La soledad del corredor de fondo

Hay que pasar del "asalto al asedio"

Tras el fracaso de la insurrección alemana de 1921, Lenin reflexionó sobre la necesidad de dar un viraje estratégico que expresó de la siguiente manera: "Hay que terminar con la idea del asalto para reemplazarla por la del asedio", idea que Gramsci expresó como el paso de la estrategia de "guerra de maniobras" a la "guerra de posiciones".

Las elecciones del 24 de mayo certificarán el fin del bipartidismo y darán luz a un nuevo sistema de partidos. En Madrid y Barcelona y en otras grandes ciudades el cambio político ya no se dará en torno a la vieja alternancia sino por medio de la irrupción de opciones nuevas.

La irrupción en el plano institucional del movimiento de protesta social se dará frente a unas élites tradicionales que presentan evidentes signos de desgaste, pero que aún atesoran la fuerza suficiente para reacciones tan espectaculares y efectivas, como la coronación exprés del nuevo rey o la creación e impulso de Ciudadanos en tiempo récord.

Las condiciones para un cambio político existen pero el escenario griego no es el que tiene España a día de hoy. Las viejas clases rentistas y sus aliados en Europa mantienen una apreciable capacidad de reacción y de influencia social a pesar de las políticas de austeridad y la corrupción, lo que hace pensar que nos debemos preparar para pasar de la idea del "asalto a la idea del asedio".

A pesar del desgaste, la derecha en España, de momento, solo está sufriendo daño electoral pero no daño en sus bases económicas, en el sistema de propiedad o de su dominio cultural, realidad que permite explicar esa capacidad de neutralización que todavía posee, poder que sin embargo sufre las consecuencias del descrédito social de una clase que se muestra en estos momentos como "dominante pero no dirigente".

El régimen de acumulación característico de España está en crisis. La consigna de turismo-ladrillo-bipartidismo-Europa ya no tiene la fuerza hegemónica de antaño. Es un error entender que la crisis de régimen en nuestro país es solo producto de la crisis económica. En mi opinión, la crisis la genera el cambio de modelo social impulsado por la burguesía financiera e inmobiliaria española, que junto a la posición que España juega en la nueva división del trabajo de la actual Europa alemana, liquida la idea de Estado social en nuestro país a la vez que impone una democracia de tipo oligárquica, es decir, que solo se manifiesta en su dimensión electoral.

La izquierda se ve obligada a acertar con el análisis de la "fase política", la cual está marcada por la dialéctica entre ruptura o restauración, o mejor dicho, entre cambio o reacción.

Se podría afirmar que si bien existe un consenso destituyente no existe sin embargo un consenso constituyente en nuestro país. Las élites tienen claro que la perpetuación del dominio financiero e inmobiliario en España va unida a la liquidación de la condición social del estado, de ahí la fuerza destituyente del programa político de la oligarquía española.

Este ataque a las bases sociales y laborales del sistema abre una brecha que explica las dificultades de movilización de las antaño estrategias electorales del PP (el voto del miedo) y del PSOE (el voto útil de la izquierda). Durante tres décadas y media la gran idea creadora de consenso fue "Europa", entendida como marco de crecimiento y bienestar, idea que ya no existe y que provoca un vacío que conduce a una crisis de hegemonía en cuanto a referencias electorales de mayorías se refiere.

Ante ese vacío y frente a los recortes y la corrupción surge un bloque social electoralmente fragmentado, que empieza a defender un programa basado en la salida a la crisis, la regeneración democrática y la defensa de los derechos sociales, programa que se reconoce en la idea de construir "un nuevo proyecto de país".

Programa que debe superar al menos cuatro déficit que deben resolverse del 24 de mayo a las elecciones generales. Primero, no se puede defender un nuevo proyecto de país desde el giro al centro. Segundo, si la calle y la movilización desaparecen, el institucionalismo y los "despachos" regresan para quedarse. Tercero, en la clase media no está la centralidad; sin una alianza con el nuevo asalariado urbano que surge de luchas como la de Movistar o de la clase obrera de base sindical que gana batallas como la de Coca-Cola, no habrá cambio. Cuarto, es prioritario superar la actual fragmentación de la izquierda.

O hay unidad o hay PP.

Dedicado a mi amigo y camarada Manolo Monereo, persona a la que le debo mucho en lo personal, político y teórico.

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