Existen aplicaciones en internet que los agresores machistas utilizan para espiar, para ciberacosar, especialmente, a las mujeres. Es el denominado stalkerware con el que el acosador tiene acceso completo al teléfono móvil de su víctima, mostrándole su ubicación exacta, mensajes privados, historial de navegación, conversaciones en redes sociales o, incluso, verla y escucharla a través de las cámaras y micrófonos del dispositivo. Todo ello por un precio ridículo, camuflada la venta en internet como software para que los progenitores o los empleadores hagan seguimiento de sus hij@s o trabajador@s –lo que ya en sí es más que cuestionable-. Así las cosas, las ventas de este tipo de aplicaciones se han disparado en el último año casi un 40%.
A pesar del avance de la mujer, la industria de Tecnologías de la Información (TI) también se encuentra dominada por los hombres y eso se evidencia en la respuesta que ha tenido este tipo de violaciones a la privacidad de las mujeres: prácticamente ninguna. No es casual que la industria de software de seguridad haya dejado de lado esta problemática, dado que buena parte de los desarrolladores son hombres. La mayor parte del software desarrollado resuelve problemáticas del desarrollador tipo, esto es, hombres blancos heterosexuales... Dicho de otro modo, quienes menos ataques o amenazas a su privacidad sufren motivadas por su género, orientación sexual o raza son, paradójicamente, quienes más oferta de protección tienen.
Desde Electronic Frontier Foundation llevan mucho tiempo tratando de instar a la industria de fabricantes de antivirus y compañías como Apple para que atajar este problema, dado que en la actualidad, el stalkerware no está considerado como código malicioso (malware). Afortunadamente, se percibe algo de movimiento, dado que la empresa de seguridad Kaspersky detectó casi 520.000 casos de stalkerware (tanto exitosos en su instalación como intentos de hacerlo) sólo durante los seis primeros meses del año. La mala noticia es que esas cifras reflejan un aumento de 373% respecto al mismo periodo del año anterior.
La diversidad debería entrar en el ciclo de vida del software, desde el mismo proceso de su diseño, algo que no sucede en la actualidad. Asimismo, tan o más importante que eso es la formación y la sensibilización, que no debería dar de lado aspectos como el modo en que es posible fortalecer las contraseñas y los controles de acceso a los dispositivos y aplicaciones, saber identificar llamadas o mensajes no deseados o limitar el acceso a los datos de ubicación, entre otras.
Por otro lado, puede darse la circunstancia de que el ciberacosador se convierta en víctima. La razón es que lo que hace la mayor parte de estas aplicaciones espía es almacenar toda la información de la víctima en un servidor, al que accede quien implantó el software y revisa qué le interesa y qué no. El problema es que se suben todo, incluidos los mensajes, fotos o vídeos del acosador.
Esta circunstancia propicia que terceros accedan a toda esa información y se haga pública, con lo que la violación de la privacidad de las víctimas se multiplique exponencialmente, pero también la del acosador. Tal y como se señala desde Kaspersky, ya existen casos en este sentido, incluso, de los propios desarrolladores del software acosador: el año pasado, la aplicación de espionaje TheTruthSpy contenía una vulnerabilidad que permitía acceder a todas las fotografías, grabaciones de audio, mensajes, etc. de más de 10.000 dispositivos. Este mismo año, el contenido almacenado en MobiiSpy también se hizo público, con barra libre a más 95.000 fotos –muchas de ellas íntimas- y más de 25.000 grabaciones de voz.
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