La tramoya

Matar de hambre para beneficiarse de la inflación: un crimen legalizado

Grano de trigo en el buque MV Brave Commander, procedente del puerto de Yuzhny en Ucrania, en el puerto de Djibouti, dentro del Programa Mundial de Alimentos de la ONU para ayudar a los países del Cuerno de África afectados por la sequía. REUERS/Hugh Rutherford/Programa Mundial de Alimentos
Grano de trigo en el buque MV Brave Commander, procedente del puerto de Yuzhny en Ucrania, en el puerto de Djibouti, dentro del Programa Mundial de Alimentos de la ONU para ayudar a los países del Cuerno de África afectados por la sequía. REUERS/Hugh Rutherford/Programa Mundial de Alimentos

El título de este artículo puede parecer exagerado, irrealista, una fake más de las muchas que se difunden en los medios diariamente. Pero no lo es.

Como casi todo el mundo sabe, los precios de las materias primas y alimentos se ha disparado en los últimos tiempos y esa subida de precios trae consigo, lógicamente, un incremento de la pobreza extrema y del hambre que mata a muchos millones de personas en todo el planeta.

Casi todo el mundo ha oído también que esa subida de precios se debe a la invasión de Ucrania, dado que este país y Rusia son dos de los mayores exportadores de productos alimenticios básicos.

Es cierto que semanas después de la invasión los precios de los alimentos alcanzaron los niveles más elevados de la historia reciente pero la realidad, o al menos una buena parte de ella, no es exactamente que esa subida se deba exclusiva o principalmente a la guerra y, ni siquiera, a que haya escasez de alimentos.

El índice de precios de los alimentos que publica la FAO (la organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación) era el 65,6 en 2004, el 131,9 en 2011, el 125,7 en 2021 y el 140,7 en febrero de 2022 y el 138 en agosto pasado (datos aquí). Según sus datos, solo entre marzo de 2020 y febrero de 2022, los aceites vegetales habían subido el 136,1% de media en todo el mundo; el azúcar el 61,8%; los cereales el 47,7%; los productos lácteos el 39%... y los que conforman en conjunto la canasta básica de las familias el 47,8% de promedio.

A la vista de esos datos, está claro que la vertiginosa subida del precio de los alimentos no es consecuencia exclusiva o principal de la guerra. Venía de antes.

Tampoco es verdad que la subida de precios sea consecuencia de la escasez de oferta en los mercados.

Como acabo de señalar, el precio de los cereales se ha disparado en los últimos años y, sin embargo, su producción no ha cesado de aumentar.

La FAO estima que la producción mundial de cereales de 2022 será de unos 2.774 millones de toneladas, solo 38,9 millones menos que en 2021. Y tampoco han disminuido sustancialmente las reservas mundiales (datos aquí).

Por tanto, las subidas de precios de los productos alimenticios en todo el mundo tampoco se deben ni exclusiva ni principalmente a desajustes entre su oferta y demanda real en los mercados.

Para saber lo que de verdad está pasando con el precio de los alimentos en todo el mundo hay que conocer cómo vienen funcionando los mercados de materias primas y alimentos en las últimas décadas y, en particular, que en ellos se llevan a cabo dos grandes tipos de operaciones: las de cobertura y las puramente especulativas.

Las operaciones de cobertura son las que tienen que ver con la compra y venta real de productos, de cantidades físicas de las diferentes materias primas. Quienes las realizan utilizan normalmente los llamados contratos a futuro que son documentos en los que se anticipan los precios del momento en que se llevarán a cabo las transacciones efectivas. Un instrumento extremadamente valioso para los agricultores y ganaderos de todo el mundo y, en general, para los productores de todos los bienes que se venden tiempo después de que su producción se haya puesto en marcha. Gracias a ellos, los productores tienen certeza sobre los precios que van a recibir, aunque otra cosa sea que, llegado el momento, hayan acertado o no con su evolución.

