Este fin de semana ando de parranda por el Congreso Nacional de Fantasía y Ciencia Ficción. 😉
Así pues, sólo una anotación breve.
Este fin de semana, y hasta el martes, se celebra en la Casa de la Cultura de Burjassot el XXVIII Hispacon; esto es, el Congreso Nacional de Fantasía y Ciencia Ficción. Hacía más de una década que no se realizaba en Valencia, así que no estaba dispuesto a perdérmelo. Aún menos tendiendo en cuenta que anda por ahí mi editor, un gran aficionado al tema. 😀
Aunque desconocida para muchos, ha existido en España una larga historia de excelente ciencia-ficción que se remonta por lo menos a 1532, con el Somnium del clérigo Maldonado. Y se extiende a lo largo de los siglos con el Viaje Fantástico del Gran Piscator de Salamanca (1732), el abate Marchena (1787) o el diplomático Enrique Gaspar: su Anacronópete (1887) relata un viaje en una máquina del tiempo ocho años antes que H. G. Wells. A finales del siglo XIX, los primeros congresos socialistas convocan premios de literatura utópica que exploran posibles sociedades futuras de corte socialista o anarquista: algunas de las obras surgidas en estos certámenes pueden calificarse netamente como ciencia-ficción de gran calidad; por ejemplo, La Nueva Utopía de Ricardo Mella.
La ciencia-ficción española ingresa en el siglo XX mediante una diversidad de autores y estilos; hasta nuestro Premio Nobel científico, don Santiago Ramón y Cajal, se aventuró en el género con sus Cuentos de Vacaciones a caballo entre una especie de divulgación científica y un a modo de ciencia-ficción. Si bien entre las muchas habilidades intelectuales de don Santiago no se contaba la de narrador –al menos, a tenor de estos Cuentos–, muchos otros vinieron a remediarlo. Durante las primeras décadas del siglo de la técnica hay una auténtica efervescencia creativa en el género: desde las novelas del fin del mundo tanto laicas (La catástrofe de N. Tassin, 1924) como católicas (La bestia del apocalipsis del sacerdote Juan José Valverde, 1935) hasta los viajes a Marte de Modesto Brocos (ca. 1930) e incluso una literatura fantástica humorística en clave de ciencia-ficción. Sin olvidar, por supuesto, al coronel Ignotus (gracias, Agustín).
La Guerra Civil y la dictadura franquista arrasó todo esto, como tantas otras cosas valiosas más. Con la Ilustración y buena parte de la ciencia españolas fusiladas o en el exilio, y bajo un régimen totalitario nacionalcatólico, toda esta clase de ideas no eran muy bienvenidas (y eso que había habido un buen número de religiosos entre estos autores). Hay que esperar veinte años para que alguien tan poco sospechoso de ideas extrañas como el veterano de la División Azul, inspector de la policía política franquista y (todo sea dicho) excelente escritor Tomás Salvador publique La Nave (1959), restaurando así al menos una sombra de ficción científica como gran literatura en España.
Bueno, y no os doy más la brasa. Os dejo con otro par de fotos de la HispaCon 2010:
Y quien quiera pasarse, que recuerde que tiene hasta el martes. El programa de actividades está aquí.
Comentarios
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