Esta semana se ha celebrado en Málaga la feria Greencities & S-Moving 2024, concebida como un foro para exponer los retos de las ciudades en materia de descarbonización, cambio climático, transición verde y movilidad, entre otros. Durante dos días tienen lugar encuentros, presentaciones y mesas redondas de expertos, representantes de organismos e instituciones públicas, así como empresas que disponen de una amplia área de exposición. En ésta, precisamente, ha mostrado su ingenio la empresa Greenin: Respirooh, el mobiliario urbano que purifica el aire.
El ecocapitalismo ha conseguido dar una nueva vuelta de tuerca. ¿Para qué confiar en nuestros árboles, que ya son capaces de capturar el CO2 y devolvernos oxígeno de manera natural si podemos instalar mamotretos en su lugar que, al mismo tiempo, sirvan de mupis publicitarios? Pues dicho y hecho.
Esto es, en esencia, lo que comercializa Greenin: Soportes publicitarios que cuentan en su interior con microalgas que, según la empresa, absorben el CO₂ del aire y, al realizar la fotosíntesis, lo convierten en oxígeno. Realizado el trabajo, explica la compañía, las microalgas pueden ser recolectadas del interior del ‘biorreactor’, como llaman al espacio en el que están, y ser reutilizadas para la producción de biocombustibles, alimentos para animales o productos farmacéuticos.
Personalmente, me ha resultado inquietante ver a representantes de Ayuntamientos de reconocidas políticas de talas salvajes de árboles, detenerse con interés en este stand de la exposición. La polémica con este tipo de ingenios, en cuyo desarrollo han colaborado también Grupo Eulen y G2G Algae, no es ni mucho menos nueva. A finales de 2021 unos investigadores de la Universidad de Belgrado desarrollaron un biorreactor similar que mediante la luz solar cultivaba microorganismos fototrópicos que producían biomasa.
Entonces, su invento se llamó Liquid3 y, del mismo modo que hacen los mupis que hemos visto esta semana en Málaga, las microalgas de su interior transformaban el dióxido de carbono en oxígeno. Los cálculos de los inventores de Liquid3 indicaban que estas microalgas, sumergidas en 600 litros de agua, eliminaban la misma cantidad de CO2 que dos árboles de 10 años o 200 metros cuadrados de superficie verde.
Estos ‘arboles líquidos’, como fueron bautizados los biorreactores de microalgas, se presentan por sus impulsores como un complemento y no como una alternativa a los árboles y las zonas verdes. Sin embargo, dado el alarmante avance de la emergencia climática, no son complementos lo que precisamos, sino más árboles. El aumento de temperatura en todas las estaciones del año ha convertido las zonas verdes en un auténtico tesoro en las ciudades, en refugios climáticos que no hay microalga que pueda proporcionar.
Tras analizar la configuración de casi un millar de ciudades europeas, investigadores del Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal) determinaron que las ciudades compactas de alta densidad tienen tasas de mortalidad más altas, menos espacios verdes, peor calidad del aire y un mayor efecto de isla de calor urbano. Su ventaja es la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero (CO2) per cápita, debido a que al ser más compacta su numerosa población no requiere tantos desplazamientos.
Por una mera cuestión de movilidad, a mayor dispersión de la población, mayor es también la huella de carbono, aunque existan más espacios verdes. El modelo de ciudad más óptimo pasa por urbes compactas que aumenten sus zonas verdes, según este estudio publicado en The Lancet Planetary Health. Ya en un estudio anterior, advirtió de la necesidad de aumentar la cobertura arbórea en las ciudades para las prevenir muertes relacionadas con el calor, que sólo el año pasado superaron las 47.000 en Europa.
La Organización Mundial de Salud (OMS) sitúa en 50 metros cuadrados (m2) la cantidad ideal de zonas verdes por habitante. Desgraciadamente, ni siquiera hay demasiadas que cumplan con el mínimo establecido de 9 m2 per cápita y, de hacerlo, no están distribuidas equitativamente... sí, lo han adivinado, las zonas ricas son las que más gozan de árboles y parques. En el caso español, la OMS advierte de que el 55% de las capitales españolas no tienen las áreas verdes recomendadas. Estamos muy lejos de la regla del 3-30-300 que promueve Greenpeace, esto es, que cada persona pueda ver al menos 3 árboles desde su casa, que su barrio cuente con un 30% de cobertura vegetal y su hogar se encuentre a, como mucho, 300 metros de un parque decente.
Así las cosas, ¿de veras los biorreactores de microalgas son una buena opción? Estos soportes publicitarios no enriquecen el suelo, no reducen la erosión ni mejoran la calidad de las aguas subterráneas cuando se dispone de ellas... por no hablar de que no reducen la temperatura de las ciudades. El problema, y es lo que he visto en los ojos de algún regidor con las pupilas convertidas en símbolo de euro, es que los mupis no precisan podas, ni riego, ni limpieza para recoger sus hojas y frutos... y, además, permiten la publicidad exterior. Cuanto más nos venden el concepto de ‘ciudad inteligente’, más nos adentramos en el terreno de la necedad y el cortoplacismo.
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