Juegos sin reglas

Las travesuras del deseo

Enrique Carretero Pasin

Profesor de Filosofía

Las travesuras del deseo
Imagen de Gerd Altmann en Pixabay

A diferencia de recientes décadas pasadas, en la atmósfera cultural de la época no parece en apariencia transparentarse conflicto alguno entre las demandas originadas en el deseo y las coerciones imperativas de la sociedad. Esto da qué pensar, y hasta diríamos que huele mal, no en vano la antropología ha topado en la gestión de este sempiterno conflicto el cimiento mismo de la civilización. Acaso debido a la conciencia de su irresoluble o nada fácil respuesta, instituciones políticas, educativas, movimientos sociales y hasta corrientes terapéuticas parecen obviarlo o haber pasado página en este asunto.

Probablemente lo peor que pudo haberle sucedido al psicoanálisis es haber presentado su discurso a-sociológicamente desligado de unas coordenadas históricas que facilitasen la comprensión del porqué y cómo en la normalización de un prototípico modelo de subjetividad. Con la incorporación de lo histórico-social en las categorías psicoanalíticas este discurso gana en profundidad analítica. Conviene, pues, preguntarse qué es del devenir del deseo en tiempos sin sombra de moral tirana. El capitalismo industrial generaba alcohólicos/as en las clases trabajadoras y neuróticos/as en las burguesas. Ambas formas autodestructivas, solo que en las segundas más sofisticada. Era el peaje a pagar por la contención de un deseo socialmente inadaptable a los dictados sociales. Esto se enmarcaba en una lógica de producción económico-política de estandarizadas subjetividades acorde a la disciplina industrial. El quid del problema que atenazaba al sujeto consistía en como liberar un deseo reprimido por ser in-asimilable por el productivismo. Esto significó el despertar de la época dorada del freudo-marxismo como llave explicativa de un malestar ambiental, fruto de la alienación, vuelto sobre la interioridad del yo.

Pero este no es ya nuestro decorado cultural. El capitalismo de consumo da un giro en la estrategia económico-política de construcción de las subjetividades. No le interesa mantener el deseo en clausura sino exaltarlo. Esta es la raíz del problema con el cual tienen que lidiar día a día padres y docentes, desencadenado a causa de que a los viejos Aparatos Ideológicos del Estado -Escuela y Familia- se les ha instado a una liberación en sus adentros del deseo camuflada de lenguaje liberador de emociones, afectos y sentimientos, aun cuando, eso sí, parezca incompatible con las exigencias meritocráticas cada vez más exigentes decididas desde las sociedades. Por principio, Familia y Escuela no deben poner límite al deseo, interferir en la consecución del gozo. Con el fin de evitar la aparición de neuróticos reprimidos e insatisfechos con el curso de su deseo, como tipo ideal de una subjetividad pretérita, se posterga la negativa al deseo hasta, cuando menos, pasada la treintena, a la espera de una dedicación económicamente remunerada autorrealizadora en términos personales; hasta un buen día en que, de repente, el sujeto escucha la voz del Estado transmitida en su entorno, diciéndole: "ya no eres joven". Mientras tanto conviene que el deseo campee a sus anchas, vista la inutilidad económica del ascetismo intramundano.

Puestos así el psicoanálisis tendría sus horas contadas, dado que su crédito radicaba precisamente en señalar la negación del deseo como origen de la patología. Pero he ahí que el asunto no resulta tan simple como pudiera aparentar. Que el deseo haya llevado por delante los mandatos normativos constrictores procedentes de instituciones familiares y educativas no quiere decir que se enfrente al mandato del Estado, que es el que, no lo olvidemos, pusiera antaño a su servicio a Familia y Escuela en una dirección antes represora. Lo que en verdad ahora interesa funcionalmente a las instituciones es la cristalización de un duplicado de la subjetividad, manteniendo la negación del deseo en el trabajo (precarizado) para enervar una afirmación suya en el ocio ligado al consumo. Si lo  auténticamente importante en la vida de los sujetos, aquello donde éstos se ve recompensados por las negativas a su deseo, es lo segundo, el primero desaparece incluso como espacio de luchas reivindicativas que no fueran las directamente vinculadas a un aumento salarial fortalecedor de la capacidad de consumo y, por ende, del deseo. No hay, pues, nada anómico en la circulación del deseo, sino, antes bien, político-estructural. En realidad, todo el mundo lo sabe. Lo que sí queda fuera de los márgenes del deseo es una tentativa liberadora al respecto de las prescripciones del Leviatán, no a propósito de su gramática moral pregonada, que siempre fue en el fondo clandestinamente vulnerada, sino de la médula de la deuda política contraída por los sujetos con éste, cargada de renuncia pero también portadora de ventajas.

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