Quien cree estar de vuelta de todo es que nunca ha ido a ninguna parte

El choque de civilizaciones interplanetarias del Dr. Hawking

LA PIZARRA DE YURI.- De La Guerra de los Mundos a E.T. y vuelta atrás: el extraterrestre como símbolo de los tiempos... y por qué no parece muy lógica ninguna invasión (incluso aunque fuera posible).

NGC2207+IC2163 en IR tomadas por el Telescopio Espacial Spitzer. Imagen: NASA/JPL (dominio público)
NGC2207+IC2163 nos miran inquietantemente en el infrarrojo desde Can Mayor con intenciones desconocidas. 😛 Imagen: NASA/JPL (dominio público)

Como ya te imaginarás, hubo varios asuntos que se me quedaron en el tintero, o en el teclado, antes de mi desaparición. Supongo que hablar de algunos ya no merece la pena porque se olvidaron en su tiempo. Sin embargo, este me pica mucho por quién lo dijo, lo que dijo y cómo sus palabras parecen haber calado en mucha gente hasta hoy... en lo que, para mí, supone todo un síntoma o símbolo de los tiempos que corren.

Stephen Hawking en 2014 - Wikimedia Commons
Bromas aparte, me declaro rendido admirador de la obra del astrofísico y divulgador Dr. Stephen Hawking (1942–2018), una de esas raras luces que iluminan las tinieblas. Lo que no me impide pensar que en esto se equivocó... o buscaba incitarnos a algo aún mayor. Imagen: Wikimedia Commons.

Lo dijo ni más ni menos que el difunto Stephen Hawking, de quien yo fui (y soy) muy fan... por mucho que me parezca que aquí se dejó llevar por ese Zeitgeist dominante y metió la pata hasta el corvejón. Un Zeitgeist de pesimismo, cinismo y miedo a todo —especialmente, al Otro, lo que está en la raíz del retorno de lacras políticas y sociales peligrosísimas que hace ya mucho tiempo anhelé enterradas para bien—.

Frente al absurdo pesimismo antropológico de ese Zeitgeist, ya bastante antes de irme dejé escrito aquí El Apocalipsis Improbable. Ahora, en mi primer artículo de la Pizarra de los de siempre —como te prometí aquí— quiero plantar cara a la ridícula cobardía plasmada en el miedo a ese símbolo de la Otredad que supone el extraterrestre imaginado. Y además, voy a hacerlo contra la reputada opinión de mi admiradísimo Dr. Hawking, hala. Quizá recuerdes que yo, si no me meto en jardines, no me quedo tranquilo. 😛

Al grano: me refiero a aquellas declaraciones que hizo sobre los supuestos riesgos de intentar comunicarse con inteligencias extraterrestres. Según Stephen, esta no es una buena idea. Pero, al mismo tiempo, siguió proponiendo que los busquemos con más medios que los muy escasos dedicados a tal cosa. Queda a tu opinión decidir si un juguetón intelectual como Stephen buscaba incitarnos a algo mucho mayor e incluso si hablaba realmente de extraterrestres... o de nosotros mismos. Porque, a falta de encontrar seres extraterrestres verdaderos, la manera como los imaginamos dice mucho más de nosotros que de ellos. O ellas. O elles. O ell?s. O lo que sean, si son.

En primer lugar, leamos lo que dijo él y no lo que le atribuyeron otros, como suele suceder. Aunque luego exploró esta idea en varias ocasiones más, la postuló originalmente en el primer episodio ("Aliens") de su documental El universo de Stephen Hawking de 2010 (no este de 1997 con el mismo título en español.) Le he tenido que meter tijera para abreviar y para que nadie vaya a acusarme de violar copyrights y cosas de esas, pero cito la esencia:

«Sólo tenemos que mirarnos a nosotros mismos para ver cómo la vida inteligente podría convertirse en algo que no nos queremos encontrar. [...] Me los puedo imaginar en naves masivas, habiendo agotado todos los recursos de su planeta natal. Unos alienígenas tan avanzados quizá podrían convertirse en nómadas, buscando conquistar y colonizar los planetas que puedan alcanzar. [...] Si fuera así, para ellos tendría perfecto sentido explotar cada nuevo planeta para obtener el material que les permita construir nuevas naves espaciales y seguir adelante. ¿Quién sabe cuál podría ser el límite? [...] Si los extraterrestres nos visitan alguna vez, creo que el resultado se parecerá mucho a lo que pasó cuando Cristóbal Colón llegó por primera vez a América, lo que no acabó bien para los nativos

