Corazón de Olivetti

El retorno de los persas

Tras diecisiete años de bloqueo, los persas vuelven a Europa. El presidente de Irán, Hassan Rouhani, gira por el continente como si fuera Bryan Adams, desde el Vaticano a los Campos Eliseos, lejos del aislamiento internacional a su país por un quítame allá esos átomos, pero también en las glamourosas antípodas del Sha, antes de que llegaran los ayatollahs del 78. La reconciliación del mundo mundial con dicho país puede ser buena, regular o mediopensionista, pero es inevitable. Y nadie parece ponerle un mal gesto a sus riales.

Su tournée europea, desde los Campos Elíseos al Vaticano arrastraba una larga ola de controversias y proyectos millonarios: ¿cómo se dirá en farsí por el interés te quiero Andrés? 17.000 millones de euros en acuerdos varios ha justificado que Matteo Renzi, primer ministro italiano, se aviniera a cubrir las estatuas desnudas de los Museos Capitolinos o a evitar que una rueda de prensa se llevara a efecto frente a la estatua ecuestre de Marco Aurelio, en un bronce tan preciso que los testículos de su montura podrían abrumar al visitante. En España, probablemente por la mitad, le hubiéramos colocado una mañanita de croché a la maja de Goya y habríamos capado al caballo de Espartero.

Si tanto iba a ofenderse, mejor que no hubiera ido a dicho templo artístico y se hubiera limitado a meter la mano en la boca de la verdad, a riesgo de que no la recuperase si alguien le preguntara, en ese momento, por los derechos humanos en su tierra. Renzi ya tapó hace meses los desnudos del ayuntamiento de Florencia durante la visita de un príncipe de los Emiratos Árabes Unidos, lo que despertó entonces un formidable revuelo político y mediático. Ahora, hasta Silvio Berlusconi protesta, pero seguro que de seguir al frente del cotarro italiano, a cambio de una suma de negocio tan elevada, Il Cavaliere lo mismo habría tapado a sus velinas con el hábito oficial de las monjas cartujas o con un burka pastún.

El antecesor de Rouhani, Mohamed Hatami, visitó nuestro país en octubre de 2002 y lo recibió José María Aznar en una de esas curiosas contradicciones que le llevaron también a la jaima de Muammar El Gaddafi, con su correspondiente caballo de regalo: aviso a navegantes para quienes pensaran que Europa tiene amigos cuando tan sólo tiene intereses. Sorprendió que Hatami sólo estrechara las manos de los hombres y, en cambio, el saludo a doña Sofía o Ana de Palacio se limitase a una cortés inclinación de cabeza. Eso sí, aceptó que no llevaran velo aunque el protocolo diplomático patrio les obligó a llevarlo, a despecho de Marjane Satrapi, la feliz autora de "Persépolis", ese hermoso alegato en forma de cómic contra el autoritarismo de su país, que había publicado dos años antes.

Al oficialismo iraní de hoy no le gusta el vino, a pesar de que una antigua leyenda de amor sitúa precisamente allí el origen de esta bebida que Aznar suprimió durante su encuentro, al igual que ahora ha hecho Renzi en una cuchipanda de alto copete. Comprensible, hasta cierto punto: ¿Cómo reaccionarían nuestros próceres si algún mandatario de Perú les convidase a un menú que incluyera un cuy, esa simpático roedor tan de moda en los restaurantes de dicho país? François Hollande debe tener menos necesidades de liquidez que su colega italiano puesto que prefirió cancelar una comida oficial antes que suprimir las bebidas alcohólicas del menú de palacio, como le exigían sus invitados, al pairo de la Ley Islámica que prohíbe su ingesta. Qué pena que ya no viva Quintín Cabrera para cantarles a unos y a otros, diplomáticamente, aquella vieja copla uruguaya: "Vos sos del culto cristiano,/ yo soy del culto judío./ Si yo no te toco el culto,/¿por qué me tocas el mío?".

Qué dechado de reverencias ante el nuevo mandatario del nuevo Irán, qué sordina a sus desvaríos, qué diferente ese mimo al que reciben otros muchos musulmanes, orillados por la islamofobia que no cesa o la puerta en las narices para miles de oriundos de su propio país o del vecindario, muchos de los cuales –como demostraron con diversas medidas de protesta—llegaron a este lado del mundo huyendo del pensamiento único que impera en el suyo. En el fondo, se trata de un péndulo siniestro que surge después de que Reza Phalevi esquilmara sus recursos con el aplauso de Occidente, seducido por su dictadura supuestamente reformista, por la emperatriz Farah y por sus gafas de baquelita que le daban al elegante tirano un cierto aire de yo no fui.

