Juegos sin reglas

El Rey está desnudo

Decía Freud que los individuos alimentan y dan estabilidad a lo social de dos modos. Por un lado, pueden proyectar su deseo sobre ciertos puntos fijos exógenos, como un líder, una bandera, cierto ideal, etc. El mecanismo que facilita esta clase de orden es la idealización. Por otro lado, cabe también que el deseo se proyecte horizontalmente hacia los iguales. En este caso el mecanismo que interviene es la identificación y el orden resultante es más inestable. Tanto que Freud lo bautizó como "pánico" y apenas supo escribir unas pocas palabras acerca de él. Esa dificultad la han padecido otros muchos autores, a menudo sin enterarse de ello, al enfrentarse a situaciones formalmente idénticas.

Hobbes, por ejemplo, entendió que, para detener el peligroso miedo horizontal, propio del estado de naturaleza, sólo cabía el temor que el Estado fuera capaz de inspirar desde arriba. De este modo destruyó la posibilidad de pensar las relaciones horizontales e hizo del Estado algo inevitable. Sin embargo, en realidad, Hobbes no fue tan tajante, según nos cuenta Foucault, ya que, en ausencia de Estado, supuso que hay un teatro de miedos y recelos mutuos que no necesariamente ha de desembocar en una guerra de todos contra todos. Como le ocurrió a Freud con el "pánico", tampoco Hobbes entendió bien ni dio recorrido a esta posibilidad de orden horizontal y casi nadie ha recogido el guante. Sin embargo, ese otro mundo existe.

En efecto, los etólogos nos informan que entre los animales dicho teatro permite que las frecuentes peleas no provoquen apenas víctimas. Por su parte, la antropología británica ya observó hace décadas que un juego similar funciona entre las bandas de hooligans futboleras. El problema no es que esta paz horizontal genere más o menos víctimas que la impuesta por el Estado con sus policías, como podrían argumentar los apólogos del método vertical, pues ninguna de las dos variantes es perfecta en este sentido. El problema viene cuando los fracasos del modo horizontal son exhibidos para alimentar más todavía el fantasma de la inseguridad con el que justificar y ampliar la intervención del Estado, convertido así en el Leviathan bíblico que tanto entusiasmó a Hobbes. Por cierto, sucede lo mismo con las criptomonedas, basadas en la confianza horizontal entre usuarios, pues su volatilidad y otros inconvenientes son utilizados como pruebas a favor de las monedas clásicas, cuya validez depende del respaldo o confianza que administra el estado, aunque esto no las hace, ni mucho menos, más fiables. Basta salir del mundo desarrollado para encontrar abundantes pruebas de ello.

Los defensores de un Estado más amable, calificado como "del bienestar", tampoco han puesto las cosas fáciles a la horizontalidad. Sugieren que desde arriba deben prodigarse cuidados o protección y que por abajo sólo ha de circular eso que luego se ha llamado "solidaridad", palabra que esconde un malentendido. El término proviene del derecho romano y originalmente designó una férrea obligación (in solidum) impuesta desde arriba para hacer propia la deuda de un igual. Después, ciertas ideologías se apropiaron del término para hacer que significara el compromiso de los pares para con un ideal. Finalmente, en nuestros días, ya se ha convertido en la obligación generalizada de sostener cualquier decisión del Estado. De este modo, el auténtico cuidado horizontal que late, por ejemplo, tras el dar, recibir y devolver, muy importante en la vida ordinaria de las gentes, y que promueve la circulación de la deuda, pues todo el mundo rota por las posiciones de acreedor y deudor, ha quedado eclipsado. En efecto, con la administración vertical de la deuda todas las gentes son deudoras y solo el Estado es acreedor. Exactamente igual que ocurre en el cristianismo con la deuda moral del pecado contraída por los fieles para con su dios.