Llama poderosamente la atención cómo tales palabras produjeron una reacción instantánea tanto entre el público como en no pocos especialistas. Salieron por todos los medios de comunicación del mundo. La gente lo comentaba. Apenas unos días después, el Journal of Cosmology del Harvard-Smithsonian recopilaba más de una docena de respuestas tanto científicas como filosóficas. Paul Davies salió a contradecirle en el Wall Street Journal. Hubo quien me preguntó al respecto; algunas de ellas, personas de las que no te imaginas que te van a preguntar sobre estos asuntos (mea culpa, por dejarme llevar por las apariencias.)

Y me consta que no fui el único. No diré que tuvo tanto impacto como una final de la Champions porque eso son palabras mayores, pero sin duda fue una sensación. Además, mientras que una final de la Champions suele hacer que se olvide la anterior salvo para los más aficionados, estas palabras resonaron, perduraron y perduran.

Ilustración de Alvim Corrêa para la edición francesa de "La Guerra de los Mundos" de H.G. Wells (1906). Imagen: Wikimedia Commons.
Humanos y alienígenas combaten por la Tierra en esta ilustración del dibujante brasileño Alvim Corrêa para la edición francesa (1906) de "La Guerra de los Mundos" de H.G. Wells. Imagen: Wikimedia Commons.

Lo que resulta curioso por muchos motivos. El primero es que, por supuesto, Hawking no fue el primero en considerar que los extraterrestres podrían representar una amenaza para la humanidad. Demonios, la ciencia-ficción está llena de historias de invasiones alienígenas, que se remontan al menos a La guerra de los mundos de H. G. Wells (1898) y se apuntan en el Micromégas de Voltaire (1752). Y, ¿quién no ha visto La invasión de los ultracuerpos o Independence Day ni ha jugado a matamarcianos? La invasión extraterrestre es un tema recurrente en la cultura global, y también que el contacto entre una civilización muy avanzada con otra que no lo está tanto puede y suele resultar en efectos destructivos para la segunda.

Entonces, ¿a qué tanto revuelo?

En mi opinión, se debe a una mezcla de factores. Uno de ellos, por supuesto, que un científico y divulgador mainstream hable del tema. Durante mucho tiempo, no pocos científicos han temido ser tachados de locos de los marcianos si se permitían incluso pensar en ello. Hay incluso astrobiólogos que prefieren ocultar detrás de las cortinas la palabra exobiología de Joshua Lederberg, favorita de Carl Sagan, por miedo a que su campo de estudio se considere una chaladura o una amenaza para ciertos órdenes establecidos (con las subsiguientes consecuencias económicas.)

En realidad la exobiología puede considerarse un subconjunto de la astrobiología (la astrobiología estudia el conjunto de la vida en el cosmos mientras que la exobiología se centra en las posibilidades de vida no-terrestre), pero resulta llamativo observar la clamorosa ausencia de la palabra que empieza por E en numerosos textos donde estaría plenamente justificada. No faltan quienes consideran incómoda incluso la existencia de entidades como el Instituto SETI. Prefieren una astrobiología menos radical, más seriota y aburridota. Así, que un científico y divulgador de talla mundial como Stephen Hawking se lanzara a la piscina (incluso aunque no fuese la primera vez que lo hacía) siempre causa conmoción.

La Yanna o paraíso con múltiples niveles del Islam acorde a una miniatura persa de 1808 conservada en la Biblioteca Nacional de Francia, París. Imagen: Wikimedia Commons.
La Yanna o paraíso multinivel del Islam acorde a una miniatura persa de 1808 conservada en la Biblioteca Nacional de Francia (París). Son muchas las culturas que han situado a sus dioses, paraísos, héroes e incluso las almas o espíritus de sus difuntos "arriba", en "los Cielos". Pero del Cielo también puede venir la aniquilación en forma de ángeles exterminadores, dioses vengativos y demás. Imagen: Wikimedia Commons.

