Estamos acostumbrados a que los más pequeños, los que ahora llaman "nativos digitales", prácticamente nos humillen con su pasmosa facilidad para manejar los últimos avances tecnológicos. Da igual si hablamos de informática, de imagen y sonido o, incluso de la última cafetera que hemos comprado: ellos siempre sabrán cómo funciona antes que usted... aunque como usted, ellos tampoco lean el manual. En clara vengaza por esta circunstancia, a continuación les presento los diez ingenios tecnológicos de las décadas de los 80 y 90 que, no sólo ustedes sabrán utilizar mejor que los nativos digitales sino, además, hasta es posible que ellos ni sepan de su existencia.
El compañero de garita y quiosco. La TV portátil se convirtió hace décadas en el mejor amigo del guarda de seguridad en su garita o del quiosquero de barrio. Con pantallas de 2,7 pulgadas de cristal líquido, al principio sólo en blanco y negro (hasta 1985, que llegó el color), bastaban para ver el Real Madrid-Barça de turno.
1 de 10. Los diskettes de 3,5, también conocidos como floppy disk, eran el equivalente a los pendrives actuales, con una diferencia: mientras ahora no es raro toparse con memorias USB de 8GB, aquellos diskettes era de 1,44 MB (los de alta densidad). Esta capacidad hacía muy divertivo cargar un juego en tu ordenador con no menos de una decena de diskettes y el mensaje en pantalla 1 de 10 preparándonos para la larga espera.
Enjabona la ventosa. Aunque cargar un juego con diez diskettes era cansado, el esfuezo merecía la pena... sobre todo si teníamos uno de aquellos modernos joystick de Spectravision (SVI) que nos permitían jugar si tener que tirar de teclas, porque el reparto de los controles por el teclado estaba pensando como tuviéramos tres manos. Aquellos joysticks que contaban con ventosas para pegarlos a la mesa y que no se movieran, aunque el poder de adherencia de éstas se fuera perdiendo por el ímpetu de nuestro juego y, de vez en cuando, hubiera que andar enjabonándolas para que siguiera pegado a la mesa.
Bip-bip-bip. Los más jóvenes tienen a la primera consola en sus mentes como una verdadera antigualla, pero ¿qué pensarían si hubieran conocido la míticas máquinas de Donkey Kong? Sí, el mismo juego que ahora disfrutan hasta en 3D, entonces lo jugábamos gracias a la alianza de Nintendo y Game&Watch, viendo cómo el gorila se salvaba de los cocodrilos o de las vigas en una costrucción en aquellas pequeñas pantallas de cristal líquido, mientras a cada salto que daba nos acompañía un bip-bip que, tras jugar horas, podíamos seguir oyendo en nuestras cabezas.
¿Hace un selfie? La Polaroid, que ahora se ha vuelto a hacer popular gracias a la imagen corporativa de Instagram, sirvió para ver cómo los actores americanos se hacían fotografías unos a otros en las películas. Aunque es verdad que en España se veían alguna, no fue un producto que tuviera una implantación tan masiva como otros ingenios. Eso sí, cada vez que algún amiguete tenía una, las peticiones de conseguir una foto instantánea le llovían por todos lados. Eso sí que eran selfies.
¿Brillo o mate? Y si la Polaroid revolucionó la fotografía, ¿qué me dicen de aquella liturgia de llevar nuestros carretes a revelar a la tienda? Podían tardar entre dos y tres días en entregarnos el resultado, previo pregunta "¿brillo o mate?", y la decepción de tener que pagar por fotos desenfocadas o tan oscuras que no se distinguían más que siluetas. La llegada de las máquinas reveladoras y, con ellas, el revelado en una hora, marcarían un punto de inflexión en el negocio.
Mis vacaciones en Benidorm. Todos, en alguna ocasión, hemos padecido la proyección de las diapositivas de las vacaciones en Benidorm del amigo de turno. Eso que nos ahorramos con Facebook, donde ahora cuelgan sus fotos, creando eventos especiales y uno puede visitarlos (o no) en diagonal para poder salvar los muebles en caso de tercer grado. Hace años, en cambio, uno podía sufrir auténticas emboscadas con las proyecciones de diapositivas que, en contra de lo que pensarán algunos jóvenes, no eran páginas del PowerPoint.
El regalo de comunión. Aunque en el imaginario colectivo de los nostálgicos está el mítico walkman o, años más tarde, el discman (sí, nunca hubo walkwoman), ¿qué me dicen de los radiocascos? Aquel ingenio que por muy ligero que dijera el fabricante que era, lo cierto es que pesaba, y con el que igual podíamos sintonizar AM o FM en uno de los auriculares y, en el otro, controlar el volumen... con su antenita telescópica que, según moviéramos la cabeza a un lado u otro, sintonizaba mejor o peor. Durante mucho tiempo y junto a la cámara de fotos, el regalo más extendido en las primeras comuniones.
Un, dos, tres, probando. Siguiendo con el mundo del sonido, llegan las primeras grabadoras. Aquellos cacharrazos con los que, antes de la llegada de las minicadenas de doble pletina, copíabamos las casetes de nuestros colegas, colándose en mitad de la canción el grito de nuestra madre llamándonos a comer. Esa misma grabadora serviría, además, como computone, para cargar juegos en cinta en los ordenadores Amstrad de disco que no traían la casete de serie.
Hola, no estamos. Como sucede con la Polaroid, lo cierto es que los contestadores automáticos fueron en España más cosa de película que un producto de consumo masivo. Es verdad que muchos lo tenían, pero no con una tasa de penetración excesiva. Eso sí, imborrables para el recuerdo aquellos mensajes que toda la familia o las parejas grababan en grupo para advertir de su ausencia y dar paso al mensaje de quien llamara. La llegada de los contestadores de las operadoras aniquilaría a estos dispositivos.
VHS contra Betacam. Y cómo no, no podían faltar las películas VHS que derrotarían a aquellos que se habían creído a la vanguardia de la tecnología por tener un vídeo Beta. Éstos últimos verían cómo poco a poco en su videoclub se iban reduciendo los estantes de películas Beta para alquilar hasta que un buen día, sin más, se descubrían en la tienda comprando un nuevo vídeo (nos ahorramos el "reproductor de" que, entonces, nadie utilizaba), pero esta vez VHS.
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