En definitiva, tanto en los escenarios donde circula el odio como aquellos en los que prevalece el cuidado, la deuda o la confianza, el Estado se ha impuesto desvirtuando la estabilidad que tales combustibles son capaces de generar por abajo y volviéndola impensable. De hecho, aunque Freud reconoció que el amor proyectado por un punto fijo exógeno crea cierto orden, no negó que la horizontalidad, sin mediaciones exteriores, también fuerza capaz de hacerlo. Sin embargo, no supo decir mucho más acerca de la lógica que haría funcionar esa situación. Básicamente, porque con la desaparición de los puntos fijos exógenos, al experto se le evaporan las referencias a partir de las cuales poder decir algo con sentido. Quizás fuera ese escenario que rechaza la reflexión y acción de cualquier clase de élite lo que llevara a Freud a utilizar la palabra "pánico", que ya desde el mundo antiguo tiene tantas connotaciones negativas. Recuérdese que Pan, un dios semisalvaje compañero habitual de Dionisos, vivía fuera de la ciudad aterrorizando a los incautos que turbaban sus profundas siestas.

Sin embargo, antes de que esas opiniones se extendieran, Pan no tenía tan mala prensa. Se atribuye a Plutarco el lúgubre anuncio de que, con el desembarco del cristianismo en la Antigüedad tardía, "el gran Pan había muerto". A partir de entonces la conexión con la naturaleza que este dios representaba y que también encontramos encarnada por sátiros y faunos, todos ellos figurados de un modo entre malévolo y grotesco, quedó sepultada en el inconsciente y sólo tenemos acceso a ella a través de las pesadillas. En ellas se desata un miedo, expresión de un patrón instintivo, de una sabiduría del cuerpo, como lo son también el hambre o la sexualidad, que no tiene que ver exactamente con la muerte, sino con una potencia subjetiva más profunda y extraña. En efecto, en las antiguas Grecia y Roma, tanto Pan como Fauno, antes de desaparecer de la conciencia y brotar del inconsciente como pesadillas, estaban relacionados con profundos sueños proféticos que los iniciados incubaban y alumbraban tras ciertos rituales. Así que la creatividad onírica está eclipsada por pesadillas sólo cuando los sujetos se han distanciado de sí y han pasado a temer aquello que los constituye. Justo lo que ocurre con el deseo, el miedo, el cuidado y la confianza horizontales.

No mucho más tarde de que Freud especulara sobre masas y pánicos, Canetti demostró que, aunque quienes exhiben mando y saber vean mermadas sus facultades en el pánico, los que participan en tales situaciones saben desenvolverse bastante bien. No resulta nada arriesgado añadir a esto que en escenarios estables, donde la gente es convertida en una masa manipulable, sucede justo al revés: si las élites lo entienden todo perfectamente y saben actuar, los participantes de abajo están absolutamente desorientados. Que el pánico esté mediado por el odio, dando lugar a violencias teatralizadas, como advertía Hobbes, o que esté activado por el cuidado mutuo, creando sinergias horizontales más amables, es lo de menos. Lo de más es que en ningún caso hay puntos fijos exógenos decisivos.

En los últimos tiempos, ante el descrédito y crisis tanto de los Estados como de sus élites, la horizontalidad ha irrumpido, al menos, un par de veces. El 15M español lo declaró con mucha contundencia: "No los votes pues no nos representan", "lo llaman democracia y no lo es". Aunque algún partido pareció entender el mensaje, eso no impidió que fuera devorado por el sistema que tan bien creía conocer. Incluso ocupando los más altos sillones del Estado. Unos pocos años más tarde, miles de urnas llenaron Cataluña y cientos de miles de papeletas entraron en ellas, sorprendiendo todo ello tanto a los partidos e instituciones que estaban a favor de la cosa como a los que no. Los primeros siguen sin estar a la altura de aquello que teóricamente respaldaban. Los segundos, no han dudado en despertar lo peor del Leviathan.

Ninguna clase de élite ha podido o querido hacer caso a las dos recientes apariciones de Pan, para unos en forma de sueños proféticos y, para otros, como pesadillas. Pero esto no es nuevo, pues lleva ocurriendo desde que el mundo vertical se separó del horizontal. Tampoco supone ningún problema, pues pertenece a la naturaleza del vínculo horizontal bastarse y sobrarse frente a cualquier referente exógeno. También se caracteriza dicho vínculo por pasar desapercibido e irrumpir, de vez en cuando, sin que nadie lo espere, como elefante en cacharrería. No otra cosa ocurrió el 15M del 2011 y el 1 de octubre del 2017. Esos acontecimientos, como los que ya ocurrieron antes y los que vendrán después, siempre traen consigo una misma y luminosa verdad, que suele ser olvidarse con facilidad: el Rey está desnudo.

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