La democrática Unión Europea, hoy en tenguerengue, suele tratar mejor a los sátrapas que la visitan que a sus víctimas. Esta semana, por ejemplo, el Parlamento Danés perpetró su siniestra ley de las joyas, que es como le llaman tanto sus partidarios como sus detractores: consiste en la confiscación de dinero y objetos de valor que lleven encima los solicitantes de asilo, "para contribuir a los gastos de manutención y alojamiento del país".

Conscientes de las críticas que dicha medida iba a suscitar, así como de las protestas de organismos internacionales, desde la ONU a Amnistía Internacional, el presuntamente liberal primer ministro Lars Løkke Rasmussen aceptó que se trataba del "proyecto de ley más incomprendido de la historia de Dinamarca", pero algo había que hacer por su cuenta y riesgo mientras el resto de la Unión no se pusiera de acuerdo sobre medidas comunes.

Dinamarca no es el único pais europeo que confisca bienes a los refugiados. En Baviera, el ‘land’ más rico y el más crítico con la política de acogida de Angela Merkel, la policía puede requisar dinero y valores si superan los 750 euros. En el vecino y también sureño Lander de Baden-Württemberg, el límite de calderilla que se les permite a los refugiados es de 350 euros y el resto pasa al erario público. Nuestros salvavidas cuestan caros.

En Bulgaria no hay leyes al respecto, pero los observadores de Human Rights Watch atestiguan que las autoridades devuelven refugiados a mansalva, con rumbo a Turquía. de manera sumarísima, robando frecuentemente sus propiedades: durante el pasado año, se documentaron casi sesenta incidentes de estas devoluciones en caliente, con robos, agresiones varias y mordeduras de perro.

Salvadas sean las distancias, los olvidadizos europeos recordaron a renglón seguido el expolio sufrido por los judíos durante la II Guerra Mundial, a manos de los nazis y de aquellos que les ayudaron a huir o a encontrar un nuevo lugar donde vivir, a cambio de sus pertenencias. Incluso, desde la otra orilla del Atlántico, el recatado The Washington Post, recordó tan siniestro episodio que documentara hace años Saul Friedländer. Este historiador obtuvo en 2008 el Premio Pulitzer por su obra El Tercer Reich y los judíos, que en su segundo volumen –"Los años del exterminio"—detalla como hasta el 7 de abril de 1943, las "centrales de recuperación" del Reich habían recibido un total de 2.775 cajas de objetos de arte y 92 vagones de carga. También hubo joyas, entonces, junto con obras de arte o incluso ropa, amén de propiedades inmuebles que terminaron en manos de la burguesía afecta al régimen.

Definitivamente, la Dinamarca de hoy no es la de la serie Borgen. La medida que aprobó Rasmussen contó con el respaldo de oficio de sus tres aliados del bloque de centroderecha -el Partido Conservador, Alianza Liberal y el xenófobo Partido Popular Danés- pero también con los votos favorables del Partido Socialdemócrata, que refrendó la polémica ley a cambio de que le aceptaran unas cuantas enmiendas presentadas en noviembre. La norma contiene 34 medidas, algunas de las cuales ya se aplicaban desde finales del pasado año. En resumen, la policía puede registrar el equipaje de los migrantes y confiscar el dinero en efectivo que lleven, si supera la cifra de 1.340 euros, unas 10.000 coronas danesas. Eso sí, podrán conservar objetos de valor sentimental, como las alianzas matrimoniales, por ejemplo. Todo un detalle por parte del Tío Gilito nórdico, este señor Scrooge que se ampara en la inquietud de sus compatriotas ante el fenómeno migratorio.

Si en Italia, han empaquetado las estatuas desnudas como si fueran envíos del Ikea, en Dinamarca ha sido el artista chino Ali Wei Wei quien ha decidido retirar dos exposiciones ante esta ley tan incomprendida como inexplicable. Las medidas contra los refugiados no acaban ahí: quienes huyen de la violencia en general sin que pese una amenaza de muerte concreta contra sus personas, deberán tardar tres años antes de solicitar el reagrupamiento familiar, pero no quiere decir que se les conceda de inmediato, sino que deberán esperar varios años más hasta que le den una respuesta, favorable o no.

Esta ley, así como las políticas excluyentes que han puesto en marcha los gobiernos de Polonia y de Hungría, con los organismos europeos mirando al tendido, confirma que la derecha extrema se extiende por Europa, a través de partidos convencionales, con la intención de evitar que sea la extrema derecha quien aplique directamente esas mismas políticas. Tanto monta, monta tanto, como seguramente dijo Shakespeare en algún momento de sus tragedias.

