Quien cree estar de vuelta de todo es que nunca ha ido a ninguna parte

La Ansiedad de Sofía (I/7): Visitas extraterrestres... ¿para qué?

LA PIZARRA DE YURI.- Una cosa es si existen o no los extraterrestres. Otra muy distinta, si se han pasado por aquí alguna vez. De momento las historias de OVNIs traen las manos vacías, pero... ¿alguna podría ser?


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La Ansiedad de Sofía, temporada I: «¿Estoy sola?» / Episodio 7: Visitas extraterrestres... ¿para qué?

LA PIZARRA DE YURI.- La Ansiedad de Sofía (1/7): «¿Estoy sola? / Visitas extraterrestres... ¿para qué?» © Dixo 2023
© Dixo 2023. Todos los derechos reservados pero lo publicamos bajo licencia Creative Commons BY-NC-ND 4.0 Internacional.

Hola... soy Sofía otra vez. Y estoy triste.

Estoy triste porque hoy llegamos ya al final de esta temporada y no tenemos respuesta a mi pregunta. No sabemos si estoy sola en el universo. Si estamos, estás, está sola la gente humana.

Pero bueno, estamos aprendiendo un montón de cosas importantes por el camino, ¿no? Cosas fundamentales, en el sentido de que están en los fundamentos de la naturaleza y de la realidad y que vamos a ir usando en las siguientes temporadas. Más lo que te traigo hoy, claro.

Entre todo eso, ya vimos las probabilidades de que aparezca vida simple en el cosmos, de que llegue a ser compleja e inteligente, de por qué la pregunta de "¿dónde está todo el mundo?" aún no tiene en realidad mucho sentido... y ahora toca seguirle con: "¿han venido?" "¿Eso de los OVNIs es real?" "¿Hemos contactado alguna vez o son todo delirios, fraudes y confusiones?"

Bueno, lo primero, como sé que me lo van a decir los de siempre: OVNIs obvio que hay, o sea objetos voladores no identificados. Todo objeto que vuele o parezca volar

y no haya sido identificado es un OVNI. O ni siquiera "objetos": basta con destellos, brillos, luces, espejismos... pero vamos a dejarnos de jueguecitos: cuando la gente habla de OVNIs, o de UFOs, está claro que se refieren a naves extraterrestres rondando por aquí o cosa parecida.

OK, veamos las posibilidades. Bueno, en primer lugar, ya sabes, tenemos ese pequeño problema de las distancias cósmicas. Seguro que lo sabes de sobras, pero te lo recuerdo: en el universo casi todo está muy lejos. Eso se traduce en dos cosas: larguísimos tiempos de viaje y enormes cantidades de energía para recorrerlas y que se note. Porque, por ejemplo, con la nave más rápida que hemos creado aquí hasta ahora costaría entre 6000 y 7000 años llegar al sistema solar más próximo, o sea a Proxima Centauri.

Vale, vale, sí, ya: yo misma te dije en el episodio anterior que no debemos pecar de falta de imaginación. Que el hecho de que nosotros no sepamos hacer algo ahora, o que ni siquiera creamos que puede hacerse e incluso existir, no es argumento de nada: nuestra propia especie ha demostrado muchas veces a lo largo de la historia que lo inimaginable —literalmente: cosas que nadie podía imaginar— no sólo resultó imaginable sino también posible y realizable a un coste lo bastante bajo como para que tú ahora puedas escucharme con un dispositivo digital, por ejemplo.

Y es que no sabemos lo que no sabemos. Esto debería ser obvio para cualquiera, pero a nuestros cerebros no les gusta mucho funcionar así. Uno de nuestros mayores poderes es también una debilidad: necesitamos respuestas. Cuando no podemos tener respuestas, tendemos a inventarnos toda clase de leyendas y mitologías para hacernos sentir que las tenemos. Y cuando por fin las tenemos realmente, o tenemos unas cuantas, nos aferramos a ellas y nos cuesta mucho pensar más allá; al menos, a niveles revolucionarios. En ocasiones, hasta nos excusamos con géneros creativos como la ciencia-ficción para explorar aquellas cosas que no pueden ser.

Esto no quiere decir que tengamos que dar por buena la primera idiotez del primer chiflado que pase por ahí a contarnos su cuento, ¿eh? Todo lo contrario: nos obliga a hilar sumamente fino; a pedir explicaciones, demostraciones y pruebas de la idea grande y luego de cada minúsculo detalle, y después otra vez, hasta que las sombras de la duda empiecen a disiparse.

