La soledad del corredor de fondo

OPEL y la tragedia de España

A finales del mes de febrero de 2017, Merkel, Hollande y May negociaron en secreto con el grupo automovilístico francés PSA, las garantías de empleo para los trabajadores de las factorías que dicho grupo tiene en Alemania, Francia e Inglaterra, ante la compra por parte de la transnacional francesa de Opel/Vauxhall.

Siete días después, se daba la noticia y, una vez publicada, el Presidente de PSA Peugeot, el portugués Carlos Tavares, llama al presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, para darle la noticia y transmitir "tranquilidad", frente a posibles despidos en las fábricas que el nuevo gigante del auto tiene en España: Vigo (Galicia), Villaverde (Madrid) y Figueruelas (Zaragoza); en total, 13.600 empleos directos afectados por la fusión.

Ha pasado un año de aquel encuentro y la sociedad española, a través de los trabajadores de OPEL en Zaragoza, pagan las consecuencias de un país, España, cuyo modelo económico y social está en manos de las empresas transnacionales.

La actitud de chantaje de OPEL no es resultado de una simple asimetría económica, sino consecuencia de una disparidad en las relaciones de poder entre países. El dominio que las empresas transnacionales tienen sobre la economía de un país, se refleja en la imposición de técnicas productivas en los países subordinados, que como España, se ve relegado a tareas económicas que solo se sustentan en un modelo social precario generalizado.

El papel predominante que las empresas transnacionales gozan dentro de la realidad productiva española, se explica por el dominio tecnológico que las filiales extranjeras tienen de nuestra economía, razón que permite entender como la dependencia tecnológica –junto a la deuda- constituye el instrumento, por excelencia, de dominación del capital transnacional de los países del centro de la UE sobre la periferia europea.

Además del papel destacado que tienen las empresas filiales en los sectores manufactureros más significativos en cuanto a la innovación tecnológica, su peso es también cualificado en las industrias de fabricación de manufacturas de alta tecnología, datos que muestran como los sectores productivos de los que depende en gran medida el cambio tecnológico en España, está en manos de filiales de empresas extranjeras.

Así, las filiales extranjeras se concentran en las ramas económicas donde es mayor el desarrollo tecnológico dentro de la economía española, como son los ya mencionados de la industria de fabricación de vehículos de motor, sector en el que todas las fábricas ensambladoras pertenecen a multinacionales extranjeras.

El control extranjero de las empresas innovadoras españolas explica como los procesos productivos y tecnológicos centrales para la economía española estén condicionados por las estrategias tecnológicas marcadas desde la matriz, las cuales dejan al margen de las actividades centrales de I+D+i a la filial española.

Esto nos permite afirmar que, dentro de la economía española, el elemento central de su modelo de desarrollo, es decir, el cambio tecnológico, está condicionado por las decisiones de empresas extranjeras pertenecientes a los países del centro de Europa.

La tecnología necesaria para impulsar la transición energética y el tan demandado cambio de modelo productivo de la economía española, queda bloqueado por nuestra dependencia de la tecnología proveniente de las empresas transnacionales de países como Alemania, Francia o EE UU, países interesados en controlar dichos sectores e impedir en términos geopolíticos, que países como el nuestro, superen su actual configuración como una economía importadora, endeudada y precaria.

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