Pero estas disquisiciones de científicos no explican por sí solas el enorme interés público en el asunto. Yo creo que lo que ocurre es que seguimos mirando al cielo, aunque sea de reojo, como siempre lo hicimos: con una mezcla de asombro, maravilla, reverencia, esperanza y temor. No es casualidad que tantas civilizaciones ubicáramos a nuestros dioses en las regiones celestes, como en el cristiano "Padre nuestro, que estás en los Cielos...", o en las puertas del Cielo que se abren cuando los judíos abren las arcas con las Torás, o en la Yanna ascendente del Islam... o cuando enviamos a nuestros mejores muertos al mismo lugar.

No pocos teólogos afirman ahora que eso del cielo y el infierno son símbolos, pero el mero uso de la palabra cielo deja poco lugar a dudas. Todo lo que pueda venir de ahí, bueno o malo, nos llama inmediatamente la atención.

Así pues, vamos al lío: ¿Cómo está eso de la invasión extraterrestre o la destrucción por contacto? ¿Puede ser o qué?

Vida en el cosmos.

En este blog he tratado muchas veces sobre las posibilidades de vida extraterrestre (y pronto lo haré de manera integral... ya verás 😉 ). Incluso escribí una serie completa al respecto: Hijas de la lluvia, entre numerosas entradas más. No me repetiré, pero sí resumiré mi posición en unas pocas frases: la probabilidad es extremadamente elevada, su cercanía y similitud con nosotros no lo es tanto, y los viajes interestelares de muy larga distancia son probablemente costosos en cualquier sentido práctico de la palabra economía. Más breve: mi opinión es que inteligencias extraterrestres muy probablemente sí, visitas extraterrestres muy probablemente no.

Ahora, especulemos un poco. Tiendo a pensar que la vida podría ser una forma espontánea de auto-organización de la materia dispuesta a surgir en cuanto se dan las mínimas condiciones (un poco como los cristales), a diferencia de la casi imposible carambola cósmica que imaginan otras personas. Me parece también que, en cualquier lugar del universo conocido, toda forma de vida estará sujeta a presiones evolutivas que pueden empujarla hacia la vida compleja y la inteligencia o algo similar. Y opino que algunas de las hipótesis más restrictivas para la aparición de vida compleja no son más que formas de astrochovinismo. Sagan lo explicaba muy bien así:

«Hay chovinismo del carbono, chovinismo del agua... ya sabes, gente que dice que la vida, en todas partes, sólo puede basarse en las mismas bases químicas en que nos sustentamos nosotros. (...) El chovinista extremo dice: "si mi abuela estaría incómoda en ese ambiente, entonces la vida es imposible ahí." Uno se encuentra con eso a menudo. La conocida expresión "la vida tal y como la conocemos" se basa exactamente en esa idea. Pero hay muchos microorganismos exóticos en la Tierra a los que les va bien en soluciones calientes de ácido sulfúrico concentrado y otras muchas cosas. (...) Creo que una de las grandes delicias de la exobiología es que nos obliga a enfrentarnos al provincianismo en nuestras suposiciones biológicas. (...) Creo que es ahí donde estará la realidad en la búsqueda de inteligencias extraterrestres. No se va a ajustar a nuestras fantasías, y no se va a ajustar a nuestro chovinismo.»

–Carl Sagan [1973] en entrevista concedida a Timothy Ferris para la revista Rolling Stone (Recogida por Tom Head [2006], Conversaciones con Carl Sagan, pp. 10-12)

No obstante, hay otras formas de astrochovinismo que Sagan defendía. Por ejemplo, el planetario: es difícil imaginar que aparezca la vida fuera de planetas, lunas o cuerpos análogos, por falta de materia e interacción suficiente entre la misma. Las estrellas tampoco parecen buenas candidatas, porque al ser extremadamente energéticas desintegran todo lo que se encuentre en ellas o sus alrededores.

Entre las posibles bioquímicas alternativas, Sagan también tendía a considerarse un chovinista del carbono, pero no tanto del agua. En realidad, no vamos a poder alcanzar una conclusión sobre nada de todo esto hasta que no descubramos formas de vida extraterrestre, si es que lo hacemos.