Las operaciones especulativas son las que llevan a cabo los bancos, fondos de inversión o de pensiones que intervienen en esos mercados para comprar esos contratos de futuros (y otros "papeles" que reflejan contratos, seguros, reaseguros... derivados de ellos) con el único objetivo de beneficiarse con el cambio que se produzca en el precio de las mercancías.

El director general de Teucrium, uno de los grandes fondos de inversión que especula en esos mercados, escribía hace poco: "Los precios mundiales de los alimentos han aumentado casi un 33% en el último año.  Si bien la inflación de los alimentos amenaza con afectar negativamente a la economía mundial, los inversores informados podrían beneficiarse potencialmente de una tendencia al alza de los precios" (aquí). Y esa fácil comprobar que otros muchos fondos de inversión, por no decir que todos, están ofreciendo invertir en contratos vinculados a los precios de productos alimenticios para obtener ganancias cuando están subiendo (aquí, por ejemplo).

El problema de estas inversiones especulativas es muy claro. No se trata de inversiones que vayan por detrás de la subida de precios, que se acomoden a ellas, sino que son sus operaciones de compra o venta (según convenga) las que provocan que los precios suban o bajen (según convenga a la apuesta que previamente han realizado).

Puesto que estos fondos de inversión dominan el mercado, tienen capacidad para decidir la orientación de los precios, de modo que pueden apostar sobre seguro puesto que, como he dicho, ellos mismos deciden su evolución.

Tras la crisis que se produjo a partir de 2007 y 2008 ya se pudo observar este fenómeno. Los grandes fondos de inversión realizaron compras masivas de carácter especulativo provocando la gran subida del precio de los alimentos que llevó a la desnutrición o a la muerte a millones de personas y que hizo que el hambre crónica volviera a crecer desde 2014, tras haber disminuido de forma constante durante decenios.

El daño que produjeron este tipo de operaciones especulativas fue tan grande y evidente entonces que los gobiernos de Estados Unidos y la Unión Europea anunciaron que tomarían medidas para frenarlas. Pero la presión de las finanzas logró que se revirtieran al poco tiempo, sobre todo, o en mayor medida, en Europa.

Ahora, cuando la crisis de la Covid-19 provocó escasez y comenzaron a vislumbrarse futuras subidas de precios y, más tarde, cuando Rusia invadió Ucrania, los especuladores volvieron a las andadas y han hecho que los precios de los alimentos básicos suban mucho más de lo que hubiese correspondido a los desajustes reales en los mercados.

En el mercado de trigo de París, la posición de los especuladores pasó del 23% en mayo de 2021 al 72% en abril de 2022 (lo que quiere decir que 7 de cada 10 operadores son especuladores), y los bancos y fondos de inversión han multiplicado por cuatro su presencia en estos mercados en los dos últimos años y por cinco desde 2018 (información reciente sobre todo esto aquí y aquí).

La correspondencia entre la subida de precios del trigo en París del 23 de febrero de este año al 7 de marzo (38%) con el incremento de la presencia de compras de fondos de inversión (43%) es significativa. Como también que el volumen de operaciones puramente especulativas de mencionado fondo Teucrium se multiplicaran por 100 de enero a marzo de este año, justo cuando más se dispararon los precios.

El efecto de la especulación sobre los alimentos es literalmente terrible. Las subidas de precios que produce no tienen que ver con lo que ocurre en los mercados reales pero, a la postre, las pagan realmente los productores y consumidores. Las subidas que provocan en el precio de los alimentos, en particular, producen hambre, matan a millones de personas, tan solo para que se enriquezcan unas cuantas miles.

Según los últimos datos de Naciones Unidas, cada día mueren unas 15.000 personas por hambre en todo el mundo y el número de personas que la sufren siguió subiendo hasta los 828 millones en 2021, según su último informe (aquí). La especulación con el precio de alimentos básicos debería ser considerada un crimen económico contra la humanidad y debiera hacerse responsables de esos millones de muertes también al gobierno de Estados Unidos y a las instituciones europeas que, en lugar de frenar las operaciones que las producen, las permiten y le dan alas.

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