Juegos sin reglas

Para (re)nacer hay que morir

José Angel Bergua

Catedrático de Sociología

Las sociedades y gentes de todos los tiempos saben que para (re)nacer hay que morir y que para morir hay que despertar. Sin embargo, en muchos casos, tanto los individuos como los órdenes sociales, ni siquiera alcanzan a despertar. Igualmente es habitual que, habiendo despertado, retrocedan con terror ante el trance de tener que morir, por lo que, aun alcanzadas las condiciones, desaparece la posibilidad de cambiar. Todo ello ha estado bien presente en algunas de las cosas más importantes que han ocurrido en esta aciaga década que dejamos atrás.

En Grecia, por ejemplo, Syriza no se atrevió a romper con la Europa de las deudas, incluso contando con el apoyo mayoritario de las gentes, manifestado en el referéndum que a tal efecto se convoco el año 2015. En Cataluña, los principales partidos independentistas se quedaron paralizados de miedo tras la exitosa celebración del referéndum del 1 de Octubre del 2017 que, a base de esfuerzo e ingenio, sacaron adelante buena parte de sus gentes. Del mismo modo, en el conjunto de España, aunque pocos años después del despertar que trajo consigo el 15M del 2011, quienes desembarcaron en la arena política tomando su testigo llegaron a argumentar la necesaria muerte del Régimen del 78, en la actualidad, un mismo miedo y una parecida falta de osadía que la exhibida en Grecia y Cataluña han derivado, artículo por artículo, en la defensa de la actual Constitución. En cambio, los británicos, tras despertar y sobreponerse a los correspondientes miedos, alimentados sin rubor desde el mismo corazón financiero de la City, conquistaron la celebración del referéndum del 2016 y, una vez en él, decidieron morir saliéndose de Europa, complicación que acaban de resolver in extremis, tras superar muchos obstáculos que parecían insalvables.Un modo de visitar el fondo indiferenciado del mundo y de renacer es el de los ritos

mistéricos de los antiguos griegos. Por ejemplo, en Eleuisis, donde los iniciados obtenían cierta sabiduría previo paso por una situación que Plutarco equiparó a la propia muerte. En la mitología griega, un personaje que encarna esa muerte es el amante de Afrodita, Adonis, nacido de una relación incestuosa instigada por la propia diosa, muerto y despedazado por la embestida de un jabalí que representa a su padre, resucitado después de que Afrodita reuniera los pedazos sobre unas hojas de lechuga y posteriormente ascendido a los cielos.

Otro personaje que encarna el (re)nacimiento es Orfeo. Se cuenta que, con la dulzura de su canto y el arte de su lira, hechizó al mismísimo Hades para que le devolviera a Eurídice, su esposa muerta, símbolo de su propia alma. Algo parecido le ocurre a Psique. Para recuperar el amor de Eros pide ayuda a Afrodita y esta le obliga a atravesar pruebas y penitencias, incluido el descenso al horror del inframundo, del que, ayudado por el propio Eros, logra (re)nacer. Lo mismo sucede en Babilonia con Tamuz, el joven esposo o amante de Istar, en Egipto con Osiris, en este caso emparejado con la diosa Isis, y en Frigia con Atis, amante de Cibeles. Tampoco podemos olvidar a Dionisos, otro ejemplo de dios que es despedazado y luego resucita. Y tampoco hay que olvidar el descenso anual de Deméter al Hades para visitar a su hija muerta, Perséfone.

Un viaje parecido protagoniza Parménides, el presocrático que legó a Occidente la preocupación por el Ser de la que se han hecho cargo la filosofía primero y la ciencia después, pues el eléata, tras dormir durante años en un cueva y experimentar su muerte, con el correspondiente descenso a los infiernos, contacta con la diosa Justicia, madre de la concordia, la rectitud y la virtud, para convertirse en un iatromante o chamán, capaz de remediar los males individuales y colectivos. De hecho, tras su (re)nacimiento, Parménides fue solicitado para salvar Atenas de una plaga y resolvió el problema descubriendo ciertos desórdenes en la vida de la ciudad que conjuró con varios rituales de purificación. Como Parménides, todo aspirante a chamán, debe pasar por un durísimo proceso que incluye la muerte ritual. Por ejemplo, el iniciado se retira a un cementerio u osario abandonado e invoca a los más temibles demonios y a las más monstruosas deidades para que troceen y devoren su cuerpo. De este modo será liberado de las constricciones que impone el mundo corriente. A continuación, con la ayuda de un maestro o de un aliado espiritual, el iniciado será reconstruido y quedará facultado para realizar distintas obras curativas o visionarias.