Composición química del ser humano, por masa. Imagen: La Pizarra de Yuri con licencia Creative Commons BY-NC-SA 4.0 Internacional.
Composición química elemental del ser humano, por masa. Puede verse que, al igual que todos los demás terrestres, estamos compuestos muy mayoritariamente por carbono, nitrógeno, oxígeno e hidrógeno (estos dos últimos unidos en forma de agua), también conocidos como CHON. No parece casual que esos sean también 4 de los 7 elementos más comunes de nuestra galaxia y posiblemente del universo. Imagen: La Pizarra de Yuri con licencia Creative Commons BY-NC-SA 4.0 Internacional.

Cosa distinta son las posibilidades de interacción entre formas de vida inteligente. A estas alturas parece bastante claro que no hay más en nuestro sistema solar. Eso significa que los siguientes destinos están lejos. Muy lejos.

Y además, claro, la mera presencia de otro sistema solar no basta para que haya surgido vida inteligente en él, al igual que no parece haberlo hecho en gran parte del nuestro. Los astrobiólogos le tienen echado el ojo a unas decenas de exoplanetas que podrían ser más o menos análogos a la Tierra y albergar alguna clase de vida. Los más cercanos están a entre diez y quince años-luz; o sea, unos 100 a 150 billones de kilómetros. Billones con B de aquí: millones de millones. Esas empiezan a ser distancias enormes.

¿Lo son realmente? Bueno, depende de lo que viaje, y cómo. Imaginemos que hubiera uno habitado por seres inteligentes algo más lejos: a 25 años-luz. Si lo que viaja es, por ejemplo, una señal luminosa (o señales de radio), el tiempo de viaje son 25 años para la ida y otros tantos para la vuelta: 50 años en total. Es largo para una vida humana, pero ninguna barbaridad.

Sin embargo, la tripulación de una nave relativista de propulsión constante no tendría que esperar tanto. Debido al fenómeno de dilatación temporal, el tiempo a bordo pasaría mucho más lento (o más rápido, según quieras verlo...), tanto más cuanto más cerca de la velocidad de la luz viajen. Acelerando a 1 g (el equivalente al tirón gravitatorio terrestre) hasta la mitad del camino y decelerando a 1 g durante el segundo tramo, podrían resolver este viaje de 25 años-luz en un total de 26,4 años de tiempo exterior, pero menos de seis años y medio de tiempo a bordo.

El físico escocés James C. Maxwell. Imagen: Wikimedia Commons.
No te rías tanto. Si antes de que Maxwell publicara sus ecuaciones le hubieras contado a los más grandes sabios que el universo está lleno de ondas invisibles, inaudibles e imperceptibles en general atravesándolo todo hasta —por ejemplo y entre otras cosillas— llegar a tu teléfono para hacerlo funcionar, lo habrían tomado por un charlatán ridículo si es que no por un loco. Y no digamos si alguien les hubiera hablado de la energía nuclear que sale de unos cachos de metal antes de Einstein, Bohr y Planck, por poner otro ejemplo. Imagen: Wikimedia Commons.

OK, quizá te parezca que un planeta habitado por seres inteligentes a 25 años-luz es un poquito excesivamente optimista. Pero lo más intrigante de todo es que este efecto se magnifica con la distancia, siempre y cuando tu nave espacial pueda mantener una aceleración constante y aproximarse ilimitadamente a la velocidad de la luz.

Por supuesto, eso a nosotros nos parece un desafío irresoluble por completo; pero claro, imagínate lo que les habría parecido un Airbus A380 o no digamos ya una o dos estaciones espaciales a los babilónicos –que no eran ningunos cenutrios–; y ahora, menos de cuatro milenios después, son cosa cotidiana. Cuatro milenios no son nada y no existe absolutamente ningún principio científico duro que prohiba construir una nave así; las dificultades son esencialmente de ciencia aplicada y tecnológicas.

