de la autogestión de corte socialista.

Aunque Vázquez de Mella conservará el busto sobre la fuente griega que preside la plaza de Chueca a la que hasta ahora viene denominando, el Partido Popular se ha mostrado fiel a su santo y seña, en virtud de altos valores económicos: costará mucho cambiar el titular de dicha vía pública y no estamos para gastos superfluos. No hace falta ser Norbert Elías para pergeñar una nueva teoría de los símbolos: ¿es cara cambiar una placa que sólo cuesta 300 euros y no supuso ningún impedimento económico el bautizar al aeropuerto de Madrid Barajas con el consensuado nombre de Adolfo Suárez? ¿O es que seguimos sin estar de acuerdo en el palmarés de nuestros héroes democráticos? Nada extraño si se tiene en cuenta que el españolismo al uso mantiene una defensa a ultranza de sus símbolos, por ejemplo la bandera, pero no nos importa prestarla a los estancos como si fumar siguiera siendo patriótico.

A los conservadores españoles no les tembló el pulso ni la cartera, por ejemplo, a la hora de deponer la calle Pilar Bardem, en Sevilla, allá por 2012 cuando no había brotes verdes ni en los campos de golf, para revocarla del callejero por Nuestra Señora de las Mercedes, la virgen que daba parcialmente nombre a la mujer de Queipo de Llano, el general golpista que llenó de muerte a dicha ciudad en 1936, durante aquel verano que, a decir de la historiadora Alicia Domínguez Pérez, trajo un largo invierno. ¿No costó igual de cara aquella operación que la del cambio de la plaza madrileña objeto ahora de controversia? También allí, vecinos y comerciantes tuvieron que invertir en el cambio de su cartelería, anuncios o tarjetas de visita, sin que cayera la bolsa.

También la guerra, de la que el próximo curso político se cumplirá la friolera de 80 años, es todo un símbolo para la España cainita. De ahí que las autoridades se lo piensen a la hora de aflojar el bolsillo para seguir buscando a los baratos españoles que dieron su vida en defensa de la legitimidad democrática y que siguen abonando las cunetas patrias. Nada que ver con los signos del franquismo o de otras modalidades del fascismo que siguen ornando nuestra vida cotidiana por costumbre o por desidia, desde estatuas ecuestres a interpretaciones alegóricas, o apellidos de pilotos franquistas que como Ruiz de Alda o Carlos Haya dieron nombre pintorescamente a hospitales, sin que se supiera a ciencia cierta qué tiene que ver la conquista del espacio con la atención primaria.

Quizá por todo ello Soraya Sáenz de Santamaría ponga el grito en el cielo contra la política de gestos que, a su juicio, ha emprendido desde Barcelona Ada Colau al retirar el busto de Juan Carlos I que hasta esta semana ornaba el salón de la Reina Regente de la Ciudad Condal. Demasiada monarquía para la capital de una comunidad en la que Convergencia y Esquerra Republicana han sellado un pacto interclasista para un sí en unas elecciones que pretenden ser plebiscitarias, aunque en Moncloa estén dudando ya entre movilizar a la Acorazada Brunete o a los tribunales ordinarios en caso de que los catalanes se obstinen en seguir durmiendo en habitaciones separadas respecto al resto del país.

"Me gustaría que respetaran la contribución de todos y trabajaran por la estabilidad, porque la estabilidad crea empleo y mejora la vida de los ciudadanos", añadió la vicepresidenta del Gobierno como si la retirada de la efigie del rey emérito supusiera que todo el gremio de la escultura fuera a quedar en paro. Y, en tal sentido, añadió: "Hacer escenas para que se vean, se graben y se difundan está mucho en las políticas de gestos y declarativas que generan mucho ruido pero poco empleo". La misma España conservadora que clama contra la llamada web de la verdad de Manuela Carmena hasta hacerla decir digo donde antes dijo diego, utiliza todos sus medios, públicos y privados, para pregonar que el empleo que se está creando en España merece un certificado Aenor cuando, en rigor, son puestos de trabajo low cost, low salarios, low garantías sindicales y laborales.

El consistorio de Barcelona, a decir de la vicepresidenta portavoz, tendrá que cumplir la ley y acatar la ley de símbolos por lo que si no dispone de un retrato de Felipe VI, "que no tengan problema que ya se lo envíamos nosotros". A este paso, corre peligro la contención del déficit, porque tendrán que mandarle otro a José María González, el alcalde podemista de Cádiz, que ya en su día sustituyó en lo que viene siendo su despacho un lienzo con la faz de Juan Carlos I por otro de su predecesor Fermín Salvochea, el legendario anarquista y cantonalista gaditano del XIX.

Las tertulias se desgarran porque a Uxue Barkos le llamen lehendakari como si en Navarra no fuera legal el euskera. Hay otros, sin embargo, poderosos símbolos de la España diversa de hoy. Por ejemplo, aeropuertos vacíos como el de Castellón y otros en saldo, como el de Castilla La Mancha. Entre la realidad y el deseo, la España del AVE, malhaya, se ha convertido en un convoy de vía estrecha, que también tiene su encanto. Y en esta encrucijada en la que se avecina un choque de trenes entre el nacionalismo españolista y el periférico, en donde ya estamos poniendo en juego nuestros mayores símbolos, el Real Madrid y el Barça, el espetec de Casa Tarradellas o el vino que moja nuestras carreteras en forma de toro de Osborne. Manda huevos.

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