La tramoya

El virus no es nuestro único enemigo

Personal sanitario de la Fundación Jiménez Díaz, en Madrid, en el exterior del hospital para responder a los aplausos de los vecinos. REUTERS/Susana Vera
Personal sanitario de la Fundación Jiménez Díaz, en Madrid, en el exterior del hospital para responder a los aplausos de los vecinos. REUTERS/Susana Vera

El presidente del gobierno y otras muchas autoridades hablan continuamente de guerra para referirse al problema que estamos viviendo. Y es verdad. Seguramente no hay mejor forma de expresar la situación actual, con un enemigo al que hay que combatir y vencer, el virus, en este caso encerrados, poniendo a máxima potencia nuestros recursos sanitarios, científicos o de seguridad, y con toda disciplina y colaboración ciudadana.

Pero, precisamente porque es esto último lo que necesitamos, me parece que esta situación dramática también está poniendo de manifiesto que los españoles no hemos de vencer solamente al virus para salir adelante, no solo en estos momentos de propagación de la epidemia sino también cuando se acabe.

Me temo que tenemos otros enemigos.

Nos tenemos que enfrentar al enemigo desgraciadamente invisible para muchos compatriotas que ha ido minando en los últimos años los recursos e instituciones públicos públicos que ahora nos resultan imprescindibles. Y muy en particular los de la sanidad que se han ido traspasando al sector privado, que tiene un alcance y unos objetivos legítimos, pero obviamente distintos y que no son los que permiten hacer frente mejor a calamidades como la que estamos viviendo. Así lo está poniendo de relieve Carlos E. Bayo en este mismo diario.

Ahora necesitamos que nuestro personal sanitario trabaje a pleno rendimiento, y desde luego que lo está haciendo así, pero antes no se tuvo miramiento a la hora de despedirlo o de mantener su situación laboral en precario.

Y eso no sólo ha ocurrido desgraciadamente en la sanidad. Hemos dado también miles de millones al sector bancario, supuestamente para rescatarlo y fortalecerlo, pero ahora que lo necesitamos con urgencia carece del personal y de las oficinas necesarias, hay que darle todavía más recursos y facilidades y aliviarle las exigencias legales de seguridad para que pueda actuar (en realidad, para que pueda seguir haciendo beneficios), mientras que sus dirigentes no paran de poner pegas para proteger sus privilegios.

Nuestro enemigo también es quien antepuso otros intereses a los nacionales, dando lugar a las carencias que ahora sufrimos. Como también lo es el que hacer que mucha gente necesitada de servicios públicos se crea el mantra de que lo bueno es que haya menos impuestos, cuando con ello sólo se consigue dejar morir por inanición a los servicios o pensiones públicas para que los privados puedan entrar por la puerta de atrás, o que el Estado no pueda redistribuir más justamente la riqueza para impedir que se siga concentrando sin límite en quienes más tienen.

Ahora necesitamos con toda urgencia una vacuna y que los investigadores actúen a toda velocidad, pero resulta que otro enemigo de España había dejado en mantillas los recursos de investigación, permitiendo que se desmantelaran equipos de primera línea mundial y dejando que nuestros mejores cerebros emigraran a otros países.

Tenemos estos días a los niños en nuestras casas y nos damos cuenta del valor tan extraordinario que tienen los maestros, pero otro enemigo invisible de los españoles ha mantenido al magisterio como una profesión de segunda fila, en la precariedad y en el abandono, casi en el desprecio.

Es verdad que la inmensa mayoría de los españoles está respondiendo en estos momentos con disciplina y unidad pero no es menos cierto que otro de nuestros enemigos invisibles pone continuamente en marcha resortes de incivismo y desobediencia y que constantemente hemos de comprobar que las fuerzas de seguridad (cuya labor, por cierto, tampoco apreciamos en lo que vale para mantener la seguridad y normalidad de nuestra vida cotidiana) tienen que perder tiempo tratando de controlar lo que un mínimo de respeto y cordura debería hacer innecesario.

También es nuestro enemigo la corrupción y no sólo el virus. La corrupción que ha hecho que los españoles apenas confíen en sus representantes o que impide que el Jefe del Estado se pueda presentar día a día con la cara alta ante su pueblo para darle ánimo y confianza en el dolor -como cabría esperar- porque debe sentirse avergonzado al estar descubriéndose al mismo tiempo el corrupto comportamiento de su padre, nuestra anterior máxima autoridad nacional.

