Es un muy buen síntoma que una ópera prima sea acogida con un premio literario; es lo que ha ocurrido con El edén de las manitas de cerdo de Enrique Pérez Balsa, la primera novela de este autor, que se presenta en sociedad habiendo ganado el VIII Premio Wilkie Collins de Novela Negra, publicada por M.A.R. Editor. ¿Pero es negra? Sí, y algo más.
De entrada el título es un homenaje a la carnicería de Chester Himes en Por amor a Isabelle, y Pérez Balsa coincide en el uso del lenguaje más callejero, pero a partir de ahí, la novela se acerca más a las policíacas de Eduardo Mendoza o incluso a las más bestias novelas de policías surafricanos de Tom Sharpe, porque el tono negro se mezcla con el humor, un humor muy negro.
El edén de las manitas de cerdo es una novela negra que nos presenta las caídas de Luis, un personaje vulgar al que el destino y las decisiones equivocadas conducen a un callejón sin salida; un tipo cualquiera sin un euro para pagar los caprichos de sus hijos, que huyendo de la realidad se introduce en el centro de una red delictiva que amenaza con hacer saltar por los aires mucho más que su ya deteriorada vida personal, familiar, profesional y social.
Luis se convierte en prostituto, una profesión poco conocida pero que se ha triplicado en practicantes desde que empezó la crisis en España. Y como en todas las actividades ilegales que no están reguladas por el Estado cae en manos de las mafias. Este hombre nos recuerda al protagonista de una película de Hitchcock, porque después de una desgracia sabemos que vendrá algo peor. Es un tipo pusilánime, que sobrevive a un divorcio mal llevado, dos hijos a los que intenta convencer de que es un padre guay, un jefe que le amarga y un sueldo que no llega a fin de mes; cuando un compañero de trabajo le ofrece el fantástico negocio, Luis (con lógica masculina) se dirá que además de ganar un dinero sacará el pene de penas. Pero no contaba con la realidad de que quien paga manda.
Los acontecimientos giran como una ruleta rusa: nadie es lo que parece y se ve envuelto en una trama criminal por la que desfilan agresivos proxenetas, un fantasma perseguidor, experiencias sexuales nada convencionales, policías de métodos heterodoxos… y acusaciones de asesinato, porque en el crimen organizado, si hay que matar, se mata.
Además, Luis tiene un serio problema; desconecta de la realidad y piensa todo lo que desea decir, y lo dice sin darse cuenta. Error. Porque que le digan la verdad a la cara es lo que más odia una persona cualquiera. Luis ha entrado en una red de delincuencia donde quien entra no puede salir. Y ello le conducirá a situaciones límite, algunas de ellas tan desgarradoras y divertidas como la aventura con Samantha o Daniela. Porque aquí las mujeres no son las víctimas, sino las clientes. Y los clientes son quienes exigen. Exigen incluso lo que nunca pensaste que llegarías a hacer.
Enrique Pérez Balsa nos habla de las mafias de la prostitución en un Madrid actual y obrero, y como gran conocedor de la cultura popular de su tiempo, nos ofrece retazos de citas, títulos de películas, descripción de escenas cinematográficas y canciones, para conducirnos por un infierno que es nuestro mundo. Llegamos a un final apocalíptico, en el que el lector contempla la deriva de Europa, ese continente que se hunde y al que le importa poco que haya esclavos en sus calles. Pérez Balsa nos traslada a situaciones descarnadas y en el momento más crudo nos lleva a la risa, a la carcajada, porque todo lo humano es risible.
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