Ninguna historia de OVNIs, o de visitas extraterrestres en general, ha superado esta necesaria exigencia.

Tú ya lo sabes, siempre es el mismo cuento: alguien dice que vio algo. En el mejor de los casos, alguien vio algo. Pero conforme todo el mundo vamos llevando cámaras cada vez mejores en el bolsillo, embutidas en nuestros teléfonos, aquellas intrigantes fotos borrosas de antes han ido convirtiéndose en...

...uhhh... ¿nada?

Piénsalo: en un mundo con cada vez más cámaras y más sofisticadas y sensibles tanto en la tierra como en el cielo, esas oleadas de imágenes OVNI de los tiempos de nuestros papás y nuestros abuelitos se han disipado, mayormente. Cualquiera podría pensar que nunca estuvieron ahí o eran artefactos o engaños sólo posibles en otros tiempos más primitivos, ¿no?

Pero claro, esto no demuestra nada. La ausencia de pruebas no es prueba de ausencia y ese rollo que ya te dije que a mí no me va mucho, pero ahí está. Lo que sí me resulta más fácil de imaginar es una ausencia de motivos.

Te cuento: con esto me pasa lo mismo que con las películas esas de invasiones extraterrestres de ciencia-ficción. De niña me encantaban, pero ahora no logro meterme porque me cuesta mucho hacer eso de la suspensión de incredulidad. Ya sabes, eso que logran las buenas historias de ficción: saber que te están contando un cuento, o una mentira si quieres verlo así, y aún así aceptarlo y elegir libremente creértelo mientras dure para disfrutarlo.

¿Y por qué ya no logro hacer eso con las pelis de invasiones alienígenas?

Bueno, lo primero porque la mayoría son un churro. O sea, quiero decir que lo único que tienen de dimensiones interestelares son los agujeros argumentales. Hay por ahí incluso alguna que, según me dicen, fue un exitazo en su día, antes de mi era... pese a que derrotamos a una civilización interplanetaria con misiles Sidewinder y crackeando sus computadoras, que por lo visto deben usar nuestros mismos sistemas operativos y protocolo TCP/IP sobre Ethernet o algo.

Pero incluso con las mejores... me falta un motivo. Un móvil, ya sabes, como en los delitos.

Veamos: ahí tenemos a esa civilización interestelar súper-avanzada que puede viajar decenas, cientos, miles o millones de años luz en tiempos —digamos— razonables. Para lograrlo, obvio, usan esa ciencia y tecnologías que por aquí no podemos ni imaginar porque sería como imaginar la radio o el radar antes de las ecuaciones de Maxwell, o el láser antes de la mecánica cuántica.

Y... resulta que pierden su tiempo y recursos en venir a invadirnos.

A nosotros.

¡¿Para qué?!

¡¿Qué hay exactamente en la Tierra que justifique venir a invadirnos, y que no puedan encontrar por el camino en otros mil sitios?!

Lo que pasa es que somos una panda de arrogantes que seguimos creyéndonos los amos, o amas. Algo así como que el universo está aquí para que existamos, o que gira a nuestro alrededor como se pensaba antes de Copérnico, o algo: tonterías y delirios de grandeza. El único interés que puede suscitar la Tierra para extraterrestres es el interés científico de estudiar otro mundo con vida compleja, si es que tienen tales inquietudes. Y a mí no se me ocurre nada más. ¿A ti?

OK, vale, de acuerdo: eso significa que habría al menos un motivo no para invadirnos, pero sí para acercarse a estudiar esto.

Bueno... a menos que te creas lo del bosque oscuro que ya desmontamos en el episodio anterior. Pero es que incluso en un escenario "bosque oscuro", y viendo cómo va nuestra propia tecnología armamentística, no cabría esperar visitas o invasiones de ningún tipo sino una devastadora andanada de armas aniquiladoras que jamás veríamos venir; igual que los indígenas sentineleses tampoco verían llegar nuestros misiles de crucero furtivos con ojiva termonuclear si de algún modo decidiéramos que nos suponen una amenaza presente o futura y decidiéramos destruirlos. Porque el diferencial científico-técnico entre una civilización interestelar y la nuestra debe andar por ahí o más.

Sentineleses de las islas Andamán. Imagen: © Christian Caron bajo licencia Creative Commons A-NC-SA
Sentineleses de las islas Andamán. Imagen: © Christian Caron bajo licencia Creative Commons A-NC-SA | O sea... si aquí en la Tierra aplicáramos la tontuna esa del bosque oscuro... y decidiéramos que esta gente nos supone una potencial amenaza futura, así que mejor exterminarla ahora... y nos dejaran usar toda nuestra tecnología, sensores y potencia de fuego, incluso termonuclear... ¿cuántos segundos crees que nos durarían, junto con su isla...?

