Corazón de Olivetti

El Ere de Indra, la abdicación del Rey y las encuestas del PP

Vivimos en tiempos volátiles. Las encuestas varían cada semana como una brújula imantada. El Partido Popular, en el plano estatal, remonta el vuelo merced a la caída de Ciudadanos y gracias al apoyo de la Acorazada Galaxia Gutemberg, la división multimedia que trabaja intensamente como zapadora de la formación de los charranes, atribuyéndole incluso el indudable éxito de que el paro disminuya durante el mes de julio en un país cuya actual primera industria es el turismo de temporada (estival).

Así, Mariano Rajoy desfila, impasible el ademán, por el sambodromo de los televisores de plasma o por la tribuna del Congreso donde promete presupuestos y presupuesta promesas, por más que siga racaneando dinero público a comunidades rebeldes como Andalucía, con cuyo líder popular, Juanma Moreno Bonilla se despacha unas cañitas por twitter, al término de un petit comité, quizá para celebrar que sus expectativas de votos se desplomen al sur hasta llegar a la escala de Podemos.
Socialistas y populares lo tienen chungo, entrambos, en Cataluña. Pero ni el PSOE se resiente en Andalucía de los Ere escandalosos o de la controvertida concesión de la mina de Aznalcollar como tampoco parece que el Partido Popular se debilite en las eternas vísperas de las próximas generales con la barahúnda de Gurtels o Púnicas, como si pareciera que hubiéramos dado por amortizada la corrupción y la gente del común tan sólo busque resolver una ecuación imposible: menos impuestos y más bienestar.

La fortuna y el crimen.-

Que nada enturbie su carrera a la reelección. Si hay que amordazar a la ciudadanía, se hace. Si hay que recortar las autonomías en su proyectada reforma de la Constitución, se hará, bajo la aquiescencia de un electorado cuyo nuevo perfil parece aproximarse más a la estampa del ganapán que a la del justiciero de las últimas encuestas y votaciones. A este paso, La Moncloa olvidará el sórdido rostro de la pobreza infantil y de los comedores comunitarios para sacar pecho en un aspecto en el que España ocurra uno de los principales baremos mundiales, el del aumento de ricos: un 10 por ciento más durante el pasado año, hasta alcanzar a 178.000 personas, según i el último Informe sobre la Riqueza en el Mundo publicado por Capgemini y RBC Wealth Management. Desde que comenzó la crisis en 2008, el rango de la riqueza española ha aumentado en un 40 por ciento hay 50.000 tios gilitos más que entonces, por lo que habrá que volver a darle la razón a Honoré de Balzac cuando acuñó aquella escalofriante sentencia con la que inicia "Un asunto tenebroso": "Detrás de cada fortuna, hay un crimen".

Aquí se ha hecho pasta hasta con la pobreza extrema. Si mi amigo Juan Ochoa recordaba en estos días como no hace muchos años el comercio de la ropa cedida a la caridad terminaba en un mercado negro marroquí, este modelo de negocio se rastrea incluso en el sumario de la Púnica: Carlos Alberto Estrada, el popular que fuera alcalde de Moraleja de Enmedio y presidente de la Mancomunidad del Suroeste imputado ahora en dicha red delictiva, se compinchó con su compañera de partido Olga Fernández, exalcaldesa de Serranillos del Valle (2003-2011), para sacarle partido a los harapos, a través de una empresa llamada Oasis que sacaba 350 euros por tonelada de ropa.

Hasta que llegó el Opus Dei, el emprendimiento español se veía lastrado por el hipócrita recelo ante el dinero que mantenía la Iglesia Católica frente a la convicción calvinista de que la pasta gansa era un don divino. Así que no extraña que las grandes fortunas patrias se asienten en las conquistas medievales o en los pelotazos de la piratería, el corso, el contrabando o el estraperlo. Si nuestro Ibex 35 suele ir cortito con sifón, sorprende la estadística de pufos que lo zarandean. Aquí, desde los tiempos del felipismo, se privatizan las empresas públicas para arrojarlas a los tiburones desde el galeón de la marca España. El tigre de los siete mares de esa práctica fue sin duda José María Aznar, con Telefónica al frente. Tampoco sus sucesores se han quedado atrás, pero resulta difícil emular a los maestros. Y en el plano privado, ni hablemos, desde el desembarco de Sacyr en el BBVA a la presidencia de Endesa a la eléctrica italiana Enel.

La crisis de Indra.-

¿Cómo aprovechará nuestro presidente de Gobierno el ERE de Indra, aceptado esta semana por los trabajadores? Seguramente como un signo claro de lo útil que resulta su reforma laboral para reflotar la crisis de una de las principales empresas del comercio exterior patrio. Ni arrugará una ceja ante el albur de que uno de sus principales directivos también la haya palmado en las diligencias de la Púnica.

Indra es como el PP. Lleva cuatro años dando camballadas sin perder la sonrisa. Ahora, cuando se ha descubierto que ocultaba pérdidas como si fuera Grecia pero sobre el parqué de la Bolsa madrileña, sus activos se bambolean como las barandillas del puente en el viejo cantable. Indra desciende a la misma velocidad que el PP vive una irresistible ascensión. En ambos casos, puede tratarse de un simple espejismo.