Con una de estas naves relativistas de propulsión constante sin más limitador de velocidad que el de la luz en el vacío, viajes inconcebiblemente largos pueden realizarse en tiempos de a bordo sorprendentemente breves. Manteniendo esa aceleración/deceleración de 1 g, puedes plantarte en la galaxia de Andrómeda –a dos millones y medio de años-luz– en lo que para ti y tu nave son 28,6 años. Si no te importa que tu viaje al futuro sea sólo de ida (puesto que para el resto de nosotros habrían pasado 2,5 millones de años), esto es perfectamente plausible. De la misma manera, podrías llegar al punto más lejano conocido en menos de cincuenta años (para ti.)

Para esta nave, a la que yo habría querido bautizar como Abbás ibn Firnás, no hay ningún destino práctico a más de medio siglo de tiempo a bordo. Y todo esto pensando en vidas humanas de la duración actual y aceleraciones limitadas a aproximadamente 1 g. O sea, sin considerar medios de extensión vital o la posibilidad de utilizar aceleraciones superiores o portales y cosas así.

En suma: incluso aunque las distancias entre civilizaciones tecnológicas sean inmensas, si no te importa llegar mucho después de lo que partiste en tiempo exterior, puedes hacer el viaje en tiempos de a bordo viables. Sólo necesitas una tecnología tan absurdamente avanzada como lo sería esta pantalla en que me estás leyendo para Tales de Mileto. Como dijo Arthur C. Clarke, cualquier tecnología lo bastante avanzada es indistinguible de la magia. O, como me gusta decir a mí junto con Confucio, no sabemos lo que no sabemos.

«El verdadero conocimiento es saber que sabemos lo que sabemos y saber que no sabemos lo que no sabemos.»

–Confucio (551 – 479 a.e.c.), según obra de Henry D. Thoreau

¿Señales delatoras? ¿De qué, que no supieran ya?

Es, pues, científicamente posible (aunque tecnológicamente implausible en nuestro estado actual del conocimiento) que una civilización avanzada, expansiva y agresora construya naves alto-sublumínicas u otros medios equivalentes y se nos plante en la puerta cualquier viernes por la tarde (seguro que sería en viernes, los malditos, para fastidiarnos el finde.)

Si consideramos la cuestión en términos puramente militares, la única respuesta imaginable es suplicar piedad, suponiendo que entiendan de qué demonios hablamos, o nos quede tiempo para hacerlo. Resulta obvio que ante un atacante así estamos perdidos. Es como si nosotros pillásemos un portaaviones de última generación equipado con todo y nos fuéramos a hacerle la guerra a los jarawa. A mí la mayoría de las pelis de invasiones extraterrestres me resultan un poco ridículas porque, ante una tecnología así, no da ni para hacer una peli. No hay tensión dramática ni nada: simplemente estamos todos fritos antes de saber siquiera que vienen a por nosotros. Incluso aunque no fueran agresivos, sino simplemente ocupantes, nos desplazarían con idéntica facilidad.

Lo que pasa es que, ante tan abrumadoras tecnologías, el planteamiento de Hawking y otros ("no debemos darnos a conocer, no debemos iniciar un intento de contacto, para no delatarnos") me resulta igualmente absurdo. En serio: ¿alguien se traga que una civilización capaz de construir naves alto-sublumínicas o portales dimensionales o cosas de esas no va a disponer de sensores igualmente eficaces? Volvamos al ejemplo del portaaviones y los jarawa: por mucho que intentaran no hacer fuego para no delatarse, primero vamos a localizar sus poblados con nuestros satélites y luego las cámaras infrarrojas de nuestros drones los van a detectar igual de bien.

Radiotelescopio y radar planetario RT-70 de Yevpatoriya (Crimea). Imagen: Wikimedia Commons.
Desde el radiotelescopio y radar planetario RT-70 de Yevpatoriya y su antecesor Plutón, en la ahora disputada Crimea, vienen emitiéndose potentes señales desde tiempos soviéticos. La inmensa mayoría son para uso astronómico y cosmonáutico, pero entre ellas se encuentran 16 "intentos de contacto" (más y antes que ningún otro transmisor del mundo incluyendo al legendario Arecibo.) Imagen: Wikimedia Commons.