También se puede visitar el inframundo a través de los sueños. De hecho, en Grecia, Hipno (sueño) y Tánato (muerte) son dos dioses gemelos. Para que el sueño permita visitar las moradas más íntimas del otro Mundo, las cuales albergan la fuerza y energía necesarias para (re)nacer, es necesario que el iniciado pague el peaje del miedo pánico. Se atribuye a Plutarco el lúgubre anuncio de que, con el desembarco del cristianismo en la Antigüedad tardía, el gran Pan había muerto. A partir de entonces, la conexión con el inframundo que este dios representaba quedó sepultada en el inconsciente y sólo tenemos acceso a ella a través de las pesadillas. En ellas se desata un miedo, expresión de un patrón instintivo, de una sabiduría del cuerpo, como lo son también el hambre o la sexualidad, que no tiene que ver exactamente con la muerte sino con la nada en la que se fundamenta todo lo que está vivo. En Grecia y Roma, antes de desaparecer de la conciencia y brotar del inconsciente como pesadillas, Pan estaba relacionado con profundos sueños proféticos que los iniciados incubaban y alumbraban, tras ciertos rituales.

Finalmente, gran parte de las civilizaciones han figurado la visita al fondo indiferenciado de las cosas que es la muerte, tras la que se (re)nace y obtiene creatividad, a través del periplo del héroe, una figura que todavía resulta atractiva al imaginario contemporáneo. Según Campbell, la estructura del mito heroico consta de un viaje en 12 fases que comienza con el abandono voluntario o forzado del mundo conocido y la inmersión en otro lleno de amenazas y pruebas para las que se contará con la ayuda de aliados o mentores y la oposición de enemigos. Tras superar la muerte, el héroe volverá con su trofeo (elixir, conocimiento, pareja, etc.) y renacerá en el mundo ordinario.

También a nivel colectivo las sociedades antiguas y primitivas saben de la necesidad de la muerte para que el cuerpo colectivo (re)nazca. Por ejemplo, tras el fallecimiento del Rey, encarnación del orden, se abre un periodo de caos en el que las multitudes cometen actos habitualmente considerados criminales, hasta que, con la coronación del sucesor, el orden (re)nace de nuevo. Ocurre lo mismo con fiestas como el Carnaval, los Santos Inocentes, Santa Águeda, etc. actualmente muy debilitadas, pero que todavía abren breves y eufemizados paréntesis de caos en el orden. Y es también el caso de las muy variadas clases de fiestas a las que con tanta pasión se entregan los jóvenes desde la noche de los tiempos provocando la disolución de las convenciones sociales. Esta administración homeopática de la muerte igualmente tiene lugar en descalabros colectivos precipitados por catástrofes y guerras o desatados por las propias revoluciones. En esas ocasiones las interacciones se hacen mucho más frecuentes y activas, los hombres se buscan o se reúnen más y de ello resulta una efervescencia general. Como dice Durkheim, "las pasiones son de tal intensidad que no pueden satisfacerse más que por actos de heroísmo sobrehumano o de barbarie sanguinaria". Lo que acontezca tras esa muerte o disolución en el fondo de indiferenciación colectiva que traen consigo las guerras, catástrofes, revoluciones, etc., se convertirá en la materia prima y memoria del orden social que (re)nazca. Por cierto, también las epidemias suelen traer (re)nacimientos parecidos, pues una peste en el 190 antes de nuestra era precipitó la decadencia de Roma y la peste negra del siglo XIV puso fin a la Edad Media, despejando así el camino al Renacimiento.

Aunque un tránsito de muerte y (re)nacimiento fue lo que se insinuó en Grecia, Cataluña y el conjunto de España durante década que acaba, la política que tenemos no nos ha dejado en muy buena situación. Unos han vuelto al plácido sueño que administra el orden y otros han estado tan faltos de valor y sobrados de miedo para afrontar la muerte de sus respectivos cuerpos políticos que viven en una pesadilla continua. No obstante, habrá que estar atentos, aprender de los errores y cambiar de aliados, como hacen los héroes, pues las puertas del Hades, en algún momento, volverán a abrirse. Gran Bretaña, con su Brexit, es el mejor y más cercano ejemplo de que el miedo a la muerte, aireado por millones de voces provenientes de lo que allá llaman stablishment y aquí Estado Profundo, puede ser superado. Morir no es un trago fácil, pero para tener una vida plena, como sabe mucha gente por propia experiencia y nos recuerdan los mitos de todas las civilizaciones, hay que pasar por ese trance. También a nivel político.

 

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