La tramoya

La bravuconería selectiva de la Comisión Europea nos sale cara

La bravuconería selectiva de la Comisión Europea nos sale cara
La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, responde a las preguntas de los periodistas cuando llega al primer día de una cumbre de líderes de la UE en el edificio del Consejo Europeo en Bruselas el 20 de octubre de 2022.- AFP

Cuando nos señalan algo con el dedo y lo que hacemos es mirarlo, en lugar de aquello a lo que apunta, lo normal es que nos perdamos lo mejor, lo más importante.

Desde la invasión de Ucrania, los medios de comunicación y los políticos occidentales, con especial mención de los europeos, no han parado de distraernos para lograr que nos fijemos en el dedo y no en lo que realmente es importante.

Nos han hecho creer que la invasión era el origen de todos los males, que Rusia es el infierno antidemocrático y Putin un loco dispuesto a acabar con el resto de la humanidad. Yo creo, sin embargo, que hay algo más que tratan de ocultarnos.

No defiendo, ni mucho menos, la invasión; la condeno sin contemplaciones. Pero condeno todas, a diferencia de quienes han defendido y están defendiendo hoy mismo hechos similares en otros lugares del mundo. Creo en la democracia, pero no puedo aceptar que se presente a Ucrania como su defensora frente al totalitarismo ruso porque, puestos a comparar, su régimen dejaba y deja mucho más que desear que el de Putin desde el punto de vista del respeto a la libertad y los derechos civiles. Tengo la seguridad de que hay que hacer frente a la invasión, pero no con el cinismo y la torpeza con la que están actuando los dirigentes occidentales, claramente más interesados en enquistar un conflicto que en imponer la paz en todos los rincones del planeta y en Ucrania en particular. Y me parece que la invasión es un hecho de suma importancia histórica, pero no más relevante que lo que verdaderamente hay detrás, un proceso seguramente ya imparable de desglobalización teledirigida desde Estados Unidos.

Cualquier persona que haya venido leyendo los documentos que definen la estrategia internacional estadounidense ha podido comprobar su cambio de posición en los últimos años y la clara reorientación de todas sus políticas comerciales, tecnológicas y militares para comenzar a hacer frente a China como un nuevo y principal adversario global.

Lo que está ocurriendo en Ucrania es una de las necesarias trastiendas de ese proceso, vital para Estados Unidos si quiere seguir manteniendo su posición de primera potencia mundial.

Lo que están buscando los norteamericanos en esa trastienda es un doble objetivo. Por un lado, envolver a Rusia en una guerra de desgaste que, a ser posible, acabe con el régimen de Putin, no solo para poner su extraordinaria fuente de recursos estratégicos a disposición de un nuevo orden comercial sino, sobre todo, para desengancharla lo más radicalmente posible de China. El segundo objetivo también es claro: acabar con cualquier margen de autonomía estratégica de Europa, sometiéndola a una dependencia comercial, tecnológica, financiera y militar de la que no pueda escapar durante décadas. De ahí que Alemania haya estado y vaya a seguir estando en el centro de la diana y que hasta haya sufrido el sabotaje del Nord Stream, una de sus infraestructuras estratégicas (por cierto, sin que los bravos dirigentes europeos hayan hecho algo distinto a disimular y mirar a otro lado).

Nada de eso es sorprendente porque esa estrategia se ha expresado en documentos que están a la vista de todo el mundo o incluso en declaraciones públicas de líderes políticos y estrategas militares. Lo que era algo más impensable que se produjese era una respuesta de los dirigentes de la Unión Europea tan esclava de los intereses de Estados Unidos y completamente ajena a la definición de una posición propia, autónoma y en favor de la paz mundial.

No sé si por incompetencia o por deshonestidad, pero lo cierto es que las decisiones que vienen tomando los responsables de la Comisión Europea están produciendo ventajas y beneficios de todo tipo a Estados Unidos (y, lo que es todavía peor, incluso a Rusia y China) y unos costes abrumadores para la ciudadanía europea, para nuestras empresas y para el propio proyecto de integración.

Sirvan como un simple ejemplo de ello los últimos datos sobre comercio exterior publicados la semana pasada por Eurostat.

Las compras (importaciones) a Rusia de la Unión Europea en su conjunto aumentaron un 60,9% de enero a agosto de este año y las ventas (exportaciones) bajaron un 34,3%. En estos primeros ocho meses de 2022, la UE ya había gastado en compras a Rusia 150.000 millones de euros, prácticamente lo mismo que en todo 2021 (160.000 millones).

Y algo parecido ha ocurrido con China (las compras de la UE subieron el 42,6% de enero a agosto de 2022 respecto al mismo del año pasado y las exportaciones solo aumentaron el 2,2%); o con Estados Unidos (nuestro superávit comercial bajó de 109.400 millones de euros a 100.000 millones).

El aumento de esos déficits tiene detrás población que sufre penurias y miles de empresas al borde del cierre, y eso está ocurriendo como efecto de las medidas erróneas (o quién sabe si algo peor que erróneas) que vienen tomando las autoridades europeas.

Han establecido sanciones económicas a Rusia que ni son sinceras (seguimos comprando combustible nuclear a Rusia), ni inteligentes (porque nos cuestan mucho y a Rusia incluso le benefician), ni efectivas para detener la invasión (como casi nunca lo han sido las sanciones), ni realistas (como los topes al precio del petróleo ruso). Aunque, eso sí, han reforzado nuestra dependencia con Estados Unidos.

Y, por otro lado, padecemos los efectos de situación de guerra (de la que Europa no es parte formalmente pero sí de facto) sin tomar las medidas económicas extraordinarias que sería necesario adoptar para evitar que, tal y como está sucediendo, unos pocos se aprovechen y multipliquen su poder y patrimonio a costa de la mayoría. Única forma, entre otras cosas, de frenar las enormes subidas de precios que se están registrando. En lugar de eso, como acaba de señalar Joseph Stiglitz, se está respondiendo con un neoliberalismo que "está basado en ideas simplistas sobre cómo deberían operar los mercados que (...) no funcionó ni siquiera en tiempos de paz".

Los dirigentes europeos están acostumbrados a recurrir a la bravuconería cuando disciplinan a los débiles y ahora han hecho de ella una expresión retórica de guerra que en realidad oculta el silencio cobarde ante los auténticamente poderosos. Son bravucones selectivos que imponen costes tremendos a los de abajo mientras se someten ante los que de verdad están imponiendo sus intereses de guerra y muerte al resto del mundo.

Europa solo tiene una apuesta que le proporcione rédito, libertad y garantía de futuro, la de la paz. O, si me apuran, la de la guerra bien hecha; no la que consiste en renunciar a ser ella misma y esconderse con cobardía tras el escudo de la gran potencia. Quien, además, ha mostrado hasta la saciedad que tiene y defiende intereses muy diferentes a los nuestros.

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