Incluso aunque esos extraterrestres tan poderosos no fueran capaces de detectarnos a pelo, cosa ciertamente chocante, el Dr. Aleksandr Zaitsev de la Academia Rusa de Ciencias añade algo más: si vamos a prohibir las emisiones de "intento de contacto", entonces habría que prohibir también toda la astronomía por radar, esencial –entre otras cosas– para la defensa planetaria frente a meteoritos. En particular, la realizada históricamente por los tres grandes radiotelescopios de Arecibo (Puerto Rico, ya tristemente desaparecido), Goldstone (California, EEUU) y Yevpatoriya (Crimea), desde donde se han emitido 16 mensajes "de contacto" y más de 1.400 señales radar para uso astronómico.

También habría que ver cómo está la cosa con los radares militares y ciertas emisoras de radiotelevisión que operan en VHF y UHF con potencias muy altas. Los grandes radares en frecuencia VHF, que hace unas décadas parecían obsolescentes, han recuperado su popularidad porque van bien para ver a los aviones invisibles.

En otras palabras: las emisiones "de contacto" (llamadas METI o SETI activo) delatan poco que no delaten ya todas estas otras transmisiones y probablemente muchas más, dependiendo de la potencia y las condiciones de propagación. Lo único que hacen es añadir un saludo, que no es ninguna mala idea. Ya que vamos a dar el cante en los súper-sensores de una súper-civilización súper-avanzada, qué menos que saludar. Y si no nos ronda ninguna súper-civilización súper-avanzada con súper-sensores, pues entonces da igual. Las emisiones METI no son caras (de hecho son muy, muy baratas) y no hacen ningún mal adicional.

Nulla causa belli.

La segunda pregunta que cabe hacer a quienes creen en estos miedos es: ¿para qué? Es decir: ¿de qué sirve invadir un planeta como la Tierra? ¿Qué hay en él que no puedan conseguir en cualquier otro lugar?

Por muy importantes y especiales que nos creamos, este es sólo un planeta rocoso como otro cualquiera que además tiene moho. Ese moho con patas al que llamamos vida superior y todas esas cosas grandilocuentes ni siquiera hace buen combustible, suponiendo que una súper-civilización súper-avanzada aún se dedique a quemar cosas para obtener energía. ¿La posibilidad de sostener vida? Eso sería sólo si se parecen sospechosamente —antropocéntricamente— a nosotros; a lo mejor a ellos les molan más los mares de hidrocarburos de Titán de Saturno, que encima arden mejor.  ¿Agua líquida? ¡Hay por todas partes! ¿Minerales? ¿Cuáles, que no puedan hallar en su mundo de origen o cerca, o en cualquier otro por el camino?

Esta es otra de las razones por las que las historias de invasiones extraterrestres suelen resultarme un tanto raritas: pocas veces parece haber una buena razón para consumir tantos recursos en ocupar un planeta lejano, corrientucho e irrelevante. Porque esa clase de viajes interestelares o intergalácticos debe consumir una buena cantidad de recursos, ¿eh? Sólo la factura de la energía necesaria tiene que dejar en nada esas que nos revientan la cuenta corriente cada mes. Que pueden estar todo lo avanzados que quieran, pero las leyes físicas fundamentales no se las pueden saltar.

En otras palabras, que no veo el motivo por el que quieran pagarse los billetes para venir hasta aquí a hacernos la guerra. No tenemos ningún inobtenio. Aquí no hay nada de especial que no puedan encontrar en otros lugares más próximos a su casa o en cualquier sitio al azar.

¿Exoviruela?

Tampoco parece muy probable que vayan a contagiarnos enfermedades infecciosas, lo que provocó buena parte de la monumental catástrofe en América a consecuencia de la llegada europea. Por un lado, ocurre que las enfermedades humanas sólo funcionan bien con otros humanos o, como mucho, en ciertas especies que han coevolucionado con nosotros.

Esto de la coevolución es importante.  Un patógeno, incluso suponiendo que sea directamente compatible con la vida terrestre así a pelo —lo cual es mucho suponer si viene de ahí fuera—, no tiene ninguna manera de adivinar los intrincados mecanismos biológicos que le permiten infectar a sus huéspedes. Toda enfermedad infecciosa es una complejísima interacción. Y el único modo de acabar interactuando es compartir el mismo ecosistema sobre las mismas bases biológicas durante una montaña de tiempo hasta que la evolución, en una de sus incontables iteraciones ciegas, un buen (o mal) día hace click.

