La preguntadora

La duda

Una de las moralejas de esta gran película es: dudar es inevitable. Yo, en mi butaca, pensé en voz alta: ¿dudará Rajoy? Y mientras mi acompañante protestaba por mi psicosis y la fila nos mandaba callar, no pude evitar imaginarle despertándose con el grito: “A mí nadie me ha regalado trajes”. Cierto es que fue él quien ordenó la salida de Correa de Génova, pero se olvidó de que estaba al mando –ya no al mandado de otro bigotes– y que, como tal, debía asegurarse de que los demás tampoco le contratasen.

En el colmo de mi neurosis, puse la cara de Mariano a la mayoría de los personajes. Le vi convenciéndose de que todos eran inocentes para poder, por fin, liderar tranquilamente. Pero me acordé de que ha suspendido de militancia a los más desconocidos, supongo que como mal menor y como buen gallego –haberlas haylas–. Además, en un principio, iba a investigar el espionaje de Madrid; luego ahí tiene dudas razonables, que no creo que se le hayan disipado con una comisión de investigación tan poco investigadora. Sobre Camps, a quien apoya sin parar, parece que no pone la mano en el fuego, sólo por no hacerle el feo a la aún poderosa Afrodita A (de Aguirre). No vaya a ser que Espe grite aquello de “pechos fuera” y acabe con Gallardón (el siempre posible delfín y su eterno contrincante).

Con lo que dijo de Bárcenas y Galeote, se me rizó el rizo: “Confío en ellos”, “son inocentes” y, también, “si hubiera cosas que desconozco, actuaría en consecuencia”. Vamos, que declara no dudar dudando. Y, en el colmo del galleguismo: “Nadie podrá probar (…) que no son inocentes”. ¿En qué quedamos? ¿Son inocentes o no podrán probar lo contrario?

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