Hemos de combatir, pues, no solo al virus sino también al enemigo que ha debilitado o despilfarrado los recursos que ahora necesitamos y también al enemigo que impulsa la falta de espíritu ciudadano, el individualismo y el desprecio hacia lo mejor que tenemos. Pero si hubiera que mencionar otro enemigo quizá aún más peligroso al que a penas le estamos haciendo frente a pesar del daño que va produciendo es nuestro cainismo, nuestra incapacidad para asumir como propio un proyecto nacional ni siquiera en medio de una emergencia sanitaria.

No soy ingenuo. Sé perfectamente que nuestra sociedad es desigual y que en ella laten intereses de clases y grupos muy diferentes y que cada uno tiene un poder muy distinto. Es más, hace unos meses prologué el libro Las redes de poder en España: Élites e intereses contra la democracia de Andrés Villena, en el que se muestra que un grupo bastante reducido de personas y grupos es el que teje y maneja casi a su único antojo lo que ocurre en nuestro país desde hace mucho tiempo. Por eso sé que esa enorme y muy oculta concentración del poder de decisión es un enemigo terrible. Pero ni siquiera creo que sea el peor que tenemos.

Nuestro más peligroso enemigo está dentro de nosotros mismos y es el que nos impide que seamos capaces de vencer a todos los demás forjando un proyecto de interés y unidad nacional, que no nacionalista o excluyente sino integrador y conciliador de todas nuestras diferencias, al menos, para las cuestiones esenciales de nuestra vida o en situaciones de emergencia como la que estamos viviendo.

Es desolador comprobar en estos días cómo en las redes no se deja de propagar insultos de unos contra otros por el simple hecho de defender posiciones diferentes. Y que eso no solo lo hace el pueblo llamo, sino los políticos de primera línea o los máximos referentes mediáticos de la opinión pública. Ni siquiera una epidemia que puede matar a cualquier de nosotros por igual, sin distingo alguno, es capaz de frenar el desprecio y la agresión por razones de opinión incluso entre los grupos familiares. Es el enemigo que impide hacer callar al totalitarismo que hay dentro de quienes creen que la única verdad es la suya, incluso cuando puede ser que en unas horas cualquiera de nosotros ingrese a pasar sus últimas horas en una UCI abarrotada.

Nuestro enemigo es quien nos lleva a informarnos solo a través de las fuentes que sólo corroboran nuestro pensamiento o nuestras preferencias, en lugar de comprobar que hay diferentes puntos de vista y que la verdad no suele encontrarse en un solo lugar sino esparcida, como el viento, entre todas las personas y grupos de opinión. Y el que nos hace creer que lo que nosotros sabemos es todo lo que hay que saber para conocer la verdad. El enemigo es el que lleva a creer que lo que uno conoce una semana después ya lo sabían antes los demás o el gobierno y se basa en eso para criticarlos con saña.

En lugar de actuar como una piña, defendiendo y apoyando a quien tiene la responsabilidad democrática de dirigir nuestros destinos en un momento de peligro, porque así lo han querido legítimamente nuestro voto y nuestras instituciones, y aunque fuese esperando a quitarlo cuanto antes a través de nuevo de las urnas, en lugar de eso, se aprovecha la situación para hacer caceroladas contra el gobierno y para difundir todo tipo de rumores, de mentiras y de infamias para debilitarlo a base de calumnias. Y nuestro enemigo es el que hace que eso lo hagan incluso nuestros líderes o representantes políticos y que encima se le siga votando.

Nuestro mayor enemigo es el que hace que media España siga creyendo que la otra es la culpable de todo lo que nos pasa. El que nos hace apreciar o defender no a intereses comunes sino tan sólo a los de quienes son o piensan como nosotros. El que nos hace creer que es posible ser patriota o defender los intereses del pueblo creyendo que solo nosotros somos sus intérpretes o que sólo nosotros sabemos lo que toda España o los demás necesitan. El enemigo es quien lleva a unos españoles a creerse dueños de la bandera de todos e incluso -en el colmo de todo colmo- a decir que nuestros representantes legítimos no tienen el derecho a utilizarla. El enemigo es quien hace creer que España es sólo una parte de ella, la propia.

El enemigo no es el virus sino el que en estos momentos está impidiendo que todos los españoles sin excepción actuemos unidos contra una amenaza sanitaria.

Desde luego que no tengo la solución para combatir a este tipo de enemigos, pero tengo la seguridad de que sin vencerlos no será posible salir con bien ni de esta epidemia ni de otros problemas o crisis que vengan en el futuro, sean cuales sean.

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