Sólo a partir de ese encaje es posible la interacción entre patógeno y huésped, que luego puede irse haciendo cada vez más y más compleja. Así pues, no parece muy probable —más bien, nada probable— que un patógeno recién llegado de un mundo distinto, con una biosfera distinta, puede que una bioquímica alternativa y con unas presiones evolutivas diferentes vaya a estar evolucionado y listo para contagiar a seres terrestres.

Ni al revés, lo que supongo que se carga el <spoiler, resáltalo si quieres leerlo> final de la legendaria Guerra de los Mundos </spoiler>. La contaminación interplanetaria es posible y preocupante, pero no por lo que mucha gente imagina. Se trata sobre todo de mantener los astros prístinos para la investigación científica y evitar falsos positivos. O, como mucho, de llevar cuidado por si un microorganismo terrestre retorna mutado de maneras impredecibles tras un viaje espacial. Pero no de que una bacteria alienígena vaya a comérsenos por las patas arriba. O de que un virus terrestre se l?s vaya a comer a ell?s.

Mmmm...

Oye, pues me está empezando a pasar lo mismo que con El Apocalipsis Improbable: se me empiezan a agotar las posibilidades... eso, apocalípticas, en este caso de origen alienígena.

El placer de la crueldad

En esta charla sobre estos asuntos que me invitaron a dar hace unos años los estimados amigos de la Asociación de Divulgación Científica de la Región de Murcia (por cierto, cumplen 10 años este 2023, ¡felicidades!), un asistente planteó una idea intrigante en 1h40'30": que nos la líen por el mero placer de la destrucción. O de la crueldad, añado yo; vamos, igual que algunas criaturitas —y no tan criaturitas— disfrutan del sufrimiento o la muerte de otros animales con un número variable de patas.

La primera de las cuatro etapas de la crueldad según William Hogarth (1751). Imagen: Wikimedia Commons.
La primera de las cuatro etapas de la crueldad (1751) según William Hogarth. Imagen: Wikimedia Commons.

Pues qué quieres que te diga. La idea es muy lúcida y supongo que, como posible, es posible. Eso sí, un poco cara en términos energéticos. Los viajes interestelares a velocidades relativistas no se caracterizan por consumir unas gotitas. Aunque tampoco voy a contradecirme: más arriba sugerí que la próxima teoría que lo cambiará todo como lo cambiaron Newton, Maxwell o Einstein podría estar jugando en los columpios del parque de aquí abajo, y sigo pensándolo. Pero si te das cuenta, aquí ya empezamos a atribuir cualidades propias de las mentes terrestres a mentes extraterrestres.

En esa misma charla otra persona me sugirió la posibilidad de una guerra de religión, que yo voy a expandir a una colonización proselitista en general, incluso de cosas que no podemos imaginar ahora mismo. Desde luego no sería la primera vez que la gente humana vamos a la guerra para imponer una convicción religiosa o ideológica a otros humanos, aunque esto rara vez es un acto de pureza sino que es más bien la vía para imponer los poderes que hay detrás. Pero sí, unos extraterrestres proselitistas en plan fundata son imaginables.

Por otra parte, a lo mejor yo estoy cometiendo todo el rato el mismo pecado pero al revés: intentar encontrar una razón lógica humana para un ataque o colonización extraterrestre. Bien podría ocurrir que actuaran por sus propios motivos, incomprensibles, irracionales o incluso ridículos para nosotros.

Hmmmmm...

Bien, el hecho es que no ha ocurrido. O no nos consta que haya ocurrido, vaya.

En unos 4.400 millones de años de registro geológico y geobiológico terrestre (eso es casi un tercio de la edad del universo) no existe un solo indicio de que haya habido alguna vez otras gentes moviéndose por aquí. Ni uno.

Y, como ya mencioné más arriba, dudo mucho de que una súper-civilización súper-avanzada (¡con capacidad de colonización interestelar, ni más ni menos!) carezca de súper-sensores igualmente avanzados para detectar planetas con vida e incluso con una civilización industrial alterando su atmósfera. No me creo que alguien así necesite encontrarnos mediante nuestras esmirriadas transmisiones METI (sumándolas todas, menos de 24 horas en total desde 1962 —¡en código morse ruso, ni más ni menos!—, apuntadas poco menos que al albur.)

