La soledad del corredor de fondo

La visita de Merkel y el mito de la soberanía popular

La visita de Merkel a Rajoy no puede ser analizada desde el punto de vista tradicional de las relaciones internacionales y diplomáticas entre países soberanos, sino como la muestra más clara de nuestra condición de país periférico y de la reafirmación de dominio de Alemania como eje central en la esfera europea.

En sólo una semana Merkel ha logrado el apoyo en pleno de los gobiernos de la periferia europea a sus políticas de ajustes y acelerar la crisis francesa, con la salida del gobierno de todo crítico hacia las políticas de austeridad. Con el sólido apoyo de los países nórdicos y del este europeo, queda por ver la evolución de Gran Bretaña, abanderada de la inserción plena de la economía europea en el área dólar, mediante el Tratado de Libre Comercio entre USA y la UE.

Avanzamos por tanto hacia una transición geoestratégica que reconfigurará el papel económico y político que jugaba hasta ahora Europa y nuestro país, en este último caso, no precisamente a mejor, como consecuencia de la profundización de nuestra pérdida de soberanía como país y como sociedad.

En este sentido al hablar de soberanía popular es necesario acotar en cierto modo el tema. Tal y como se ha desarrollado, el de soberanía es un concepto político acuñado en torno al Estado, no en torno a la sociedad.

Lo común ha sido que el Estado representativo apareciera en la forma de Estado-nación, lo que presenta en la actualidad la gran contradicción derivada de que las relaciones sociales no se limitan a ser nacionales, al no quedar cerradas dentro de las fronteras del estado, al ser sometidas éstas a la internacionalización del capitalismo contemporáneo y a las relaciones centro-periferia que se derivan de él.

La soberanía popular se reconoce "en lo que excluye", ya que sino excluyera nada sería una especie de un "universal" vacío, y lo que el Estado excluye en nuestro país en crisis en estos momentos, es el ejercicio del poder que el pueblo debería tener para resolver, desde su ubicación en el sistema productivo (mayoritariamente como asalariado, pensionista o autónomo), de los problemas fundamentales que le afecta.

Es por tanto la exclusión de la posibilidad del ejercicio directo del poder por parte de la mayoría social en la organización de la producción y del trabajo (soberanía económica para decidir nuestro modelo de desarrollo), lo que explica que el concepto de soberanía popular no tenga operatividad política en países como el nuestro.

Es la transferencia de soberanía en favor de los factores que protagonizan la globalización, los factores móviles. El factor móvil por excelencia es el capital, el cual goza de plena libertad de movimientos en el mundo actual. Con esa libertad el capital tiene la capacidad de elegir a lo que debe dedicarse un área, región o país, diseñando así una división internacional del trabajo, que concentra actividades avanzadas en un centro y distribuye en su periferia las áreas auxiliares y secundarias de esa cadena internacional de la producción.

Transferencia de soberanía que tiene en los factores fijos a sus perdedores, y los factores fijos por antonomasia son el trabajo y el territorio. Con la libertad de movilidad del capital se logra igualar las condiciones de generación de productividad de cualquier sector en cualquier país, mientras que el carácter fijo del trabajo permite que aumenten las diferencias salariales entre los trabajadores de un país a otro.

De tal forma la planta de la VW en Wolfsburg en Alemania y de la VW en Landaben Navarra, gozan de condiciones de productividad parecidas, incluso superiores en el caso español, pero con salarios mucho menores en nuestro caso, que además ve como la multinacional alemana es la que elige que tecnología se desarrolla en un sitio o en otro, lo que explica porque Alemania tendrá el coche eléctrico una España no, por ejemplo.

Esta condición de periferia es la que explica nuestra condición de sociedad dependiente de una dinámica no elegida por nosotros. Esto no es algo nuevo, pero si se manifiesta de forma nueva y es aquí donde se sitúa la contradicción que la izquierda puede aprovechar.

Una economía dependiente genera una formación social periférica, lo cual sólo es posible si se limita cada vez nuestra condición de Estado soberano. Sin embargo en esta fase pos-crisis que se abre, la forma en la que se manifiestan esos límites a nuestra soberanía cambian.

Esos límites se imponían anteriormente a través de una fórmula política, la "el interés general". La crisis de representación ideológica del estado y del bloque de poder que ejerce su control sobre él, se intentaba salvar invocando el "interés general", como elemento generador de consensos colectivos que funcionaba como "cemento social" al servicio de la oligarquía. Fue el "interés general" (y no el de las élites financieras o económicas) el que nos llevó a entrar en la OTAN, llevar a cabo la desindustrialización o la entrada en el Euro.

Pero con la crisis y la aplicación de las políticas de ajuste se produce una "corrosión" de la ideológica del interés general, lo que explica la penetración de la crisis en el seno mismo del aparato del Estado; la crisis misma de las instituciones y del Estado en España.

Y es que ese "cemento" legitimador del interés general desaparece, hacia una realidad que se nos presenta con toda su crudeza con la visita de Merkel: la austeridad en España no se aplica por nuestro interés general sino por la imposición exterior.

Los consensos sociales anteriores desaparecen, las contradicciones en el bloque de poder aparecen y las grietas en el sistema se hacen evidentes. Pero esta oportunidad para el cambio en nuestro país requiere de una izquierda que recupere sin complejos su carácter soberanista, nacional y popular.

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