La Unión Europea va camino de convertirse, así, en una institutriz gruñona que, incapaz de afrontar su crecimiento homogéneo en materia de políticas comunes, derechos y libertades, se va convirtiendo en el guardia de seguridad de un formidable hipermercado. Ya, incluso, molesta Schengen, el acuerdo que permitió eliminar fronteras interiores y al que le queda menos tiempo de vida que un caramelo a la puerta de un colegio. Grecia será el primer objetivo a aislar, no se sabe muy bien si por la llegada masiva de fugitivos del desastre de Oriente Próximo, o por la estrategia venida a menos del ya tibio Alexis Tsipras. Una horda pusilánime de líderes sin visión de futuro, el fanatismo yihadista y el miedo vicario de lo que queda de clase media europea hacia los nadie, sustentan este retroceso en la utopía comunitaria. Su marcha atrás empezará atropellando a los migrantes y a los refugiados –más de un millón de almas en 2015--, pero terminará arrollando al resto de sus pobladores.

De Eslovenia hasta Austria, nuevos muros de la vergüenza se levantan para convertir el viejo oasis europeo en una especie de ghetto que asume la teoría fallida desde el Imperio Romano a las guerras del XX de que sirven para algo el Ponto Euxino, La Línea Maginot o el Muro de Berlín.

Mientras todo esto ocurre, claro, Bruselas claudica ante David Cameron para evitar la salida precipitada del Reino Unido de la Unión. También la crisis de los refugiados da alas a los euroescépticos británicos, que no necesitan demasiada leña para arder. En tanto esto trascendía en los salones del continente, en Cardiff se les colocó a los refugiados unas pulseras rojas a la hora de identificarles para recibir una comida diaria gratis, lejos del todo incluido de los hoteles del Caribe. Las autoridades dieron marcha atrás en este procedimiento quizá porque el sistema también recordaba demasiado a la estrella de David que el Tercer Reich impuso a los judíos para estigmatizarles. También es rojo el color de las puertas de las casas que se asignaron a los refugiados en Middlesbrough, al norte de Inglaterra: al parecer, se trataba de una costumbre de la inmobiliaria, pero ha terminado señalando los blancos fáciles de los resentidos y extremistas locales, que vienen protagonizando casos de abusos, acosos, incendios y atentados contra dichos inmuebles, ante la indiferencia de la policía y de sus máximos responsables, según vienen denunciando algunos de los afectados.

Este tipo de denuncias se extienden a la República Checa, en donde la ONU ha denunciado como "sistemáticas" las violaciones de derechos humanos o el trato degradante que sufren los migrantes, que pueden permanecer detenidos entre 40 y 90 días, según los casos, e incluso se les obliga a pagar una tasa diaria de 10 dólares por su presidio: los supuestos centros de internamiento, como el de Bílà-Jezová, al norte de Praga, revisten, a juicio incluso del ministro de Justicia checo, Robert Pelikán, condiciones "peores que en una prisión".

Eslovaquia –cuyo primer ministro Robert Fico considera suicida la política de acogida-- exige que los refugiados a los que debe acoger –doscientos según su compromiso—sean cristianos y no musulmanes. Claro que esta semana se ha celebrado el juicio en Andalucía contra un patero camerunés al que los viajeros de una embarcación acusaron de haber arrojado al mar a algunos cristianos y animistas porque sus rezos de religiones supuestamente falsas podían poner en riesgo la travesía. Malos tiempos para la lírica, para la épica y para el ecumenismo.

Patrullas ante inmigrantes –como las que ampara Amanecer Dorado en Grecia o los llamados Soldados de Odín en la frontera de Finlandia y Suecia, con chaquetas negras y símbolos vikingos. En Suecia y Noruega quizá no haga falta que nadie intente tomarse la injusticia por su mano. Ya se bastan sus respectivos gobiernos, con su política de deportaciones a Rusia, de refugiados sirios y afganos, a menudo familias enteras que Moscú también rechaza si no se les demuestra que llegaron desde su territorio a la bonancible Europa.

¿Y España? Nuestro país se comprometió a acoger a un total de diecisiete refugiados llegados del Este del mediterráneo, pero hasta ahora solo ha recibido a doce. La Moncloa se escuda a que recibimos miles por el flanco sur. Refugiados, apenas. Los que logran llegar hasta el puesto instalado en la frontera de Melilla con Nador, superando una cadena de sobornos por parte de los agentes marroquíes que no permiten que pasen por allí los negros, los migrantes de países subsaharianos, muchos de los cuales podrían reclamar un estatus de asilo o de refugio si les permitieran llegar hasta dicha ventanilla de nuestra burocracia.

Por más que volvieran a llenarse las costas de cadáveres, seguro que llevaríamos en palmito, en cambio, a los déspotas de cada uno de sus países. O al propio Hassan Rouhani, si se dignara a visitarnos como ha hecho con el Papa Francisco. A cambio, eso sí, de algunas migajas de su dinero nuclear, para el que no cuenta ninguna Ley de Extranjería.

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