Pero mira: al menos nos ha quedado un móvil. Un motivo: el interés científico. O sea, pasarse por aquí a ver cómo somos y qué tal nos va desde cerca. Aunque a lo mejor les interesan en realidad las orcas y los delfines, mucho más fascinantes.

Sea por lo que sea, imaginemos que mantienen un —digamos— Grupo de Estudio de la Tierra In Situ. Es decir, bajando de tentáculos a tierra, o al menos surcando la atmósfera terrestre. Lo cual nos lleva a otro problema que la ufología cincuentera, sesentera y setentera tampoco se podía imaginar, porque no existía para ellos: los aparatos furtivos. Eso que algunos llaman invisibles.

Aunque todos los aparatos furtivos se basan en una teoría que desarrolló un científico soviético allá por 1962, no fue hasta 1971 que un ingeniero gringo la leyó y se percató de que con ella y muchas computadoras y dinero podían hacer aviones invisibles de esos. No, tampoco tiene nada que ver con las alas volantes nazis ni nada de esas que se oyen a veces por ahí. Para hacer un vehículo furtivo de verdad que no sea un submarino dependes del sutil control sobre las ondas de borde que te da la Teoría de la Difracción del soviético ese, un tal Pyotr Ufímtsev. El resto son casos de sonó la flauta por casualidad.

Así que tenemos a un genio soviético de la Física y un brillante ingeniero gringo que lo leyó y sacó las cuentas... más otros 12 años de trabajos indecibles, presupuestos fantásticos y accidentes mortales hasta que entró en servicio el primer avión realmente furtivo de la historia: el famoso F-117A, en 1983. Que sólo se dio a conocer al público a partir de 1988, aunque para entonces, al menos en el mundillo científico y aeronáutico, ya corrían toda clase de rumores sobre aeronaves "invisibles" o, al menos, muy difíciles de detectar por radar y también en el infrarrojo.

¿Y esto a qué viene aquí ahora?

F-117A. Imagen: Wikimedia Commons
Un F-117A. Imagen: Wikimedia Commons

Pues viene a que la "edad dorada" de los platillos volantes y la ufología se lo perdieron. Esa "edad dorada" va más o menos desde los años ’50 a los años ’70 del pasado siglo, o sea antes de que esos diseños de aeronaves "invisibles" —es decir: furtivas— llegaran a oídos del gran público. Y por eso, las posibilidades de la furtividad no se encuentran en el "canon" convencional de todo el tema de la ufología, los OVNIs, las visitas extraterrestres y demás: es otra de esas cosas que no eran imaginables en su tiempo. Lo que hay son añadidos posteriores... que dificultan mucho todo el asunto.

Porque mira: si una súper-civilización interestelar decide venirse a pasear por aquí pero no quieren dejarse ver, resulta difícil imaginar que no puedan ocultarse por completo a nuestros ojos y sensores usando tecnologías furtivas milenios más avanzadas. De nuevo, es como si mandáramos drones furtivos en medio de una noche sin luna a estudiar a esos aborígenes de la isla Sentinel del Norte con nuestros sensores más avanzados: ni olerlos.

Y si a la tal súper-civilización estelar le da igual si la vemos o no... entonces, tampoco se explica que los presuntos avistamientos OVNI sean siempre tan escurridizos. Simplemente, no harían ningún esfuerzo por ocultarse y serían obvios por sí mismos aunque no tengan interés en manifestarse ni en pedirnos que los llevemos a presencia de nuestros jefes ni nada de eso. Tan solo estarían ahí haciendo sus cosas, que muy probablemente ni entenderíamos igual que la gente sentinelesa en cuestión tampoco entendería la mayor parte de lo que hacemos el resto.

La pura verdad es que todo esto de las visitas extraterrestres no tiene mucho sentido en cuanto le das dos vueltas en profundidad.

Luego también tenemos el problema de la ausencia de cualquier clase de artefacto extraterrestre artificial, o sus trazas. No hemos encontrado absolutamente ninguna en ningún lugar del planeta Tierra hasta ahora, ni tampoco en lo poco que llevamos visitado en la Luna, Venus, Marte y esos sitios. Desde que Harold Wilkins, Erich von Däniken o Zecharia Sitkin empezaron sus rollos sobre antiguos astronautas, objetos fuera de lugar, annunakis y Nibirus que importaron al español gente como J. J. Benítez o el mexicano Jaime Maussan...

