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El humo tras las apps de rastreo

El humo tras las apps de rastreoHoy se publica en eldiario.es una completa entrevista a Carmen Artigas, secretaria de Estado de Digitalización e Inteligencia Artificial. En ella, la responsable destaca las bonanzas de la aplicación móvil de rastreo del coronavirus desarrollada en España y que aspira a ser un mecanismo de alerta temprana. Lo cierto es que la avalancha de elogios hacia el potencial de la app contribuye más a justificar el dispendio en su desarrollo, una factura de Indra de más de 330.000 euros, que a justificar su utilidad real.

Dejando al margen la polémica del riesgo para la privacidad de este tipo de aplicaciones -y las quejas de la Agencia Española de Protección de Datos  por haberse quedado al margen del proceso de desarrollo-, ¿es adecuada esta tecnología? Y la respuesta es NO. Todas las aplicaciones de rastreo que se han desarrollado y puestas en funcionamiento en diversos países se basan en bluetooth. ¿Qué mejor que fiarse de uno de sus creadores para saber si esta tecnología es válida para este propósito?

En un reportaje de hace unos meses en The Wall Street Journal, uno de los creadores de esta tecnología, Sven Mattisson, explicaba que "la precisión es limitada". El ingeniero justificaba su afirmación en el hecho de que Bluetooth "puede interpretar un contacto inexistente en un aparcamiento (espacio abierto) porque recibe una señal muy fuerte de retorno, aunque el contacto esté muy lejos. Pero si está en un espacio de oficina, es posible que no reciba ninguna señal". Dicho de otro modo, la precisión de Bluetooth para determinar la proximidad entre personas no es demasiado fiable.

A ello hay que sumar, además, los problemas de seguridad que traer aparejado Bluetooth. El propio Instituto Nacional de Ciberseguridad (INCIBE) ha publicado la larga lista de vulnerabilidades y riesgos asociados a esta tecnología, más aún si tenemos en cuenta que para que la aplicación de rastreo sea útil el Bluetooth ha de esta constantemente activado... por lo que entre otras recomendaciones, instaba a "mantener la configuración del dispositivo en modo invisible para dificultar la detección por parte de otros dispositivos" . El año pasado, sin ir más lejos, numerosas universidades identificaron una vulnerabilidad en esta tecnología que permitía a los ciberdelincuentes, incluso, modificar los archivos del teléfono móvil.

Por si esto no fuera suficiente para cuestionar la utilidad de este tipo de aplicaciones que Artigas nos presenta como "una oportunidad de innovación sin precedentes en Europa", vayamos a los casos prácticos. Singapur ha sido uno de los espejos en los que se ha mirado el mundo, incluida España, para desarrollar las apps de rastreo. A pesar de un buen nivel de contención inicial del virus -lo que parecía avalar la utilidad de su app TraceTogether-, lo cierto es que ahora registra una de las tasas de infección más altas de Asia, con más de 42.000 contagios en una población total de 5,8 millones de habitantes. Algo no funciona.

Y no funciona, entre otras cosas, porque la aplicación de rastreo no la ha descargado el suficiente número de personas: tan sólo lo ha hecho una cuarta parte cuando, según declara el profesor Vivian Balakrishnan, responsable de la iniciativa Smart Nation en Singapur, la cifra mágica para que tenga sentido es del 75% de la población. Para paliar este déficit de descargas, el gobierno va a comenzar a repartir gratuitamente tokens (una especie de ficha) con la aplicación instalada, lo que contribuiría también a paliar el temor a instrusiones no deseadas en los teléfonos móviles.

Las tasas bajas de uso de las aplicaciones de rastreo son generalidas en todos los países donde se han puesto en marcha, muy alejados de ese 75% ideal. La opción para atajar esa problemática es hacer obligatorio el uso pero, ¿se imaginan el revuelo que podría organizarse en España si el Gobierno nos obligara a descargar y hacer uso de un aplicación cuestionada por el riesgo que supone para nuestra privacidad y seguridad?

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