La oveja Negra

'En realidad, nunca estuviste aquí': un hombre y un martillo

Hay dos clases de personas en el mundo (en realidad existen muchas más, pero no tengo vocación de entomólogo):

Los que al ver un cuchillo piensan en un filete poco hecho, y los que imaginan a su cuñado en un charco de sangre. Para estos últimos las visitas a las ferreterías constituyen una explosión de fantasías casi siempre focalizadas en venganzas sangrientas. Hachas, sierras, martillos, taladradoras, clavos. Allí están. Tan brutales. Tan a mano. Nunca las harán realidad, pero es tan agradable juguetear con la idea en ese rincón del cerebro del que jamás hablamos con nadie.

'En realidad, nunca estuviste aquí': un hombre y un martilloAl protagonista de En realidad, nunca estuviste aquí, de Jonathan Ames (escritor, actor y cómico, es el creador de la serie Bored to Death) y publicada por Principal de los libros, le gustan los martillos.

Se llama Joe, fue marine y agente del FBI encargado de luchar contra el tráfico sexual. Las víctimas eran en su mayoría mujeres y niños. Pero lo echaron. Algo dentro de él murió cuando encontró el camión con todas esas mujeres chinas muertas. Y ese algo se está pudriendo. Siente como la podredumbre se extiende por todo su ser. Ahora se dedica a rescatar jóvenes de las garras de las mafias. Salva a los demás pero no puede salvarse a sí mismo.

Un político lo contrata para que recupere a su hija. Una niña de trece años. La obligan a prostituirse en un burdel de Manhattan. Pero cuando lo hace descubre una red de corrupción que acabará con la vida de la única persona que le importa en el mundo. Y eso es demasiado para Joe.

La novela es tan brillante que algunas páginas ciegan al lector. Una vuelta de tuerca a la serie Parker, de Donald Westlake. Solo que el personaje de Ames está más atormentado, más roto, y es más complejo.

Lo que consigue que desde las primeras frases quieras saber más de Joe, necesites saber más de Joe; y de su martillo.

Género negro puro. Como el chocolate, 99% de cacao, nada de leche ni edulcorantes artificiales. Sólo hay un "pero": ese final abrupto como el tajo de un verdugo. Al leerlo uno tiene la sensación de que el autor se cansó de escribir, o se le echaba encima la fecha de entrega del original. Y es que la historia pide más, precisa más, tiene mucho más. Aún así,  ni por esas consigue desmerecer una novela apabullante, de esas que se te meten dentro y que siempre recuerdas cuando piensas en las obras que te gustaría volver a leer.

En realidad, nunca estuviste aquí se podría comparar con una barra libre: una vez que empiezas ya no puedes parar. Cuando la terminas ya no miras a los martillos de la misma manera.

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