La tramoya

Otra propuesta para financiar la deuda de la covid-19 sin hipotecar el futuro

A medida que pasa el tiempo se hace más evidente el enorme coste financiero que va a suponer la pandemia de la covid-19. Aunque todavía sea pronto para poder calcularlo con exactitud, las estimaciones más optimistas señalan que el incremento de la deuda pueda ser de un 10% del PIB para el conjunto de la Unión Europea.

Muchos economistas hemos venido diciendo desde el principio que el Banco Central Europeo podría haber evitado que la deuda aumente si hubiera hecho frente con inteligencia y decisión a la situación tan extraordinaria que estamos viviendo. En lugar de proporcionar facilidades a la banca privada para que luego ésta preste (si lo hace) a las empresas y trabajadores autónomos cobrando interés, el BCE podía haberlos financiado directamente y sin intereses, al mismo tiempo que compraba deuda de los Estados para volver a emitir otra perpetua, por ejemplo. De esa manera se podría haber reducido el coste que va a suponer la epidemia, evitar el cierre o la pérdida de miles de empresas y frenar la expansión de la pobreza.

A estas alturas, ya no cabe pensar que se vaya a recurrir a fórmulas de ese tipo, salvo que haya un nuevo brote y no quede más remedio que hacer lo sensato, aunque ya más tarde y con menos efectividad, para evitar la catástrofe que, en ese caso, se produciría. Esperemos que no sea necesario.

En estos momentos, sólo sabemos que la Unión Europea financiará tarde y escasamente, a través del MEDE, aumentando así las deudas de los países que tengan que recurrir a esa vía, y que se propone generar un fondo presupuestario de reconstrucción de cuya cantidad y modo de financiarse no se sabe casi nada. Sólo que las diferentes economías tendrán que devolver las ayudas que reciban, lo que también supondrá, por tanto, incremento de la deuda.

Si se da ya por hecho que esa va a ser la forma de actuar de la Unión Europea hay que pensar en las fuentes de financiación de dicho fondo, teniendo presente que unas son más sostenibles y equitativas que otras.

Financiar la reconstrucción a base de aumentar la deuda de los diferentes países es una vía que beneficia casi exclusivamente a la banca y a los grandes patrimonios y que pagan las generaciones futuras que deberán hacerle frente. A la banca, porque hace negocio gestionando el crédito y cobrando los intereses; y a los grandes patrimonios porque son quienes disponen del ahorro suficiente para adquirir los títulos de la deuda.

Para evitar una fórmula tan poco equitativa, los economistas Camille Landais, de la London School of Economics, y Emmanuel Saez y Gabriel Zucman, de la Universidad de Berkeley, acaban de hacer una propuesta alternativa (aquí) para financiar la deuda que generará la covid-19 en Europa: un impuesto temporal y progresivo sobre las grandes riquezas, precisamente porque éstas son las que se van a beneficiar de su emisión.

Suponiendo que la deuda que haya que financiar sea equivalente al 10% del PIB de toda la Unión Europea, estos economistas proponen un impuesto progresivo con una tasa del 1% para quienes tienen un volumen de riqueza superior a dos millones de euros, del 2% para quienes la tengan superior a ocho millones y del 3% a quienes tengan un patrimonio superior a 1.000 millones. Así se obtendría un ingreso anual equivalente al 1.05% del PIB de la Unión Europea. En diez años, por lo tanto, se podría tener financiado un coste de la pandemia equivalente al 10% de su PIB.

Como bien dicen, de esta forma no se afectaría al crecimiento de la actividad económica, tal y como sucederá con las medidas que hasta ahora se han adoptado, porque un impuesto de este tipo equivale a uno sobre el capital que grava la acumulación pasada pero no influye sobre los rendimientos de la inversión actual ni sobre la innovación. Y se trata, además, de tasas muy bajas, semejantes a las que tenían los impuestos sobre el patrimonio que han existido hasta hace muy poco en países como Francia, Alemania, Dinamarca y Suecia, o como las del impuesto federal que se está proponiendo actualmente en Estados Unidos.

La propuesta tiene los inconvenientes de todas las políticas re-distributivas. Actúa a base de cañonazos porque se aplica cuando antes se ha permitido que se produzca una distribución previa muy concentrada y desigual del ingreso y la riqueza –y también del poder que eso lleva consigo–. Y en este caso, además, cuando se ha tomado una medida anterior que aumenta innecesariamente la deuda y su coste en intereses. Sin embargo, la solución de estos economistas tiene la virtud de poner de relieve que las decisiones que toman las autoridades europeas son malas pues ni son las únicas posibles, ni las menos costosas, ni las más más equitativas. Demuestra que hay fórmulas alternativas más justas, más baratas y que no hipotecan a las generaciones futuras. Se adoptan unas u otras según a quién se quiera beneficiar y qué intereses defender.

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