Mirándonos en el espejo

Para mí (y para muchos otros, no soy el primer "genio" que observa esto), lo que pasa es que mucha gente se mira o mira a la Humanidad en el espejo con los extraterrestres imaginados. Por ejemplo, en tiempos esperanzados y soñadores como los años 1960s, tienden a adquirir características benevolentes e incluso salvíficas (lo que, llevado a su extremo, dio lugar a unas cuantas sectas ufológicas).

En cambio, ahora vivimos tiempos desesperanzados y paranoicos con viejos odios de retorno. Servidor de ustedes, que se crió en el Torrefiel de los años de la heroína y sabe lo que es echarse cuerpo a tierra en su propia casa porque los yonquis pegaban palos en la sucursal bancaria de abajo y a la salida se liaron a tiros con la poli más de una vez, entre otros muchos simpáticos recuerdos nostálgicos de aquellos que fuimos a EGB y que dieron lugar a todo un subgénero del cine...

...ese mismo crío que te escribe hoy, digo, jamás había visto tantas rejas, muros, cercas, cámaras, vigilantes y control infantilizante sobre la infancia y juventud porque pasan muchas cosas, que lo dice la tele como ahora, cuando estamos en mínimos históricos de delincuencia violenta, empatados con Corea del Sur. Bastante mejor que en Francia, Alemania, Reino Unido y ya no digamos Estados Unidos. Aquel Antoñito o Tonet que se paseaba solo y tranquilo por su barrio en bicicleta sólo porque le caía bien al jefe de la banda local por motivos que nunca supe, fantaseando con viajes espaciales, jamás se habría creído esta cobarde paranoia del siglo XXI.

Pero bien; así están las cosas por medio mundo y se refleja en la percepción del extraterrestre imaginado incluso entre personas que deberían tener la cabeza mucho más fría. De La Guerra de los Mundos de H.G. Wells híper-popularizada por Orson Welles en 1938, conforme el nazismo iba ya comiéndose Europa y suscitando abundantes miedos —ahí, sí, bien justificados—,  pasamos a situarnos en la ambivalencia entre Alien (1979) y las benévolas especies alienígenas de E. T. (1982) o muchas de Star Wars (1977, cuando toda la gente normal de por aquí la llamábamos La Guerra de las Galaxias) o el mestizo interplanetario Spock de Star Trek (1966).

NGC2207+IC2163 en luz visible tomadas por el Telescopio Espacial Hubble. Imagen: NASA/JPL (dominio público)
Aquí, NGC2207+IC2163 en luz visible tomadas por el Telescopio Espacial Hubble. Por supuesto, no son más que dos galaxias "en colisión" como hay muchas en el cosmos, y como seguramente lo hará nuestra Vía Láctea con Andrómeda en unos 4.500 millones de años sin que pase gran cosa. Todo lo demás lo hace nuestra cabecita. Imagen: NASA.

Y ahora, aunque por un lado añoremos el mundo de Avatar (2009–, originalmente la película con más recaudación de todos los tiempos) (y nos culpabilicemos con él, en una proyección de las barbaridades que le estamos haciendo a nuestra propia Tierra)... pues ya vemos que la idea del Otro amenazador está muy de vuelta y —desgraciadamente— no sólo en las artes, sino que ha calado profundamente en la población y hasta en parte del mundo científico: tengamos miedo; no nos hagamos notar del ruido de fondo; mantengamos un perfil bajo para no atraer problemas; aterroricémonos ante quienes vienen de fuera, ante quienes no son de los Nuestros, etcétera, de manera ridículamente irracional y sociopolíticamente cargada...

Hrmmmmmmmmmmmm...

...o quizá vengan de camino. Es que es un viaje muy largo, ¿no? 😛


por www.lapizarradeyuri.com
© Toni E. Cantó, La Pizarra de Yuri, 2023

Sin embargo, excepto donde indique expresamente lo contrario (casi siempre, por razones ajenas a mi voluntad), todos los contenidos de La Pizarra de Yuri se divulgan bajo la licencia Creative Commons BY-NC-ND 4.0 Internacional.