La soledad del corredor de fondo

El fracaso económico del Gobierno y el despiste de la izquierda

La política económica del Gobierno de Rajoy es un fracaso, sin embargo, puede convertirse en su salvación electoral por medio del discurso de la "recuperación económica".

Si bien la crisis en nuestro país se nos muestra desde su dimensión política, el ámbito sustantivo de la misma es el económico. De no impulsar un cambio político y económico en nuestro país, corremos el riesgo de afianzar las bases que nos llevaron al desastre.

Se pueden apreciar dos planos. Uno inmediato: el objetivo de superar los dos principales problemas, el paro y la deuda no se ha logrado; otro de largo recorrido, marcado por la renuncia del Gobierno a cualquier planteamiento de cambio o modificación de nuestra estructura o modelo productivo. Acabar con nuestra condición de formación social periférica depende de superar ambos planos, si no nuestra condena a ser un país que le ponga los camareros a los países centrales de Europa está servida.

En primer lugar tenemos que decir que nuestra economía vuelve a crecer (poco), y técnicamente, ya no está en recesión; ¿pero cómo y por dónde crece? Al renunciar a aumentar ingresos vía reforma fiscal progresiva y por persecución del fraude, el Gobierno cede todo a que sea el capital extranjero el que articule nuestra economía nacional. Al no haber ningún sector que sustituya al inmobiliario, el Gobierno impulsa una estrategia para atraer el capital exterior: vender a precio de saldo todo el patrimonio económico que nos queda.

La venta de antiguas joyas del capitalismo español como empresas constructoras, sectores turísticos, abrir nuestros barrios y ciudades a operaciones de especulación como la operación Canalejas y Plaza España en Madrid, o futuras privatizaciones de AENA o del AVE explican la llegada de dinero extranjero, que técnicamente permiten dar una sensación de recuperación, a costa de poner España en venta.

Este punto explica el segundo, qué tipo de empleo se está creando. Esta estrategia económica impide que el crecimiento económico se traduzca en empleo. Es dinero que entra, desmantela un sector, crea como mucho una red de comercialización o simplemente invierte, se queda con un activo o impulsa un proyecto de tipo "enclave" y se va. Ganan los sectores empresariales conectados con la intermediación: despachos de abogados especialistas, la bolsa, consultorías, asesorías, pero el grueso de nuestro tejido económico queda al margen.

Esto requiere de un modelo de relaciones laborales basado en la política del ajuste salarial: basar nuestro atractivo en una fuerza de trabajo formada, barata y sometida a un mercado laboral desregularizado. Se imponen trabajos descualificados, serializados, estandarizados, estacionales y cuya productividad descansa más en su intenficación (abrir más horas, poner más mesas, contratar a menos trabajadores para hacer más tareas) que en la tecnología.

La última EPA confirma que estamos ante un mercado de trabajo que va a peor: cada vez más personas trabajan menos horas de las que desean, con menos salario, en peores condiciones y sin beneficiarse de la cualificación que poseen.

De esta forma entramos en el tercer aspecto que me interesa abordar, el problema de deuda empeorará, como consecuencia de la deflación. Tal y como plantea la economista austriaca, Elisabeth Blaha, en una situación deflacionista entran en juego dos mecanismos que la refuerzan.

Primero, al crearse expectativas de que los precios bajarán el año siguiente incentiva que los consumidores pospongan sus compras y que las empresas retrasen sus inversiones, ya que se espera que los beneficios caigan con el descenso de los precios. Como resultado de todo ello, la demanda agregada cae, empujando aun más a la baja a los precios.

Segundo, debido a que la deuda pública y privada se fija en términos nominales, la caída de los precios aumenta la carga real de la deuda. Dicho de otra manera, al caer los precios, los ingresos estatales y privados disminuyen mientras que el pago de la deuda permanece inamovible. Esto fuerza a los sectores público y privado a gastar una parte cada vez mayor de sus ingresos al pago de la deuda, lo que los fuerza a recortar sus gastos en bienes y servicios. A su vez, esto incrementa la intensidad del proceso de deflación. El peso de la deuda de los hogares y empresas crece, especialmente si se compara con una inflación que hubiese sido del 2%. La inflación ha caído muy por debajo de lo que se esperaba y esto significa que los precios han pasado a ser considerablemente inferiores de lo previsto. Lo que quiere decir que la deuda real se ha hecho mucho mayor de lo que los prestatarios habían pensado y para lo que se habían preparado. Esta dinámica de deuda-deflación es, probablemente, el efecto negativo más importante de la deflación, en comparación con su efecto en el retraso del consumo. Particularmente en países donde la deuda es aún elevada, como es el caso de España.

Y por último, el modelo productivo que nos llevó al desastre se consolida. Nuestra posición de periferia se profundiza al ocupar un lugar en la división internacional del trabajo, donde expulsamos a los países centrales a nuestra mejor generación de trabajadores e investigadores, para atraer a nuestro país a turistas de esos mismos países. Unos ponen las industrias y nosotros los bares y hoteles.

Modelo que acelera nuestra desindustrialización, lo que explica que ante la recuperación de nuestra demanda interna, ésta se vaya a las importaciones porque no tenemos capacidad de cubrir dicha demanda con producción nacional, algo que se repite con la caída de nuestras exportaciones, las cuales caen en picado, como consecuencia de falta de sectores productivos tecnológicamente capaces de actuar en el mercado global. De esta forma, el fruto de nuestro esfuerzo nacional en formación se va en forma de emigración, y cualquier potencial de recuperación de la demanda, se va hacia el extranjero en forma de importaciones.

En definitiva, si estamos en crisis, España paga en forma de desempleo y deuda, pero si España crece económicamente, esa recuperación se pierde en importaciones porque nuestra economía no puede cubrir nuestra propia demanda, lo que genera de nuevo deuda y dependencia tecnológica, que pagamos con recortes y salarios.

Pero frente a estas evidencias, se puede imponer otra: el discurso de la "recuperación" le puede servir al PP para ganar las elecciones.

Y es que la izquierda transformadora lleva el camino de cometer el error de Zapatero, al tomar la economía como algo secundario. Las encuestas, ciertas dosis de electoralismo de unos, el debate de los nombres, de las candidaturas, de los pactos, dominan todo nuestro discurso. Es incomprensible que la izquierda abandone todo discurso de alternativa económica o de cambio de modelo productivo, algo que puede ser letal, y que IU debe evitar con todo su empeño.

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