...pues, un par de generaciones después, y revisado todo ello por arriba y por abajo, no queda nada que no hicieran manos humanas demostrablemente... y exista. Desde las pirámides de Egipto hasta las líneas de Nazca, desde el mecanismo de Anticitera al sarcófago de Pacal o el pilar de hierro de Delhi, ha quedado totalmente claro que todo fue realizado por hábiles manos humanas. Y a veces, no tan hábiles, porque si echas un vistazo por la contornada, dejaron unos dedazos que hoy en día las autoridades te obligarían a remediar.

El caso de las famosísimas pirámides egipcias de Guiza es paradigmático: tanto misterio, tanto misterio sobre cómo llevaron todo hasta un lugar tan lejano y lo levantaron y tal... y resulta que están en el mismísimo cementerio pegado a la antigua capital imperial, a menos de 9 kilómetros del Nilo (que permite mover grandes cargas en barcazas)...

...y, como salgas de la pirámide de Kefrén y camines 200 metros sin preocupaciones, te caes a la gigantesca cantera de donde sacaron las piedras para hacerlas todas y te partes el alma. No muy lejos, en Tura, hay otro montón de canteras de donde sacaron la piedra caliza más fina para recubrirlas y que quedaran preciosas. En todas ellas siguen viéndose claramente las marcas que dejaron las herramientas de los canteros y señales de los arquitectos o ingenieros.

Canteras, puertos y canales de la meseta de Guiza.
Canales, puertos ("harbor") y canteras (en naranja) de la meseta de Guiza. Pero tú tranqui, que seguiremos escuchando a gente repitiendo que "es imposible saber cómo lo hicieron" y tuvo que ser cosa de seres "de más allá". Imagen: Del dominio público.

Absolutamente todos los objetos artificiales que conocemos son obra de las manos humanas. Yyyy... ¿sabes? También hubo un poquito de racismo, y a veces un muchito, en esos personajes que prefirieron creer en extraterrestres en vez de creer en esas gentes antiguas de piel —a menudo— oscurita. Para Latinoamérica, particularmente, ha habido también toda clase de intentos de achacar las obras de las grandes civilizaciones precolombinas a toda clase de seres superiores que no fueran esos indiecitos ignorantes.

No hay ninguna prueba sólida de visitas extraterrestres y, más importante aún, ni una sola traza o influencia tanto en el registro geológico como en el arqueológico. Que hayamos encontrado, vaya. La verdad es que, así como para todo lo demás que hemos estudiado en este podcast hay buenas hipótesis o al menos conjeturas sólidas... creer en que nos visitan es un acto de pura fe, sin más. Tienes derecho a hacerlo, por supuesto, igual que tienes derecho a creer en cualquier otra cosa... pero eso: por fe, sin pruebas. Si quieres considerar en serio la existencia de vida extraterrestre, entonces lo tuyo es la astrobiología, no la ufología y demás marcianadas.

De hecho, muchas veces, la creencia en visitantes extraterrestres (que no en seres extraterrestres) tiene un trasfondo religioso. En un mundo donde cada vez resulta más difícil creer en los dioses de toda la vida, no pocas veces expresa la necesidad humana de encontrar ese mismo sentido y propósito más allá de nuestra existencia terrenal, o una conexión con seres superiores que nos guíen y protejan. En este sentido, la fe en visitantes extraterrestres está mucho más cerca de las creencias religiosas en dioses y seres sobrenaturales que de la astrobiología científica que hemos ido descubriendo a lo largo de todo este podcast.

O, a veces, simplemente el anhelo de no estar tan solos.

Y... sí, ahora me voy a seguir investigando unas semanitas. Pero no te preocupes, que no vas a deshacerte de mí tan fácil. Ya que a esta ansia mía no le hemos podido dar respuesta, pronto volveré con otras de las que sí sabemos más. Como, por ejemplo... ¿Dónde estamos? ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos? ¿Quién o qué somos y por qué somos lo que somos? Así que por favor te pido un par de mesecillos, o tres, para regresar con mis ansiedades: con La Ansiedad de Sofía.


Dirección: Dany Saadia.
Documentación y guiones: Toni E. Cantó, "Yuri".
Locución: Shey Márquez.
Producción: Eduardo Albornoz.
Con música de: artlist.io
© Dixo 2023. Todos los derechos reservados.

Este podcast La Ansiedad de Sofía es una obra original de Dixo y, excepto donde se indique específicamente lo contrario, lo difundimos bajo licencia Creative Commons BY-NC-ND 4.0 Internacional.

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