Se supone que Fernando Abril-Martorell, de la mano de su antiguo jefe César Alierta, había venido a Indra a cubrir las lagunas de la ingeniería financiera del monzonismo, el neologismo que identifica al prestidigitador Javier Monzón, el valido de Juan Carlos I, que la presidió con anterioridad. Entre la factoría de Alcobendas y el Palacio de la Zarzuela parece existir un tren de alta velocidad, una rara fibra óptica de intereses parejos. Claro que el monarca emérito no sólo protegió a esta ingeniería sino también a Abengoa –con la familia Benjumea a pique de salir de su feudo, con no poco mosqueo por parte de sus socios gringos-- y Erce, tres compañías que fueron el mascarón de proa de la mano izquierda del Rey en los negocios exteriores y que no han pasado el mejor año de sus vidas después de la abdicación del más célebre cazador de elefantes.

A Abril-Martorell, le ha ocurrido como a Rajoy, que sigue echándole la culpa de sus propios errores al chachachá de Monzón como el registrador de la propiedad suele hacer con respecto a José Luis Zapatero. Los mercados le piden al actual presidente de la compañía que deje de conjugar el pretérito imperfecto para enfrentarse de una vez por todas al futuro continuo. Si su papá soñó alguna vez con sustituir a Adolfo Suárez, a este paso él podría aspirar a liderar el banco azul del Congreso: a fin de cuentas, ha intentado paliar su crisis empresarial como lo hizo Rajoy, cargando el peso en los trabajadores, aunque en su caso, al menos y con posterioridad a una sonada huelga, ha dado marcha atrás y donde dijo 1850 ahora dice cien menos, con los currantes tan contentos aparentemente como si hubieran ganado la primitiva.

Liberales estatalistas.-

Indra vive de un mercado convulso, el exterior, con terremotos de alcance como los de Oriente Próximo. No es un tiranosaurio pero ha sido un velociraptor. El problema estriba en qué será de mayor a partir de ahora. Los liberales son poco liberales: a Monzón se lo cargó el ministro de Defensa, Pedro Morenés, un viejo rival cuya vinculación con Defensa era tan clara como la de Indra, cuyos reveses económicos empezaron a detectarse años atrás ante la indefinición del polo industrial militar en tiempos de ZP.

Qué raros estos liberales –el PP e Indra se parecen mucho-. Tuvieron que tirar de la Sociedad Estatal de Participaciones Industriales (Sepi) para recobrar el 20 por ciento del capital que andaba en manos de Bankia y que, en este caso, le costó a los bolsillos públicos la friolera de 300 millones. A cambio, eso sí, de entrar en el consejo de administración y colocar en la puerta giratoria al ex ministro Juan Carlos Aparicio en dicho organismo. ¿No estaremos viviendo ahora, acaso, el anunciado intento de desbrozar la plantilla para vender la empresa por piezas o como un solo bloque al mejor postor? En ese asunto, andarían viejos paladines peperos de la industria privada y de la respiración asistida del Estado, como Eduardo Serra o Antonio Hernández-Mancha, nuestro hombre en la corte de Georges Bush Jr., que desembarcó en Bagdad en pos de imposibles pingües beneficios de nuestra participación en el acoso y derribo de Sadam Hussein. Ahora, según los correveidiles bursátiles, el sucesor de Manuel Fraga al frente de Alianza Popular, pretendió que fuera la Sepi la que asumiera el desplome de Indra. Lo pintoresco es que fuera Cristóbal Montoro quien le paró los pies: ¡estos socialdemócratas!.

¿De dónde salió el dinero que, según acaba de saberse, recibió el conseguidor de la trama Púnica, Alejandro de Pedro, por parte de Indra en sus mejores días? José Martínez Nicolás, consejero delegado de la Agencia de Comunicación de la Comunidad de Madrid (ICM), el gobierno autonomico que todavía le adeuda una morterada de millones de euros, le aconsejó que asistiera a un encuentro en La Moraleja con un pez gordo de la empresa, Santiago Roura Lama, director general de Estrategia e Innovación. Y allí, debajo de su asiento, tenía un sobre con diez mil euros y un consejo sabio: "Coge el sobre y salte a la puerta". Detrás de la maniobra, podría encontrarse el consejero de Presidencia y Justicia de la comunidad madrieña, Salvador Victoria. En fin, naderías, pecata minuta.

¿Saldrán de ahí los 436 millones de pérdidas que asume Indra? El plan estriba en ganar 200 en 2018. ¿Tan sólo a costa de guillotinar a su nómina? Si era la misma que hace un año, cuando declaró 60,25 millones de beneficios. Los yuppies lo atribuyen a un enigma financiero al que llamamos efectos recurrentes. La única diferencia entre Indra, Juan Carlos y Mariano Rajoy es que a dicha compañía, cuya deuda neta puede rozar los 825 millones de euros, es que ya no tiene nadie quien le escriba. Otro gran enigma, dicho sea de paso: ¿por qué no sale nada de esto en los telediarios?

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